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Blas
Infante y el andalucismo. VV. AA. |
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Nosotros aseguramos que un
pueblo no se improvisa.
INTRODUCCIÓN Este trabajo representa un intento de abordar la lucha por la
autonomía que se planteó en Andalucía durante fines del siglo XIX hasta el
inicio de la Guerra Civil en 1936. Prestaremos una atención especial a la figura de Blas Infante, por
ser el principal abanderado de la causa andalucista y uno de los conformadores
de todo el pensamiento que sacudió a
nuestra región en los incipientes años de lucha autonomista. Así mismo, prestaremos atención a el contexto histórico en el que
se encontraba España durante la época de estudio, pero sin incidir demasiado en
conceptos y hechos que son conocidos por todos, tan sólo conectando las ideas y
acciones que iban surgiendo en el movimiento andalucista con los que sacudían a
España y Europa. Quizás con la visión de
los hechos, pensamientos y acciones logremos sintetizar y comprender los
sentimientos que nacieron en las mentes de todos aquellos que contribuyeron a
lograr un sentimiento andaluz en nuestro pueblo. Durante el siglo XIX Andalucía presenta una realidad muy
significativa. De un lado existe una falta de solidaridad entre los propios
andaluces y que les impedirá plantear una alternativa común a su situación. Por
otra parte, hay una separación radical entre los grupos políticos más
progresistas y el campesinado, que se encuentra con hambre, miseria y
explotado. Estas son las consecuencias de una realidad socioeconómica
determinante de Andalucía como es la existencia de una desequilibrada e injusta
estructura socioeconómica, generadora de tensiones sociales, agitaciones y
represiones y, de otro lado, la falta de una burguesía empresarial que pueda
ser el motor del proceso andaluz de modernización hacia el desarrollo. La dominación de clase que sufre Andalucía se ve reforzada por
medio de tres acontecimientos que marcan el siglo XIX. De un lado tenemos la
importancia de las revoluciones del XIX (sobre todo entre 1835 y 1868), que
harán surgir las Juntas provinciales (cuyo antecedente está en la Guerra de la
Independencia), con unos planteamientos políticos federales o confederales, que
serían derrotadas. Al ser movimientos pertenecientes a la revolución burguesa
provocarán el fortalecimiento de la burguesía (más bien oligarquía) agraria,
fracción social hegemónica que no impulsará el proceso de modernización de la
economía andaluza para no erosionar su situación. Las desamortizaciones de
Mendizabal y Madoz provocarán una extensión mayor del latifundismo y permitirán
que los señores de la tierra se transformen en propietarios burgueses, dando
así paso a una fuerte y rápida proletarización del campesinado. Por último, la
legislación estatal económica de los liberales sobre ferrocarriles, minas,
etc., provocarán la entrada de capitales extranjeros que pasan a ser
dominantes, con lo que Andalucía se convierte en un enclave de intereses
extranjeros, desembocando así en una situación cuasicolonial. La burguesía agraria. Esta tiene una triple procedencia: de un lado están los antiguos
colonos con grandes arrendamientos, eclesiásticos, o señoriales, que les
permiten ahorros y capacidad de compra de tierras. Por otra parte, una
burguesía urbana, dedicada a las actividades comerciales y mercantiles, que
invertirá en la tierra. Por último, la nueva oligarquía agraria en que se ha
transformado la antigua nobleza terrateniente, que logra mantener y
salvaguardar la mayor parte de su patrimonio, con lo que de clase feudal se
reconvierte en capitalista propietaria. Así la implantación de la propiedad
capitalista de la tierra comporta en Andalucía el afianzamiento de la burguesía
agraria como clase hegemónica y la proletarización intensiva del campesinado.
Esta burguesía agraria se integrará en el bloque de poder que controla el
sistema político español, en el que hay una burguesía financiera subordinada al
capitalismo europeo afincada en Madrid. Las masas campesinas pondrán en marcha agitaciones
revolucionarias en Andalucía contra el carácter sagrado que quiere dar la
burguesía a la propiedad capitalista de la tierra. Y exigirán un nuevo reparto. Ante esta situación, el afianzamiento de las relaciones de
producción de carácter agrario y la consiguiente ruralización de la vida
andaluza serán factores que inciden en la alienación cultural de los andaluces.
Así hay una degradación de la cultura oficial que hace imposible la formación
de una mínima conciencia histórica en las masas populares. Hay también una
radicalización de las luchas campesinas, lo que provocará un desarrollo
extraordinario de la conciencia de clase, en detrimento de la conciencia de
pueblo. Por último, el enorme peso de la burguesía agraria andaluza en el
aparato político provoca la paradoja de que cuantos más andaluces llegan al
poder en Madrid, menos poder tiene Andalucía. El
siglo XX: la llegada del sentimiento regionalista. Con el advenimiento del siglo XX esta situación comienza a
experimentar cambios. De 1900 a 1915 se vive una etapa importantísima para la
historia de Andalucía y el regionalismo andaluza. Hay una coyuntura difícil y
conflictiva en los aspectos económicos y sociales por causa de la sequía, malas
cosechas, paro, agitaciones campesinas, etc. y es a partir de 1907 cuando
germina, florece y se despliega el andalucismo. De 1912 a 1915 asistimos al debate sobre el regionalismo y su
intento de configurarse. Las confrontaciones dialécticas que se sucederán serán
la base sobre la que se precisan sus objetivos y delimita su contenido específico.
En 1910 ha llegado al Ateneo de Sevilla un joven abogado llamado Blas Infante
que acabará siendo el líder indiscutido e indiscutible del andalucismo. Se empieza ahora a discutir sobre la adopción de la Mancomunidad,
la existencia de una entidad y un sentimiento regionalista andaluz, etc. Se
empieza entonces a constatar la existencia de una identificación entre el
andalucismo y el georgismo. Este último le proporciona al movimiento una nueva
teoría y unos planteamientos económicos muy válidos para enfrentarse con la
“cuestión andaluza. La polémica que se va a desarrollar entre los que tienen posturas
divergentes hacia qué es el regionalismo andaluza y los objetivos a los que
debe tender nos permite distinguir dos posiciones distintas: Por una parte está la culturalista, cuyas plataformas son la
revista Bética y el Ateneo sevillano, y que postula un regionalismo tibio,
conservador y sentimental. Por la otra parte está la andalucista, y su revista Andalucía y
cuyo soporte básico serán los Centros Andaluces, que defienden un regionalismo
progresista y combativo, que tiende a un cambio estructural en Andalucía,
buscando conseguir una profunda y radical transformación económica, social y
política. Por último asistiremos a un debate sobre el ideal andaluz, que
desembocará, con propuesta de Blas Infante, en la formulación de un programa de
cambio y regeneración para Andalucía. Por tanto, estamos inmersos en un momento muy significativo para
el regionalismo andaluza en la que existen profundas indecisiones, debates,
polémicas, etc., pero que provocarán a partir de aquí la eliminación de lo
superfluo, una profundización en lo esencial del pensamiento regionalista
andaluz y la delimitación de un movimiento que en 1916 podemos caracterizar ya
como bien delimitado, en buena medida articulado y dispuesto a cumplir un
programa, cuyos medios y objetivos tiene claramente fijados. En fin, entre 1907
y 1915 podemos fijar el periodo en que surge con sus dimensiones teóricas y
prácticas perfectamente precisadas el movimiento andalucista militante. El
Ateneo de Sevilla y la cuestión de la Mancomunidad. Sevilla y su Ateneo van a
ser la inicial plataforma de partida del regionalismo andaluza y Blas Infante
el personaje que recoja y dé cuerpo al impulso. Los Juegos Florales de Sevilla, a imitación de los catalanes, inician en 1907 y, sobre
todo, en 1908, la puesta en marcha de una conciencia regional, tamizada y un
tanto contradictoria, de un impreciso sentimiento andalucista, de un
regionalismo “sano, fraternal , patriótico”, solidario, no separatista, como un
camino de regeneración española, a partir de una regeneración regional. La plataforma
desde donde todas estas cuestiones saltarán a la luz es el Ateneo hispalense,
entonces en su edad de oro, punto de reunión de hombres y de ideas sobre el
andalucismo y regeneración andaluza. En ese momento, según Blas Infante, “una
vaga aspiración empieza a condensarse”. En los Juegos Florales del año 1909 el
mantenedor exaltará la personalidad de Andalucía con un discurso en el que late
la invocación al patriotismo de los andaluces. A partir de 1910, Blas Infante viajará con frecuencia a Sevilla, donde participará en las tertulias que
en torno a temas andaluces mantenían M. Méndez Bejarano, J.Mª Izquierdo, I. de
las Cagigas y J.A. Vázquez. El tema está abierto y comienza a extenderse y a
aflorar en muy diversos lugares. En 1911, J.A. Vázquez publicará el artículo
“El Andalucismo”, editorial sin firma en el periódico Fígaro, pero obra suya. Para algunos este escrito provocará el
nacimiento del concepto ideal andaluz. En relación con su contenido, J.M.
Izquierdo remitirá una carta a su autor, en la que está algunos principios
sobre los que luego insistirá Blas Infante. En 1912, y hasta 1915, se abre la fase de los debates de fondo en
torno a Andalucía: el ideal andaluz; la Mancomunidad, el regionalismo.
Entrelazadas estrechamente a ellos prosiguen las actividades regionalistas. Si
en 1912 el tema clave es el de la Mancomunidad, en 1913 hay cuatro
acontecimientos significativos, que serán factores de impulso del andalucismo:
la apertura de la discusión, por J.Mª Izquierdo, en torno al ideal andaluza; la
presencia de Cambó en Sevilla; la creación de la Revista Bética; el I Congreso Georgista de Ronda. Pasaremos a ver los tres
últimos y dedicaremos un estudio especial a la cuestión de la Mancomunidad y a
la discusión sobre el ideal andaluz. Cambó en el Ateneo. En mayo de 1913, Cambó pronunció un discurso en los Juegos
Florales sevillanos. En su alocución fue muy comedido. El tema regional estuvo
presente en sus palabras: planteó el amor a España “a través de nuestras
regiones”, lo que venía a implicar una concepción regional del país; mostró su
entendimiento de la patria como “el espíritu”; manifestó el deseo de que se
engrandezcan “por su propio esfuerzo, no por la protección del Estado”. Además,
en sus conversaciones con sevillanos, defendió la idea regionalista, “en busca
del país vivo que hay bajo una capa inerte”. A partir de aquí queda reforzada la alternativa regionalista
andaluza y se establecían vínculos con el proceso catalán, que será ya siempre
una especie de horizonte de observación. La revista Bética. El 20 de noviembre de 1913 nacía Bética, que se mantuvo hasta el primer trimestre de 1917 (números
74 y 75). Surgía, en buena medida, como órgano de expresión del Ateneo
sevillano, para difundir la cultura andaluza, aunque se preocupó por todos los
aspectos de la vida y de la realidad de Andalucía; buscaba ser manifestación
“de la verdadera vida andaluza”. En ella prestaron su firma los más
prestigiosos intelectuales de la época y su director fue F. Sánchez-Blanco
Sánchez. Bética tenía vocación
de revista regional y regionalista. En ella, el arte y la literatura aparecían
como un “motivo de enseñanza y de noble orgullo” y los campos y las fábricas
como “un estímulo en el trabajo y un dulce premio en el afán de la lucha
moderna”. Fruto de un grupo de hombres vinculados al Ateneo sevillano, surgía
estimulada por intelectuales andaluces (Rodríguez Marín, Méndez Bejarano, los
hermanos Quintero, etc.) y no andaluces (Cambó, Palacio Valdéz, G. Maura,
etc.). Así salió a la luz Bética,
“revista ilustrada de Sevilla, con carácter regional y dedicada principalmente
a la literatura, arte y vida social contemporánea”. Principia aquí la vida de
un medio que será vehículo de un regionalismo culturalista, fundamentalmente
elitista, un tanto etéreo y contradictorio. Mas, poco a poco, el movimiento
regionalista va creciendo y encarnándose en la problemática andaluza; entonces,
frente a Bética, como alternativa más
radical y comprometida surgirá Andalucía,
órgano político de los planteamientos andalucistas. La revista Bética
recogió en sus páginas las opiniones más diversas, de forma que hoy ofrece una
visión más plural y contrastada del pensamiento de los hombres que promovieron
el regeneracionismo andalucista. En ella aparecieron trabajos fundamentales
sobre el regionalismo, siempre desde una perspectiva antiseparatista. Al acabar su primer año de
vida, Bética exponía cuál era su
concepción del tema regional: “Bética es regionalista, porque su principal misión es dedicar sus
páginas a dar a conocer el Arte y la Literatura andaluces, pero ese
regionalismo es un regionalismo sano, patriótico, porque su fin es, al realzar
las glorias regionales, ensalzar la Patria, a nuestra amada España. Y
Andalucía, como una de sus hijas amantísimas y predilectas, porque la
Naturaleza y la Historia le ha prodigado a manos llenas sus riquezas y sus
tesoros naturales y artísticos, quiere contribuir a dar a conocer cuanto de
bello y de verdadero mérito encierra España, para que los españoles, lejos de
pensar en europeizarse, piensen en españolizarse por completo, al conocer o
recordar que es su Patria la que durante muchos siglos fue a la cabeza de la
civilización del mundo”. Como podemos advertir, lo que promueve y propugna es un
regionalismo sentimental, en nada contrapuesto, sino coadyuvante al
afianzamiento de un profundo españolismo. Un regionalismo moderado y desvaído,
fundamentado en lo cultural, de clara resonancia burguesa y componente
elitista, un tanto de espaldas al “drama de Andalucía”. Pese a ello, Cagigas
afirmaría que Bética es una “revista
constituida en bandera de la región”. A fines de 1915, Bética
vuelve a insistir en las posiciones ya señaladas y recuerda que “nuestro
regionalismo es un regionalismo sano, esencialmente patriótico”[1].
La revista comienza a tener problemas, que se acentuarán en 1916. Ante las
dificultades económicas que atravesaba el Ateneo para poder pagar las obras de
reforma, en el curso de 1915-1916, se dejó de abonar la subvención de 100
pesetas a Bética porque no era ni
nunca había sido órgano del Ateneo. A consecuencia, en 1917 desaparecerá
Bética, pero su ocaso coincidió con el nacimiento de un movimiento
regionalista, de base pequeñoburguesa y planteamientos sociopolíticos
radicales, combativo y decididamente incardinado a la problemática andaluza,
que se expresaba a través de una nueva revista, Andalucía, propulsora de una concienciación andalucista, frente al
sentimiento narcisista y culturalista de Bética.
Todo parece indicar que la vida de esta revista se encontró estrechamente
ligada a la trayectoria y vigencia de un proyecto regionalista minoritario y
esteticista, que fue prontamente desbordado y solapado por el movimiento
andalucista, portador de un regionalismo más auténtico, implicado en la
Andalucía real y dando la cara a sus problemas. Durante su breve existencia, Bética se ocupó de temas andaluces
del más variado tipo. De todas maneras, se pueden apuntar tres líneas
fundamentales. Por un lado, los aspectos culturales (arte y literatura) y las
reflexiones sobre Andalucía y los andaluces, combinando el tono poético con los
análisis científicos. Por otro lado, un amplio abanico de artículos teóricos
sobre el regionalismo; en unos casos versando sobre el ideal andaluza, en otros
sobre la Mancomunidad, también sobre el contenido del regionalismo y, por
último, sobre cuestiones diversas relacionadas con los planteamientos
regionalistas: patria, región, patriotismo, etc. Por último, hay una constante
preocupación por el tema de la tierra y de la agricultura andaluza, aspecto
sobre el que se publicarán análisis encontrados e, incluso, contrapuestos.
Pero, en cualquier caso, las páginas de las revistas servirán de plataforma
abierta a la discusión y al debate. En suma, Bética surge en el ámbito cultural e intelectual
ateneísta, de espectro, sociológico e ideológico, burgués moderado. En una
primera etapa, más o menos hasta fines de 1915, será un medio abierto a todas
las preocupaciones sobre Andalucía y lo andaluza, aunque muestre una clara
inclinación a posiciones culturalistas y de un nítido españolismo. No hay nunca
una contraposición Andalucía - España, sino una simbiosis. Tras la polémica
sobre el regionalismo, y la aparición de la revista Andalucía, optará
decididamente por la vía regionalista cultural, no exenta de narcisismo e
idealismo, posición que mantendrá hasta su desaparición en 1917. A lo largo de sus poco más de tres años de vida en sus páginas
aparecieron firmas y trabajos importantes. Es innegable que fue cauce y
vehículo de expresión de inquietudes, con lo que ayudó a difundir, aunque en un
medio concreto y limitado, la preocupación por Andalucía. Bella en su edición,
fue interesante y rica en contenido. El modernismo de su maquetación y diseño,
se podría aproximar a la corriente artística regionalista, plasmando así una
íntima correlación entre fondo y forma. De línea un tanto contradictoria en un
principio, en lógica correspondencia con los titubeos y la confusión existentes
en los momentos aurorales del regionalismo andaluza, fue paulatinamente
afianzando sus posicionamientos conservadores. En fin, efímera, pero nunca
mortecina, minoritaria, mas siempre incitante, Bética vino a ser, por todo ello, una pieza clave, fundamental en
el proceso de desenvolvimiento histórico del regionalismo andaluz. El I Congreso Georgista en Ronda. Durante su trabajo como notario en Cantillana Blas Infante
conoció a los ingenieros agrónomos Antonio Albendín y Juan Sánchez Mejíz, que
trabajaban en la zona haciendo el Catastro. Gracias a ellos Infante leerá Progreso y Miseria, de H. George. Infante acogió rápidamente los planteamientos georgistas y a
partir de éstos propugnó las reivindicaciones y la reconstrucción de la
personalidad de Andalucía, mediante un programa económico ajustado a los
principios de George. El afirmará en 1914 que “nosotros no aceptamos la
doctrina de George por ser él quien la proclama sino en tanto los Principios de
esa doctrina traducen los postulados del sentido común”. Al aceptar el
georgismo, en cierta manera, enlaza con la tradición agrarista española de
Campomanes, Jovellanos, y sobre todo, su admirado Joaquín Costa, y se ha
afirmado que eligió el georgismo en el cruce de su madurez “por entender que
aunaba los intereses comunitarios sociales con las libertades formales, en un
sistema adecuado al país andaluz”. El mismo Infante subrayó las diferencias que
separaban a los georgistas de los socialistas: “Estos (los socialistas) quieren
que todo lo existente sea propiedad colectiva, mientras que nosotros luchamos
por nacionalizar el valor intrínseco del suelo, excluyendo las mejoras, por ser
por su propia naturaleza un valor social. Excluimos, por tanto, los bienes que
el hombre adquiere por su propio esfuerzo”[2].
De acuerdo con todo ello, Progreso y
Miseria fue una especie de Biblia
económica para Infante, en consecuencia, sus planteamientos sobre la tierra no
se encaminaron hacia las expropiaciones forzosas y violentas, “sino a la
regularización del derecho de propiedad del suelo, rural y urbano, relevando el
sentido absoluto por el de posesión privada”[3]. En 1913 se desplegará la actuación georgista de Infante. El 10 de
enero, en El Liberal sevillano,
publicaba un artículo en el que se marca con toda claridad dónde radica la
sustitución racional del impuesto de consumos y todos los demás impuestos. Esta
actividad prosigue durante los primeros meses del año, siendo El Liberal la plataforma que utiliza
Infante para la exposición de sus posiciones georgistas. En mayo Infante participará en el I Congreso Georgista de Ronda[4].
Este Congreso y el georgismo, a la larga, resultaron elementos fundamentales
para el emergente regionalismo andaluz. Se ha señalado que “el andalucismo
militante se encontró de lleno, al elaborar un proyecto y alternativa
económicos, con la presencia de los fisiócratas andaluces”. Así, dos corrientes
se descubrían impulsadas por un móvil común: la regeneración de Andalucía. Al
encuentro entre autonomistas y fisiócratas no fue ajeno el enlace histórico que
la doctrina económica georgista tenía en la tradición agraria andaluza:
colectivismo, tierras del “común”; haciendas municipales autogestionarias e
impuesto único sobre el suelo. Por un lado, los fisiócratas, al reconocer el
pensamiento de George, enlazaban con la tradición, incorporando al proyecto
político autonomista una peculiaridad económica que les diferenciaba de los
planteamientos nacionalistas de los otros pueblos de España; por otro lado, los
andalucistas, por la dramática realidad agraria de Andalucía, daban prioridad
en sus planteamientos “al problema de la tierra y, específicamente, de la
agricultura”[5]. Por todo
ello, se producirá, desde ahora, una simbiosis de las dos corrientes y, a fines
de 1913, el Manifiesto a la región
andaluza, de la Junta Directiva de la Sección Sevillana de la Liga Española
para el Impuesto Unico, significará la aparición de los primeros planteamientos
andalucistas en el seno del georgismo. El debate sobre la Mancomunidad. En 1912 se abre, hasta 1915, la fase de los grandes debates sobre
Andalucía (la Mancomunidad, el ideal andaluza, las posiciones sobre el
regionalismo). Ellos son manifestación de la existencia de una preocupación
regionalista ya. En este año el tema en cuestión será el de la Mancomunidad. Es
la vía que en esa fecha parece brindarse a las regiones españolas. La tramitación en Cortes del proyecto de Ley de Régimen Local, de
1907, incluía normas sobre mancomunidades provinciales. La crisis del Gobierno
Maura en 1909 impidió que el proyecto se transformara en Ley. Pero la idea fue
recogida, en 1912, por los diputados y senadores catalanes que presentaron un
proyecto de Mancomunidad provincial. Ello dio lugar a un agrio debate político.
En septiembre de 1912 El
Liberal de Sevilla inició una campaña para movilizar a sus lectores entorno
a la idea de la Mancomunidad. Según Infante podría titularse “Necesidad de la
existencia político-regional de Andalucía”. Políticos y periódicos andaluces
intervinieron en el amplio debate. Se comienza planteando la necesidad de que Andalucía exprese su
opinión: “Andalucía debe decir cuál es su pensamiento y qué es a lo que
aspira”. Y se incita a que condense su espíritu para definir su personalidad
regional. Se pide que la región andaluza de fe de vida, mostrando la existencia
de un alto y vibrador espíritu regional. Se afirma que, aunque atenuado, “el
sentimiento de amor a la región existe”, pero que hay que estimularlo. Se
señala que en bien de Andalucía hay que “singularizar los rasgos de nuestra personalidad
regional”. Y se concluye apuntando la conveniencia de reunir en Sevilla en
Asamblea a representantes de las ocho provincias andaluzas “para unificar un
pensamiento, un criterio y una acción que llevar al Parlamento”[6].
Es el primer aldabonazo, el arranque de una confrontación que se mantendrá a lo
largo de los meses de septiembre y octubre y que rebrotará años después, en
1914 y 1915. El Liberal volverá a
insistir en la cuestión: se reafirma la idea de la Asamblea de las ocho
provincias andaluzas para “un unánime impulso de acción y de iniciativa”,
rechazando “la pasividad suicida, la actitud de indiferencia”. Repite que
Andalucía, por el idioma, costumbres, étnica, estructura geográfica, etc. “es
una región con vida propia, con personalidad de tan marcadísimo relieve, que
ciego sería el que la excluyera de la clasificación de región, en todo el
extenso concepto de la palabra”, pero, en cambio, no es muy vivo “el
sentimiento que esa patria ampliada, intermedia entre la patria grande y la
patria chica, despierta en el corazón de sus hijos”. Por ello, hay que avivar
el sentimiento andaluz, no para que nazca, pues está latente, sino para que
salga a la superficie de la vida política y social, y produzca sus inmediatos
resultados. Se vuelve a pedir la reunión de la Asamblea de las ocho provincias,
“para que determinen lo que especialmente la región debe hacer ante el proyecto
de Mancomunidades, y en general, de todo cuanto afecte a sus intereses y a su
porvenir”[7].
Hay, pues, la afirmación regional de Andalucía, desde los supuestos lógicos
empleados en la época. Y junto a ello
se sugiere la necesidad de adoptar una posición clara con respecto al tema de
la Mancomunidad. Prensa y políticos opinan sobre la cuestión suscitada. En
particular sobre la idea de la Asamblea de las provincias en Sevilla.. El Diario de Huelva afirma que es “de las
que deben convertirse en realidad en el más breve plazo posible para llegar a
importantes acuerdos”. Por su parte, La
Idea, de Jerez, se muestra partidario de la Asamblea. Entre los políticos,
Rodríguez de la Borbolla se declara partidario también de la Asamblea, así como
de que Andalucía asuma la Mancomunidad y siga el camino que está abriendo
Cataluña[8].
El debate está en marcha. Y se extiende y amplía por momentos. El Liberal busca “hacer surgir,
fortaleciéndolo en intensidad, en bríos y en entusiasmo, el sentimiento de la
región, que en Andalucía amustian y debilitan múltiples causas y agentes”. En
los planteamientos de este periódico hay una defensa del regionalismo andaluz,
de sus posibilidades y ventajas. Es un paso más en el proceso de su más amplia
difusión y conocimiento. En esta perspectiva, la Mancomunidad se contempla como
la forma política que puede guiar y favorecer el arraigo generalizado de ese
sentimiento. Entre los políticos se configuran dos posiciones ante la
Mancomunidad. Los partidarios y los enemigos de aplicar a Andalucía el proyecto
de Mancomunidad. Las razones básicas que ofrecen los partidarios (como Méndez
Bejarano, Sánchez Pizjuán, Coto Mora, Rodríguez de la Borbolla, etc.) son que
en Andalucía se dan mejores condiciones que en ninguna otra región, que ese
debe ser el medio para conseguir la prosperidad de Andalucía y que puede ser
igualmente un ariete para luchar contra el centralismo. Por su parte, los
contrarios (como Alcalá Zamora, Federico Laviña, etc.) exponen que hay que
atender primordialmente a vigorizar los municipios, que en Andalucía no hay
sentimiento de asociación entre las provincias, que se carece de espíritu
regional, que no existe, “ni existió jamás”. El proyecto de Mancomunidad, elevado a las Cortes, fue aprobado
finalmente por Real Decreto de 18 de diciembre de 1913. En la exposición de
motivos se decía: “En torno de estas aspiraciones se habían congregado, dentro
y fuera de Cataluña, núcleos poderosos de opinión, que de mil modos propugnaban
por acreditar su fe en estas soluciones, inclinando el ánimo del gobierno para
que se resolviera a implantarlas”. En su parte dispositiva, se concedía alas
provincias limítrofes, con características históricas y culturales comunes, la
posibilidad de constituir Mancomunidades, con personalidad jurídica propia, así
como con una serie de competencias de carácter administrativo que provenían de
las provincias que se mancomunaban, y no del Estado, que se limitaba a
reconocer la Mancomunidad, pero sin concederle competencias. Cataluña se acogió a este Decreto, el 29 de marzo de 1914,
creándose una Mancomunidad. Las atribuciones de la Mancomunidad eran las mismas
que de las provincias, con la ventaja de que estaban unidas. Se intentó que
cristalizara en Castilla, País Vasco, etc., pero fracasaron. Lógicamente, en Andalucía el tema volvió a rebrotar en 1914.
Desde las páginas de Bética se
mantuvo que resultaba evidente la conveniencia para Andalucía de organizarse en
Mancomunidad por la riqueza y extensión de la región, que al articularse por
este medio podría situarse en un grado de prosperidad y de cultura
incomparables, por la necesidad de organizar, mejorar y crear comunicaciones
internas, rompiendo barreras y estrechando lazos entre las diversas partes de
la región, para potenciar y favorecer el desarrollo de la enseñanza y la
cultura, además, se podrían poner en marcha reformas (transportes, mejoras
agrícolas, facilidades financieras, etc.) que redundarían en beneficio de la
región y aumento de la cultura y del tráfico y, por tanto, de la riqueza y
prosperidad de Andalucía. Para llevar todo esto a la practica hace falta un
estado de conciencia y de voluntad colectiva, que supone solidaridad de miras e
intereses. Este espíritu distinto es el que no parece existir en Andalucía, y
es necesario insistir en él. El camino debe ser la propaganda activa y por
todos de lo que es y de sus ventajas. Y hay que desvanecer el prejuicio
antirregional. El espíritu de región, el amor a la patria chica, a lo que
caracteriza particularmente a los distintos engranajes de la máquina total de
un pueblo, no mata ni perjudica al supremo amor de la patria. Lejos de ello, el
bien de la parte redunda, por el contrario en bien del todo. Se trata, en suma,
de una posición plenamente favorable a la creación de una Mancomunidad de
Andalucía, propuesta desde el órgano del regionalismo culturalista. Por su parte, Blas Infante insistirá en las ventajas de la
Mancomunidad para fortalecer es espíritu regional andaluza, pero subrayando, a
la vez, los graves problemas que acarrearía y que, en la práctica, la hacían
inviable. Señalaba que “la institución de Mancomunidades tiende a hacer
coincidir con los de vitalidad natural los centros de autarquía
administrativa”. Su finalidad era cohesionar en un cuerpo regional la
fragmentación provincial, para eliminar así obstáculos a su desarrollo. Pero
Andalucía no puede entrar debido, por un lado, a la debilidad de su espíritu
regional, “que no es suficiente para establecer entre las disgregadas
provincias andaluzas una asociación tan elemental como la que se necesitaría
para construir la Mancomunidad Bética”. De otro lado, porque sin “un espíritu
patriótico regional” resultaría hasta perjudicial la creación de un nuevo
centro burocrático, que acabaría siendo un instrumento más entre los que hoy
sirven a los oligarcas caciques. En suma: “con decir que los municipios no
podrían subvenir a los gastos de la Mancomunidad está dicho todo, con lo cual
la Mancomunidad andaluza carecería en absoluto de recursos económicos”[9]. No cristalizó el proyecto, pero sirvió para catalizar
inquietudes, difundir opiniones y posiciones sobre el entendimiento de
Andalucía y de “loo regional” y, sobre todo, abrió el camino a unos decisivos
debates que incidieron y profundizaron sobre las vías regionalistas y el
peculiar contenido del ideal andaluz. Por todo ello, a más de clarificar el
calado del tema regional a la altura de 1912, vino a ser una pieza altamente
significativa en el proceso de posterior configuración del andalucismo. Los
debates sobre el Regionalismo Andaluz. A partir de las cuestiones planteadas en 1912, 1913 y 1914 la
idea de regionalismo andaluza se va precisando. Se constituye la primera fuerza
organizada del regionalismo andaluz. El Ateneo de Sevilla es foco de
discusiones. Aparecen artículos al respecto en la prensa andaluza. Hay temas
sobre esta problemática en los Juegos Florales. En una palabra, el regionalismo
parece flotar en el ambiente. Hasta Alcalá-Zamora, diputado a Cortes por La
Carolina, hablará, como le habían pedido en el Ateneo, de regionalismo
andaluz, aunque de manera confusa y desorientada, en su discurso de mantenedor
de los Juegos Florales hispalenses, el 12 de mayo de 1914. Tres ideas
esenciales vertebran su exposición: a)
Lo esencial es fortalecer a la nación: «Nuestra misión actual consiste en
fortalecer a España, formar un pueblo donde se inculque el sentimiento que es
ideal grande y colectivo de la Nación»; b) Hay que diferenciar entre
regionalismo político y regionalismo sentimental: «En Andalucía no se ha
desarrollado el regionalismo político. Fue. Sin duda. un bien inmenso para
Andalucía y para España toda, que no surgiera aquí [...] un regionalismo
político [...] Pensad que formamos la región más grande de España, la más rica
y la más fuerte [...] Vale más no pensarlo, porque estaríamos, no ante un
problema, sino ante una desdicha ¡irreparable; no ante una inquietud, sino
frente a un desastre»; c) Defensa de un entendimiento de
Andalucía: «Una Andalucía de Ciencia, de Cultura, de aplicación constante de la
Justicia y de intensidad en el cultivo de la tierra», pero como parte
integrante de otra región mayor: España, que es nuestra Patria[10]. Blas Infante, comentando el discurso,
señalaba la contradicción que significaba reconocer la existencia de una
Personalidad andaluza y la negativa a su configuración político-administrativa. Hubo críticas a los Planteamientos de Alcalá-Zamora. Dos días
después de su conferencia, El Liberal atacaba
con irónica dureza, tanto el centralismo del orador, como su deseo, expreso, de
subordinación de Andalucía a Castilla, así como también la Pobreza y debilidad
del regionalismo Político andaluz. Se decía allí con cierta sorna: «Don Niceto,
como andaluz, es enemigo Personal de Prat de la Riba y Cambó y demás apóstoles
mancomunadores. Nosotros muy regionalistas sí. Pero con el regionalismo del
ceceo, de la tauromaquia y de los "golpes" de gracia; nunca con el
regionalismo político que pudiera ser una amenaza». Y se apostilla:
«Amenaza lo es ya en otras partes; aquí sería una realidad»[11]. De un año a otro, pues, el contraste en los Planteamientos sobre
el regionalismo en general y el andaluz en Particular. Ello venía a
reflejar la presencia de dos Posiciones al respecto que, en síntesis, serían:
una, defensa de un regionalismo político (Propuesta de Cambó); otra, rechazo
del regionalismo político y apoyo a un sentimiento regional (oferta de Alcalá-Zamora). Eran también,
en ultimo análisis, las dos Posturas que comenzaban ya a perfilarse y
confrontarse en la misma Andalucía. En 1915 el movimiento regionalista continua ganando terreno. Es
habitual que en los actos culturales y Políticos se hagan constantes alusiones
a la Personalidad regional. Frente a la visión tópica, comienza a abrirse paso
una nueva concepción de Andalucía, amante de la vida, alegre de vivir, Pero
consciente de su responsabilidad; libre de prejuicios, honrada. trabajadora,
ansiosa de saber y de progresar. Y ya el desarrollo del regionalismo andaluz no se halla
circunscrito sólo a Sevilla, sino que se extiende a otras ciudades. Así. en
Granada, se manifiesta en los círculos georgistas y con la Publicación de la
Revista Andalucía, que defiende «valientemente
la resurrección y Purificación de Andalucía en todos los órdenes, la necesidad
de su afirmación política»[12]. Por su parte, en ese mismo año, Blas Infante se encuentra en un
momento crucial de su vida. Ante él, se ha dicho, se abre una disyuntiva: o “la
tentación contemplativa, del intelectual de gabinete y Ateneo, con tendencia a
instalarse en la comodidad”. o bien “las urgencias de una lucha por lo que se
cree justo”. Finalmente, se decantará hacia esta dirección, resolviéndose a
“asumir la responsabilidad de un movimiento andalucista capaz de actuar
políticamente”. Hay ya, pues, una
idea que se va precisando, unos hombres dispuestos a llevarla a cabo y un
líder decidido a encabezar y dirigir el proceso desatado. Una ultima
clarificación el debate sobre el
regionalismo terminará delimitando finalmente las posiciones, en donde se está;
hacia donde se va, y dejando franco y nítido el camino al despliegue del
andalucismo. Las vías del regionalismo andaluz. Las dos posiciones sobre el regionalismo
andaluz. En 1914 y 1915, estrechamente
vinculado al complejo y controvertido emerger regionalista, aparecen dos
importantes cuestiones, que vienen a insertarse y a enriquecer el proceso ya en
marcha. De un lado, el progresivo delineamiento de dos posicionamientos antitéticos
ante el fenómeno regionalista, que obedecen a dos concepciones radicalmente
distintas: la que lo entiende fundamentalmente como una preocupación cultural
y sentimental, con el Ateneo sevillano como núcleo y Bética como plataforma, y aquella que lo considera, en lo
sustancial, como un medio para transformar la realidad y que dará lugar al
andalucismo, cada vez más interesado por la problemática social, lo que le
llevará, desde sus mismos inicios, a una reflexión sobre la cuestión agraria
como aspecto medular de su proyecto regionalista. De otro lado, y fruto lógico
de las inquietudes dominantes, un debate teórico, con vocación de sustento de
la praxis, sobre qué es el regionalismo andaluz, que en cierta medida abre 1.
de la Cagigas, y en el que, entre otros, participarán B. Infante, R. Castejón y
Cortines y Murube. El dejará definitivamente claro ese doble y distintos
entendimiento del fenómeno regionalista en Andalucía. Ya se ha apuntado cómo, desde sus mismos principios, en el seno
del movimiento - del impulso regionalista en Andalucía se diseñan dos actitudes
con respecto a su sentido y entendimiento: la conservadora, moderada y
preocupada esencialmente por la vertiente cultural; la radical, de fuerte carga
política, orientada hacia la consecución de un cambio cualitativo
socioeconómico. Se ha señalado que lo que Cortines y Murube. J. M. Izquierdo y
todo el grupo literario del Ateneo sevillano pone en marcha es un “regionalismo
ensoñador”. Era un idealismo poco o nada operativo a nivel político, que sólo
aspiraba a librar a Sevilla y Andalucía de la leyenda negra que pesaba sobre la
forma de ser de sus habitantes. ya sacarla del hundimiento económico y
cultural en que se hallaba”. En esta
órbita, y relacionado igualmente con Bética
y el Ateneo. se puede situar a otro núcleo de intelectuales y escritores
(J. Carretero Luca de Tena, A. Jardón, C. García Oviedo...) que, desde un
esencial “españolismo”, adoptan posiciones críticas ante el movimiento
regionalista y sus desviaciones, y defienden unos criterios de
descentralización administrativa. Se articula, de esta forma, un bloque social
e ideológico que postula, y expresamente se expone en Bética, “un regionalismo sano, patriótico, porque su fin es, al
realzar las glorias regionales, ensalzar la Patria. a nuestra amada España. Y
Andalucía, como una de sus hijas amantísimas y predilectas”[13]. Estamos pues, ante una muy singular comprensión del regionalismo
como propuesta que tiende a afirmar la patria, “lo español”, a través del
ensalzamiento de lo regional. No hay, en esta perspectiva, un replanteamiento
de la organización del Estado, ni un proyecto de transformación de la realidad;
sólo la defensa de unos valores culturales y espirituales regionales que, al
ser realzados, permitirán una mayor gloria “a nuestra amada España” y, con
ello, se hará posible que los españoles piensen en españolizarse por completo”.
Desde este esquema de valores se plantea que Sevilla “haga su afirmación de
capitalidad”, pero sólo de Andalucía Baja y quizá, de Extremadura, ya que “la
Andalucía alta tiene su foco espiritual, independiente y en pleno renacimiento
en Granada”. No se ve, pues, Andalucía como
una unidad, como una totalidad coherente; prima, por encima de todo, lo
cultural; hay un españolismo inmanente que propugna, como objetivo último, al
que hay que encaminar las tareas, la afirmación de España y de lo español. En
suma: culturalismo burgués, un espíritu españoIista, antieuropeo, moderación y
reticencia ante el hecho regional que, en cualquier caso, debe ser orientado en
el sentido previsto. Estas serían, en síntesis, las características más
sobresalientes de esta alternativa regionalista andaluza, que básicamente
postulan las revistas Bética y La Exposición. Frente a esta opción, otra diferente se va precisando. Tiene en
Blas Infante su hombre más significativo. “El regionalismo andaluz no ha de ser
monárquico ni antimonárquico, republicano ni antirrepublicano. Acatará las
instituciones que consagre la voluntad popular (no ha de ser conservador de los
conservadores, ni liberal de los liberales, ni demócrata de los demócratas); ha de ser algo con criterio
independiente. pragmatista. con la mirada siempre en el ideal y en la prudente
remoción del obstáculo que embarace su camino”[14].
Se bosqueja, en estos momentos de arranque, un regionalismo con
un escaso contenido político y profundo sentido regeneracionista; es de señalar
igualmente una expresa indiferencia hacia la forma de régimen y de gobierno,
quizá más táctica que realmente sentida, ya que esta corriente regionalista
mostrará, de inmediato, su vocación republicana federal, enlazando así con la
tradición decimonónica de la que se considera heredera. Sus partidarios coinciden en una idea: “La necesidad de ingerir a
Andalucía savia pujante de renacer, para que, como unidad distinta, se levante
y trabaje por la obra de su propio engrandecimiento, elaborando nuevas energías,
para concurrir con éxito en la empresa común de las Regiones españolas; el
Progreso de la Patria Nacional, y, por este Progreso, el de la Humanidad,
patria común de todos los hombres”. Se combinan y complementan tres ideas
básicas: ideal regeneracionista, de la nación por la región, antiseparatismo el
progreso regional llevará al progreso nacional, e internacionalismo de la
patria a la humanidad. Serán, desde ahora, principios angulares del naciente
andalucismo. Quienes apoyan este regionalismo defienden, como ideales próximos
el fortalecimiento regional y los medios para conseguirlo. Para ello hay que
desterrar los males de Andalucía. aplicando los remedios adecuados. “Hay que
dirigir espiritualmente al pueblo andaluz, hay que penetrar hasta el fondo de
su genio y hay que fortalecer el
sagrado de su cualidad, defendiendo
su personalidad mediante el despertar
de su patriotismo, que tanto quiere
decir como dignidad, y hay que encender
los cerebros apagados mediante una acción pedagógica intensa y adecuada”. Y hay
que resolver el problema clave de Andalucía; el de la tierra, nacionalizándola
o “regionalizándola”. Se hace así patente la preocupación por la cuestión
agraria, que también se halla en la
otra corriente regionalista, aunque con soluciones diferentes, desde los mismos
comienzos del andalucismo. En este decisivo 1914, Blas Infante expone ya que “es el campo la
primera fuente donde la Ciudad ha de buscar la savia que Andalucía necesita
para la obra de su resurgimiento. Y ante los evidentes problemas que ofrece, se
propone la fórmula georgista: El Impuesto Único sobre la tierra desnuda y los
agentes naturales. Infante señala que “Andalucía, más bien que manufacturero,
es un país agricultor”[15].
Y presenta una desequilibrada estratificación social: “Una clase opulenta, territorial,
absentista y estéril. Una clase media escasa y pobre de espíritu, una masa
inmensa de jornaleros. He aquí Andalucía”. El problema clave es la distribución
de la tierra, “cuya solución hará independiente y rico al pueblo andaluz, ya
que sólo con una sólida clase media campesina ese puede construir un pueblo en
un país esencialmente agricultor”. Desde
esta premisa fundamental, Blas Infante expondrá sus ideas sobre lo que
considera los tres problemas cruciales del campo andaluz. Discurrirá, en primer lugar, sobre la estructura de la propiedad
y el problema del latifundismo; y entenderá que el latifundio, en Andalucía, es
la base «de todas la realidades tristes que acusan en nuestra Región la
existencia de un cuerpo muerto». “El sistema tributario y la anarquía
político-administrativa ayudarán, naturalmente, a la obra de la
acumulación". En segundo lugar se ocupará del campesinado que, ante el triunfo
del latifundio, se ve reducido a ser jornalero: “La gran propiedad territorial
absorbe la pequeña. El latifundio triunfa”. Y así, en Andalucía, la acumulación
de la propiedad ha impedido que se forme una clase media campesina de
propietarios de tierras, que son “la base más firme de la existencia de un gran
pueblo”. Por último, bosquejará los miserables modos de vida de ese
campesinado, “nutriendo sus organismos con el clásico gazpacho; viviendo en
míseras covachas, alimentando a una familia numerosa con el jornal de treinta cuartos,
y, totalmente analfabeto”. Y apuntará que “Andalucía se redimirá cuando sobre
los cimientos de la obscura gañanía, donde pena el pobre jornalero, se levante
la granja luminosa, donde viva, trabaje, gane y estudie el campesino andaluz”. En suma: una visión crítica, dramática,
sobre el panorama desolador que mostraba el campo andaluz. Frente a los radicales planteamientos andalucistas ante el
problema de la estructura de la propiedad y la cuestión agraria, los hombres
del regionalismo culturalista» mostraban unas posiciones mucho más burguesas,
tecnocráticas y conservadoras que, en definitiva, trataban sutilmente de
justificar y mantener el status quo. Por una parte. se argumentaba que
si se llegase al reparto de las tierras, el campesino caería en la miseria y el
desorden, y sobrevendría la crisis agraria. Se apuntaba, por otra, a soluciones productivistas de cariz tecnocrático, necesidad de la
industrialización de la agricultura; estudio del tema de los cultivos intensivos;
amplia información, etc. Se insistía, otro razonamiento, en la rémora que era
el campo para la clase ciudadana; en el bajo nivel de preparación del campesinado,
así como en la deficiencia de su preparación y conocimientos técnicos para el
trabajo. Se rechazaba la actuación sindicalista, aduciendo que los fines que
esa propaganda realiza no son fines de regeneración de la clase proletaria,
sino fines políticos. proponiendo, a cambie, las soluciones que la acción
social católica ha dado. Como se advierte sin dificultad, se trata del anverso y del
reverso. Frente a la postura andalucista que perseguía el cambio estructural,
la del regionalismo cultural se aferraba a la conservación de lo existente
bajo el manto de razones pretendidamente descalificadoras o de inocuas reformas
puramente técnicas. En una palabra, frente a la ruptura. la permanencia. Toda
una clave de la esencia profunda de las dos corrientes regionalistas en
presencia en Andalucía. Pero ¿qué caracterizaba esa posición que venimos denominando
andalucismo y que desde sus inicios
lidera Blas Infante? Para el profesor Acosta el andalucismo fue un “movimiento
de carácter nacionalista que desde mediados del siglo pasado. Primero a través
del federalismo y luego del regionalismo, asumió las tareas de la
reconstrucción de la historia, cultura e identidad del pueblo andaluz, así como
de la unidad y la autonomía de Andalucía”,
Es pues, así entendido, un fenómeno de larga duración en la Andalucía
contemporánea que, con sus raíces en el ochocientos, rebrota en la segunda
década del novecientos, reformulado y guiado por Blas Infante. Se forjará en
dos yunques: a uno social, el problema crucial de la tierra, que puso en
contacto al idealista regionalismo bético con la historia de Andalucía, y
otro político, la cuestión federal, que le ofreció los conceptos movilizadores
de soberanía y autonomía del pueblo andaluz. Aún habría que añadir el hecho fundamental de la dependencia
económica: Mientras que los rasgos del catalanismo o del nacionalismo vasco
enlazan con los procesos de industrialización de ambas áreas, andalucismo y
galleguismo son movimientos regionalistas de signo opuesto, que reflejan las
situaciones de dependencia de ambas regiones en el marco del Estado y del
mercado españoles. En concreto, el andalucismo surge de la protesta contra los
mecanismos de dominación que frustran en Andalucía la revolución burguesa a lo
largo del XIX: expresa la aspiración a constituir una clase media que no ha
podido afirmarse con el fracaso de la industrialización, el control por el
capital extranjero de las explotaciones mineras y el balance de las desamortizaciones.
Por todo ello, el andalucismo nace como producto de unas minorías
intelectuales ajenas al sistema de partidos de la Restauración. El esquema
mental de Blas Infante preveía un desdoblamiento entre el protagonismo de esa
clase media que adoptaría la conciencia regional (y anticaciquil) como fruto de
la predicación de los intelectuales, y la captación de las masas jornaleras que
habían de secundar a los primeros, al tiempo que proporcionaban el símbolo de
la lucha. El andalucismo, a lo largo del primer tercio del XX, se
desarrollará, básicamente, sobre tres planos. Uno, por la recepción de
fenómenos con su vértice en Cataluña, los Juegos Florales; la Mancomunidad, más
la fijación de unos sólidos principios teóricos medulares, mediante el recurso
a debates vivos y abiertos. En segundo lugar. por la asunción de la crisis
española y la decadencia andaluza, lo que lleva a la recuperación del pasado
histórico como revulsivo de la nueva conciencia andaluza. Finalmente, por la
sensibilización de la pequeña burguesía por el problema de la tierra, que
pasara a ser eje de la identidad andaluza. En relación con este aspecto, es él
quien define la especificidad del regionalismo andaluz en el contexto de los
regionalismos hispánicos, como ya vimos, así como su aproximación creciente al
anarquismo. Por ultimo, se ha señalado que el andalucismo “nunca pudo
cristalizar en fuerza política, en partido político”; y ello, además de por
otras razones de fondo que más adelante examinaremos, por el hecho sociológico
de encontrarse comprimido entre “una derecha interesada en la práctica
centralista, especuladora y explotadora, y una izquierda con planteamientos
internacionalistas”. En consecuencia. “la reivindicación regionalista andaluza
hubo de limitarse a sobrevivir, a sostenerse como tradición ininterrumpida”. El debate sobre Andalucía. El debate y la formulación del regionalismo, que en su momento ya
habían hecho otros pueblos de España, se plantea en Andalucía en estos años
preliminares del renacer andalucista. Desde un principio, como hemos visto el
tema está presente en escritos y discursos. Pero en 1914-1 915 la cuestión se
abordará abiertamente, en especial, a través de las páginas de Bética. El
debate permitirá exponer un abanico de concepciones sobre el regionalismo, como
sustento teórico de una venidera praxis. Apuntada por Blas Infante será
analizada ampliamente por I. de las Cagigas. Opiniones varias terciarán en la
polémica. destacando los trabajos de Cortines y Murube y R. Castejón. Blas Infante, en 1914, reflexiona sobre los conceptos Patria y
Región. Señala que se ama el solar porque allí se nace y se modela la
personalidad; se ama la raza, “porque en el seno de la raza tiene nuestra personalidad
su raíz”; se ama el genio de la raza, “porque éste es un compuesto psicológico
del que somos elementos activos”. Al amar a la patria a través del solar, la
raza, su genio, sus ideales y creaciones, amamos “las condiciones que
moldearon nuestra vida en nuestra personalidad y que prestan a sus naturales
deficiencias el necesario complemento”. En “el objeto resumido de esos amores
consiste la Patria” y, frente a la Patria está el amor consciente hacia ella,
que constituye el patriotismo. Pero este concepto de patria hay que trasladarlo a regiones y
ciudades y saber que hay que “despertar el patriotismo a ellas correspondientes
como condición y estímulo de vida de las regiones y ciudades; antecedentes del
patriotismo nacional y base de engrandecimiento de la patria española".
“La región es una patria intermedia entre el municipio y la nación. La patria
regional está, por tanto, constituida por las condiciones regionales que determinan
nuestra personalidad y por las que conspiran a su tiempo en esferas
supraregionales, es decir, en el pugilato entre las demás regiones por el
progreso de la nación". En esta perspectiva, “Andalucía no es una ficción,
es una realidad patente, cuya existencia no puede ser puesta en entredicho”.
Por ello hay una patria regional andaluza. El proyecto de Infante perfila un programa
regionalista-regeneracionista que
busca el fortalecimiento municipal y el engrandecimiento regional como forma y
camino de la regeneración nacional. En conclusión, las ideas que se postulan
son: a) España es una “sociedad natural de regiones”; el amor a la patria
municipal, provincial y regional no dificulta, sino que ayuda, al patriotismo
nacional; b) Por el fortalecimiento regional se consigue la regeneración
nacional; el camino de salvación nacional está en el desarrollo de las
potencias regionales; c) Andalucía. en este contexto, es una región y una
patria regional, cuyo sentimiento hay que vitalizar e impulsar, para fomentar
sus fines propios y alcanzar el fin común de regenerar España. De esta manera, el andalucismo irrumpe como una fuerza más en el
conjunto de los otros regionalismos españoles, con la finalidad de cambiar
Andalucía y, con ello, ayudar al engrandecimiento nacional. Así queda claro que
el sentimiento regionalista no sólo
no rompe el patriotismo español, sino que es un ingrediente para su
fortalecimiento. Frente al separatismo -aspiración
antisolidaria que tiende a sustraer de la sociedad nacional, para constituir
un todo social y político en absoluto
independiente, uno de sus términos regionales-, el regionalismo -“sistema de organización social natural
que proclama el reconocimiento político y administrativo de cada uno de los
términos regionales. componentes de
la nación dentro de la sociedad nacional”- se presenta como una forma de
estrechar y desarrollar la unidad y la grandeza nacional. A Infante, además del
análisis teórico del fenómeno, le interesa poner de manifiesto su entidad
sociopolítica y papel en la España del momento. Y todo ello desde la
perspectiva de Andalucía como razón sustentadora da su proyecto peculiar. Como coronaci6n de todo ello y, a la vez, movimiento de
regeneración andaluza, situará el regionalismo que, para Andalucía, es “la
renovación más intensa de su constitución”, pero. siempre concertando el ideal
de la región con el de la patria indivisiblemente querida y ofertando fórmulas
para el porvenir nacional: federalismo, iberismo... La preocupación por la
tierra y el campesinado y la fisiocracia como doctrina económica, se consideran
elementos inherentes al regionalismo andaluz. Por su parte, también se explaya sobre esta cuestión F. Cortines
y Murube. Edita en 1915 su vieja conferencia de 1907 sobre Patria y Región. Si en el momento de impartiría significó un paso
en el camino que el movimiento regionalista iba abriendo, ahora, al darla a la
luz años después, era una aportación interesante al debate en curso. A este
respecto, analiza el problema regionalismo-nacionalismo a través de tres
planos. En primer lugar, hace unas consideraciones sobre la nación, a la que ve como un conjunto de
elementos (familia. municipio, comarca, región), que “son la pluralidad en que
la unidad Nación se resuelve”, aunque lo que constituye el vínculo nacional es
la solidaridad consciente en fines determinados. A continuación hace una defensa del regionalismo. La región implica la variedad en la
unidad. Ese es el caso de España. Y esa variedad no se opone a la unidad y
supremacía de la Nación. Por todo ello, el regionalismo es un sentimiento
legítimo, útil y razonable que hay que fomentar; y al ser una protesta contra
la corrupción política, demostró la existencia de energías nacionales, de
anhelos de renovación y grandeza de la Patria. Entiende el regionalismo como
“un sentimiento instintivo natural” y un repudio del centralismo, y
caracteriza las regiones por elementos objetivos e impersonales, el territorio
y sus accidentes, la raza, la lengua, la historia, el carácter, las costumbres,
el modo de ser y al Estado no le cumple otra cosa sino reconocerlas. Por
ultimo, rechaza el separatismo, insistiendo en que no debe nunca considerarse
como una manifestación del regionalismo. Y concluye afirmando que Patria y
Región no sólo son compatibles, sino complementarlas. Como se advierte, Castejón y Cortines y Murube entienden el
regionalismo como una vía de regeneración nacional y como un elemento reforzador
de la unidad; coherentemente, rechazan el separatismo. De nuevo, pues, se
insiste en la estrecha correlación regionalismo-españolísmo, tanto en general como desde la óptica
de Andalucía. En conjunto, hay una mezcla de teoría sobre el regionalismo sobre
une manera de entenderlo y análisis de su funcionalidad sociopolítica en
España. Y la peculiaridad de este enfoque estriba en que el regionalismo es
considerado, de un lado, como el sistema de auténtica vertebración nacional y,
de otro, como la vía de real recuperación económica, social y política del
país. Frente a la uniformidad, la unidad desde la variedad. En una palabra, la
España regionalizada en lugar de la
España centralizada. En este clima intelectual surge y se inserta el análisis de I. de
las Cagigas sobre el regionalismo. A partir de su conocimiento de la literatura
política europea y española sobre el tema, enlazando con los planteamientos
culturalistas decimonónicos -entonces dominantes- y teniendo a Andalucía como
punto de mira, construye su discurso. Según Ruiz Lagos, la interpretación de
Cagigas se apoya “en bases que buscan una autenticidad histórica y en unos
orígenes filosóficos idealistas que, en cierta medida, desconocen la mecánica
del factor socioeconómico, por otra parte, no aplicado en profundidad en
aquella época”. Parece también claro el carácter populista de su modelo
regionalista. Arranca reflexionando sobre tres conceptos básicos: regionalismo,
federalismo y nación-pueblo. Entiende Cagigas, que en su irrupción decimonónica,
el regionalismo representaba “la reacción de lo natural contra lo artificioso,
que opone a la unidad soñada e inmutable la variedad de la vida llena de
transformaciones y diferenciaciones". Es una concepción que podríamos
considerar vitalista y regeneracionista,
por cuanto significa un esfuerzo por articular y levantar seriamente el
país, desde el impulso vivo y vario de las regiones. En cuanto al federalismo, indica que no hay que confundirlo con
el regionalismo; lo considera la concepción política de quienes ven la nación
“como un conglomerado de distintas sociedades unidas entre sí por medio de
pactos hipotéticos”. Muestra con ello, a diferencia de Blas Infante, un
apartamiento de la idea federal. Por último, señala las determinantes para
definir una nación: territorio, unidad de la raza, idioma, religión, cultura,
derecho, arte, intereses materiales, historia, etc. Pero, en última síntesis,
“los pueblos son principios espirituales. La nacionalidad es propiamente un volkgeist, es decir, un espíritu social
o público”. El idealismo y el hegelianismo están patentes en esta concepción a
través de la que se ve la influencia de la teoría nacionalista de origen
germánico. Desde estos planteamientos generales sobre conceptos matrices,
desciende a ideas concretas sobre el regionalismo andaluz. Afirma que éste “no
ha podido aún ser cristalizado” y señala la necesidad que para llegar a él hay
de concentrar esfuerzos y actuaciones “en la intimidad de la región”, haciéndolo
brotar “de la masa del pueblo”. Lo considera especialísimo, característico, con fuerte corriente de simpatía
hacia las demás regiones y alejado de todo separatismo. Aquí está, de nuevo, el
binomio tan insistente andalucismo - españolismo; también se afirma la
solidaridad regional y se expresa la postura antiseparatista. Todo ello, moneda
corriente en las diversas reflexiones sobre el regionalismo andaluz de la
época. A partir de los principios teóricos antes bosquejados encuentra
los siguientes componentes de la realidad regionalista y, en particular, de la
andaluza: a) Territorio: plantea la variedad geográfica
andaluza y apunta, finalmente, a las tres posiciones que sobre la entidad
territorial de Andalucía, con el tiempo. se irán repitiendo: Andalucía
“escueta”; Andalucía “escindida” en partes; Andalucía “ampliada” con Extremadura
y Murcia; b) Raza: subraya la heterogeneidad étnica
andaluza, cuyo tipo resultante viene a ser puente entre el europeo y el semita;
c) Lengua: aquí defiende que es peculiar el castellano que hablan los
andaluces; d) Historia: busca singularizar. en la historia los
elementos en que Andalucía ha tenido un carácter propio y marcado; e) Hace, por último, unas sumarias
referencias críticas a la religión y
el misticismo, el derecho y la cultura, el arte y la música. Llega así a unas ideas finales a manera de balance, o
conclusiones. En síntesis, postula el “hecho regional” andaluz y, para su
despliegue y arraigo de cara al futuro, expone unas recomendaciones: a) hay que
concienciar a las masas populares para despertar sus sentimientos
regionalistas; b) el regionalismo, entendido como nacionalismo, “asustaría a los andaluces que son antes que nada
españolísimos”; c) aunque la historia
fundamente el regionalismo, “debe nacer mejor de la vitalidad que tenga
posteriormente”; d) hace falta un
Congreso Regional de las ocho provincias con representación sefardita, mora,
cristiana y latinoamericana, para que salga un credo único para practicarlo sin
diferencias ni antagonismos. Se trata de un conjunto de normas básicas para un programa de
acción regionalista, actividad que se considera necesaria para afianzar, en la
práctica, lo que teóricamente es una realidad innegable. La teoría de Cagigas arranca de planteamientos puramente
regionalistas, de base historicista y decimonónica, con un esquema y unos
factores que provienen del romanticismo nacionalista alemán. De todas formas,
ésa era la corriente dominante en aquellos momentos. Muestra un rechazo del nacionalismo, ante el peligro de derivar
hacia el independentismo o el separatismo, afirmando, con ello, la españolidad
de Andalucía. Como vimos, éstas fueron ideas habituales en los andaluces que
reflexionaron sobre el tema. Aunque Cagigas fundamenta su concepción
regionalista en el pasado. considera que su reforzamiento ha de hacerse sobre
el futuro. Hace también unas consideraciones sobre las diferencias entre nación
y Estado y, en relación con éste, no acepta el federalismo. En suma, tres precisiones
finales podrían hacerse: Cagigas representa una posición fuertemente historicista en el
abanico de teorías sobre el regionalismo andaluz. Además, concibe el
regionalismo como fruto del pueblo que los intelectuales racionalizan,
organizan y encauzan. Por ultimo, en
las dos corrientes que en 1914 están configurándose en el movimiento regionalista
andaluz, su ensayo aparece un tanto a caballo de ambas; de todas maneras, la
coherencia interna de sus planteamientos teóricos, y sus consecuentes posiciones
prácticas, le aproximan más al andalucismo. El ideal andaluz. Una pieza importante en la tarea de recobramiento de Andalucía, y
una de sus cuestiones iniciadoras, fue la confrontación sobre el ideal andaluz. El tema de fondo era la
búsqueda de la esencia y la realidad profunda de Andalucía a lo largo de su
historia para, desde una concepción fundamental, construir un proyecto de
futuro. La cuestión del ideal andaluz, que
irrumpía como debate intelectual entre 1913 y 191 5, presentaba, básicamente,
una triple dimensión. Por una parte, era una reflexión sobre el Ser y la
esencia del pueblo andaluz en la historia; un intento de desvelar el enigma que
permitiera conocer cuál fue el origen, ser y existir de los andaluces. En una
palabra: cómo se había construido la realidad histórica de Andalucía. Por otra
parte, era una faceta lógica del naciente regionalismo andaluz; a través de esta indagación sobre la
fenomenología histórica de Andalucía, se buscaba conectar con una raíces lejanas que fundamentaran su existencia,
trazando unos objetivos de cara al
futuro. Una ultima dimensión era la
regeneracionista, muy coherente con el momento en que el tema aparecía; las
inquietudes regionalistas andaluzas, como en buena parte las de los otros
regionalismo españoles, ofrecían una gran carga regeneracionista, ya que se
trataba de conseguir la regeneración de Andalucía como forma y camino de
alcanzar una regeneración española. Historicista, filosófico, esencialista, el debate sobre el ideal
andaluz venía a poner de manifiesto
la inquietud teórica. previa a la acción política. que embargaba a un puñado de
intelectuales andaluces. Con ello mostraban estar ansiosos por levantar su
tierra, como parte del esfuerzo más amplio de redención nacional. Con ello,
también, querían devolver al pueblo andaluz su conciencia y su orgullo de
serlo, a través del recobramiento de una historia singular. · Antecedentes y presupuestos. El debate sobre el ideal andaluz surge en el marco del Ateneo hispalense, decisiva ágora cultural
en la Andalucía de comienzos del XX; igualmente, uno de los focos originarios
del renaciente regionalismo andaluz. Si el Ateneo es la plataforma de
discusión, la revista Bética será el
vehículo de expresión de las principales aportaciones al debate. Estamos en los
cruciales años de 1913-1915, momento preliminar del resurgimiento de una
conciencia andalucista, y las controversias sobre el ideal andaluz iniciarán un camino por el que luego
discurrirá el andalucismo militante. De aquí la importancia del tema. Unas
palabras de J. Cortines Torres resumen y centran la cuestión: “La búsqueda del ideal
andaluz significó la aspiración por conseguir una gran Andalucía, muy distante
en los tiempos presentes de las lejanas glorias pasadas. El ideal llevaba en sí
el doble cometido de ser, por una parte, la luz que guiase los esfuerzos de los
andaluces preocupados por la "regeneración" nacional, y, por otros,
de acabar con la falsa leyenda pintoresquista, que sobre Andalucía pesaba como
consecuencia de un maltratado lastre postromántico. Debería encontrar aquellos
elementos que fueran característicos y suficientemente diferenciadores de la
idiosincracia de Andalucía, definir su sutil y velada personalidad”. En síntesis: recuerdo y nostalgia de un brillante pasado: ansia
de una necesaria modernización; indagación de los particularismos
configuradores de una realidad peculiar. Para los escritores andalucistas la época romana fue el momento
en que Andalucía surge con fisonomía propia, en el viejo solar tartésico. Según
Cagigas y Guichot, en la etapa árabe Andalucía desarrolla toda su vitalidad
expansiva y es el momento histórico en el que el ideal andaluz alcanzó su más
alto grado de realización. Con los Austrias y la decadencia española, Andalucía
perdió su carácter de unidad diferenciada. Habría que aguardar a principios del
siglo XX para encontrar una reacción contra esa decadencia y asistir a los
primeros intentos de un renacimiento. Así surge el ideal andaluz y su medio de realización, el movimiento
regionalista. Pero, a todo esto, ¿qué es el ideal
andaluz? ¿Qué significa, qué sentido tiene, esta expresión un tanto
metafísica? ¿Qué se quiere decir con ella? En líneas generales, y como una
primera y muy global caracterización, se podría considerar el ideal andaluz como la búsqueda y el
reencuentro de Andalucía con sus más propias raíces históricas, así como el
proyecto de futuro a conseguir que implica la plenitud de Andalucía y la liberación del pueblo andaluz que, por
ello, se haría responsable de su destino. En consecuencia, el ideal andaluz es un óptimo de
comportamiento colectivo que debe regir la solución de los problemas concretos
e inspirar el proceso regenerador. Necesariamente, la concepción idealista
buscará apoyo en tina concepción historicista de signo romántico, que sirve de
fundamento al propósito de superar la degradación vigentes. La búsqueda del ideal es la indagación sobre el ser
andaluz, sobre su cultura, sobre su plenitud histórica como pueblo. Y el deseo
de, una vez fijados esos parámetros, regresar a ellos; volverlos a poner en
vigor. Por ello, los andalucistas procuraron ahondar en las raíces de
nuestras manifestaciones folklóricas populares, como una base más para
construir un ideal político serio y honesto. El ideal se entrelaza, de esta manera, con el impulso regionalista. Un
periodista de la época, que sería luego un hombre significativo del andalucismo,
así lo entendía al señalar que allí donde se conservan por entero las
características de raza, las costumbres, el sentimiento, el concepto mental y
demás cualidades que componen el alma de un pueblo, alienta, sin duda, el
espíritu regional, el ideal, sin
cohesión acaso, tal vez sin la esperanza inmediata de una concreción eficaz,
pero tan real y ostensible, por lo menos, como el de otras porciones del
territorio significadas ya por sus resueltas orientaciones regionalistas. Hay ciertos antecedentes sobre la reflexión en torno a un ideal andaluz. Quizá el más importante
sea el granadino Ganivet; y, junto a él, algún otro, aunque ya en tono menor.
De la misma manera que J. M. Izquierdo idealizara su Sevilla, su Ciudad de la Gracia, Ganivet idealiza su
Granada la bella. En este libro,
realiza una reflexión sobre Andalucía desde
Granada y desde la concepción de la ciudad como ente con autonomía: No hay
nación seria donde no hay ciudades fuertes. La ciudad pasa así a ser un ideal o un núcleo esencial del entramado
de una realidad a construir. La ciudad, apunta Ganivet, tiene funciones
políticas y administrativas que todo el mundo conoce; pero tiene también otra
misión, más importante porque toca a lo ideal, que es la de iniciar a sus
hombres en el secreto de su propio espíritu. Sobre su pueblo andaluz comentará que “antes de ser español fue
moro, romano y fenicio” y afirmará que debería existir el reino de Andalucía.
Pensaba Ganivet que en la evolución histórica de España, en vez de un corte
Este-Oeste, que dio lugar a las dos naciones existentes (España y Portugal),
debió hacerse un corte Norte-Sur, que hubiera creado, al norte, el reino de
España y. al sur, el reino de Andalucía. Así se habría dado la correspondencia
de los hispánicos del sur con el antiguo Al-Andalus musulmán y de los del
norte, con la ruda España cristiana medieval. Por todo ello, para Ganivet, en
esta visión filosófico-antropológico-histórica, Andalucía merecería figurar
entre las naciones de Europa. De acuerdo con lo expuesto, en Ganivet el esquema general de
ideas es: 1) revalorización de la tradición española y, en esa línea,
españolización de Europa; 2) entendimiento del pueblo andaluz como crisol de
pueblos y de razas que debe, por ello, asumir ese pasado complejo; 3)
concreción del ideal expresado en una
ciudad: Granada la bella. Junto a Ganivet, otros autores, de menor entidad, son también
precedentes sobre el tema del ideal
andaluz. Así Manuel de Palacios y Olmedo, hombre del aforismo y del
pensamiento audaz y persuasivo. expresado en su libro Rielar de ideas. Para J. M. Izquierdo era “alma clásica [...],
sencilla, severa y ecuánime”. Según el profesor Ruiz Lagos, para Palacios el ideal andaluz era “euritmia, ataraxia,
sofrosine. Concepción vital helénica y paradisíaca, grandeza del alma de
Andalucía”. Su obra es “la estética poética de imaginar el alma de nuestro
pueblo”. Palacios es un sentidor, en
cuyo libro hay un deseo de ordenar la
conducta. En conjunto, el contenido doctrinal en Manuel Palacios no
conforma un sistema ordenado de pensamientos, sino un rielar de estados de alma. Todo cabe en él: reflexiones, juicios,
creencias, impresiones. esencias. Así, la filosofía de este libro de ideas
sería casi una poesía vital del andalucismo. En él. «el aforismo andaluz es la
dialéctica del símbolo, es, también, una indagación sobre la andaluza
“conciencia helénica diferenciada”. Busca la fuerza en el conocimiento
interior. Por su parte, otro autor, J. M. Salaverría planteará el tema del
latinismo e iberismo de Andalucía, en donde, afirma, se mejoran las civilizaciones.
Frente a esta occidentalización de las raíces andaluzas, I. de las Cagigas
subrayará las profundas raíces orientales andaluzas, que en ningún caso pueden
olvidarse. En mayo de 1913, el escritor José M. Izquierdo trató, en el
Ateneo de Madrid, con motivo de la discusión de la Memoria de Rivera Pastor «Orientaciones Políticas», del tema del ideal andaluz. Ya lo había esbozado en
un artículo, en 1911. El ensayista Ramiro J. Guarddon, director de la revista La Exposición, en mayo y junio de 1913,
publicó varios escritos en el diario sevillano Fígaro, en los que: 1)
recogía las ideas de J. M. Izquierdo y trataba de definir el ideal
político de Andalucía; 2) hacía una llamada a los intelectuales del Ateneo para
que expusiesen su pensamiento al respecto, rogando a Guichot que definiese el ideal andaluz; 3) trazaba unas bases
de autonomía para Andalucía, incluyendo en ella comarcas de Extremadura. El
tema quedaba abierto al debate. En él se destacaran tres hombres: J. M.
lzquierdo., A. Guichot y B. Infante. Arranca la controversia en la primavera de
191 3 con J. M. Izquierdo; de inmediato, invierno de ese año, entra en liza A.
Guichot, junto con Cagigas; culmina la discusión Blas Infante, en 1914, con su Memoria al Ateneo de Sevilla, que
publicará en 1915 con el título Ideal
Andaluz. Izquierdo ofrecerá una concepción literaria, barroca y
esteticista de claras resonancias postrománticas, centrada en parte en la
idealización de Sevilla como la ciudad de la gracia. A su vez Guichot
presentará unos planteamientos historicistas, como reflexiones al hilo del
análisis histórico, indagando en el pasado los elementos caracterizadores v la
plenitud del ideal andaluz. Por
ultimo, Blas Infante aborda el tema también en su perspectiva histórica,
alzando desde ésta una visión filosófica fundamentalista de clara influencia
krausista para pasar, finalmente, a la formulación de un programa de medidas
concretas. Tres posiciones, pues, que, en conjunto, delinean y configuran la
teoría del ideal andaluz, soporte
necesario para la puesta en marcha de un proyecto regionalista, cuestión a la
que va íntimamente unida, con el que levantar Andalucía. El objetivo final lo
sintetiza Blas Infante en las palabras con las que abre su Memoria al Ateneo de Sevilla: “Este es el problema; Andalucía
necesita una dirección espiritual, una orientación política, un remedio
económico, un plan de cultura y una fuerza que apostole y salve”[16]. · Blas Infante: la plenitud del ideal. El 11 de enero de 1914. el presidente de le Sección de Ciencias
Morales y Política del Ateneo sevillano, don Mariano de la Sota y Lastra, al
inaugurar el curso de su Sección anunciaba que ”dentro de pocos días ernpezará
la discusión de una Memoria de D. Blas Infante [...] acerca del ideal andaluz, en cuya controversia
tomará parte el vicepresidente de la sección, D. Salvador García y Rodríguez, y
los damas señores socios que lo deseen, abogando porque al fin de la discusión
se eleven a los poderes públicos las conclusiones obtenidas”. Dicha Memoria, leída el 23 de marzo de 1914,
venía a ser “el libro iniciador del ideal andaluz”, pedido por A. Guichot. A partir de entonces, la idea fue adquiriendo alguna fuerza,
aunque no pasó de ser un movimiento en donde el sentimiento dominó sobre los
datos sociopolíticos y las aspiraciones regionales de Andalucía no llegaron a
una realización concreta. La prensa sevillana (El
Liberal y Fígaro) se hizo eco del
acto. Las crónicas resumen los aspectos esenciales que Blas Infante abordó en
la sesión ateneística. Por un lado habló de regionalismo y georgismo. Fundamentó Infante el ideal andaluz en
el regionalismo y el georgismo. “El regionalismo tipo, será aquel en el que
aparezcan más perfectas las organizaciones sociales”. En cuanto al georgismo,
“no es ni deja de ser regionalista; es un ideal para todos los hombres, es un
ideal que no reconoce fronteras ni etnografías”. Se refirió luego al
regionalismo en Andalucía. Tras
exponer el modelo catalán y señalar que el regionalismo es “un sentimiento en
el que caben todas las aspiraciones”, precisó: “El regionalismo en Andalucía no
existe. Aquí sentimos la necesidad de un ideal que comprenda nuestro perfeccionamiento”.
Hay que concretar el pensamiento que ha de constituir el ideal. Expone la
situación de Andalucía, minada por el caciquismo, con un pueblo ignorante e
infeliz, un pueblo sin ideal, “que no sabe cómo erigirse en administrador de su
propio derecho: Urge, por tanto, instruirle, demostrarle que puede destruirlos
males que le agobian, ejerciendo su derecho. Esto se logra con una intensa
labor de propaganda y de agitación”. Se ocupó, finalmente, del camino hacia el
ideal. precisando que a este hay que buscarlo en la “autonomía para el régimen
administrativo y político y para crear su derecho; su derecho a rechazar todo
gravamen que pueda caer sobre la producción”. Pero matiza: “Para que el pueblo
se administre libremente no es ni puede ser una garantía el regionalismo. Para
eso la única garantía existe en la autonomía municipal”. “Los municipios.
libres, se federarían para realizar obras publicas y todo cuanto creyesen que
no podían hacer aisladamente". Aparece así, desde bien temprano, la idea
de pacto y el municipalismo de raíz federal en el pensamiento de Infante. En suma, interesado e inquieto por Andalucía, Blas Infante, como
era lógico, participaba en el debate sobre el ideal andaluz. Su Memoria
mencionada, trabajo con el que culmine esta indagación, estaba perfectamente
vinculada a tres importantes corrientes de pensamiento. Desde el punto de vista
filosófico, está influida por el Krausismo; en lo político, se relaciona
estrechamente con los planteamientos regeneracionistas y regionalistas; en su
fundamentación económica, está ligada al georgismo. En su conjunto. venía a ser
una obra profundamente andaluza ya que, arrancando del análisis de una historia
y de una dramática realidad en la que ésta había confluido, buscaba caminos de
regeneración para Andalucía. El andalucismo, en tanto que estructura orgánica» del ideal era, a comienzos de la segunda
década del siglo, un proyecto maduro. Faltaba la mente organizadora, sabia y
vitalista, capaz de vertebrar el ideal. Ello ocurría con la publicación de Ideal Andaluz, de Blas Infante, en 1915.
Cuando apareció el libro, los círculos políticos sevillanos se fijaron
primordialmente en el tratamiento del tema de la tierra; y mostraron su
escepticismo ante la alternativa de Infante de crear una clase media campesina.
Desde la revista Bética, el notario
Gastalver afirmó que Infante había planteado el problema agrario desde una
perspectiva sentimental, que anulaba la percepción total del problema, y que
hacía del libro “un arrebato lírico, tanto más desdichado, cuanto más
hermosamente escrito”. Rechaza la visión desolada de Infante del campo andaluz
y considera un prejuicio su idea de que “la mala distribución de las tierras”
es la causa del mal; y ello, en razón, dice, de que en Andalucía “el jornalero
no siente el estimulo de la pequeña propiedad y de la vida mejor”[17].
También desde El Impuesto Único
se criticaron los planteamientos de Infante. Se reconocía la validez
y profundidad de su análisis de la realidad andaluza; no se compartía el
objetivo de fortalecer la conciencia colectivo-regional como medio de regenerar
Andalucía. Además, se pensaba que “la acción de propaganda regionalista” iría
separándose cada vez más de la esencial cuestión de la tierra, para referirse
exclusivamente a motivos étnicos a históricos con fines reivindicadores
políticos y administrativos. Se trataba, en suma, de las puntualizaciones del
georgismo “ortodoxo” ante lo que se veía como una desviación política del
purismo doctrinal. El libro de Infante, criticado desde la derecha ateneísta
culturalista y el georgismo más purista, pretendía, según se ha escrito, “dar
una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico y un
plan de cultura a la región”. Se ha
dicho, también, que el pensamiento de Infante es el del ideólogo deseoso de
configurar al País Andaluz como un ente soberano que ejerciera un mandato sobre
sus futuros destinos. En este sentido, casi podríamos decir que ideal y utopía
social son sinónimos en su pensamientos. Para el profesor Tierno Galván se
trata de una obra “desigual”. Pero, matiza, “mucho grano hay y no infecundo en
este libro de Infante. Y apunta los que considera sus valores esenciales: a) el
entendimiento de Andalucía como una etnia, o sea, como “una comunidad histórica
y psicológicamente diferenciada que tiene usos y costumbres propios, que se
expresan en un modo propio de vivir y convivir”; b) la singularización de unas raíces históricas: “diríamos que
bravura ibérica o tartésica, esplendor griego, raciocinio romano, sensibilidad
árabe”, de las que surge el andaluz; c) una
conclusión patente: “Andalucía ha existido y existe como una pieza fundamental
de España y ser andaluz es el modo primario más profundo y quizás más digno de
ser español”. Básicamente nos interesan cuatro aspecto del libro de Blas
Infante: 1) Su teoría sobre el ideal; 2) Su planteamiento del ideal de España y
de las regiones; 3) Su concepción sobre la historia y la realidad de Andalucía;
4) por último, su ideal andaluz. · La teoría sobre el ideal. Se ha dicho que el ideal de Blas Infante es universalista. No
queda cerrado en el marco de un ámbito concreto, aunque a él se dirija, sino
que aspira a implantar unos ideales humanitarios y progresivos para toda la
Humanidad, a través del pueblo andaluz. La concepción del ideal de Blas
Infante es, en verdad, una compleja meditación filosófica, de claras
resonancias Krausitas, sobre el Ser, la Vida y el Universo. Hay un ideal de
vida -el más amplio y que da sentido a los demás-, un ideal humano y un ideal
de las naciones. “La Vida, pues, tiene un ideal absoluto: la Eternidad; y un
ideal próximo: la relativa perfección; y una base de inmediata defensa, la
conservación de la perfección y vida ganada”[18].
Así aparece “un movimiento dirigido hacia las avanzadas de la Vida”; y todos
-individuos, pueblos, naciones- buscan alcanzar “el triunfo de su
personalidad”. El ideal de España está “en arribar al pugilato mantenido entre
las naciones, con fuerzas bastantes para sellar con su triunfo la realización
del Ideal Humano”. Las fuerzas a que se refiere son la Cultura Moral y Física y
la Civilización; “únicamente en este sentido puede admitirse que es preciso
europeizar a España: en que hay que elevar su nivel de cultura, su nivel de
civilización, a la altura de las primarias naciones del mundo; para ello, sólo en cuanto suponga
elementos de fuerza indispensables para la realización del Ideal Humano”. España es una nación de
naciones, resultado del poder de las partes que la integran: por eso, como
medio de cumplir su ideal, necesita de dos cosas: de la creación y desarrollo
de fuerzas privativas suficientes y del decidido fortalecimiento de las
regiones. Entra así, como pieza insoslayable del ideal español, el ideal de
las regiones; y ello, porque “el alma española no es otra cosa que el resultado
de la convergencia, en la suma, de las energías regionales”. En este planteamiento,
cada región debe realizar y tratar de implantar su ideal; este es el camino de
las regiones para elevar el nivel del progreso español: por tanto, las regiones
no han de esperar a ser redimidas por la nación; sino que, al contrario, por
ellas ha de ascender la fuerza inicial por cuya virtud se redimirá la patria.
Así, el renacimiento regional -la regeneración de las regiones- llevará a la
salvación de España; “a las regiones se presenta, inmediatamente, como un fin,
al cual deben ordenar sus energías, el fortalecimiento nacional” y la región
más española, será la que ponga más alto el nombre de España; la que más eleve
el nivel de grandeza de la patria común”[19].
“Andalucía ha de tener por Ideal, como Región española, el predominio de su cualidad como inspiradora de la obra del
Progreso Español: el triunfo de ese Progreso de su dogma esencial: en una
palabra, ha de tener por Ideal el imponer su Ideal en el pugilato que establezca con las demás Regiones”. · Historia y realidad de Andalucía. Andalucía existe. Es una realidad innegable, resultado de una
historia. Y es una aspiración, es un Ideal, para los Andaluces, la Andalucía de
alma robusta, fuerte y prepotente, la Andalucía culta, industriosa, feliz, que
ha de imponer el encanto de su genio en la realización del Ideal Español. El
pueblo andaluz ha existido a través de la historia. En su transcurso, han ido
surgiendo los caracteres que configuran el genio andaluza; este genio se revela
en las manifestaciones de la psicología popular, vehemente, repentista, en cuyo
fondo está latente el sentimiento apasionado de la alegría de vivir; en suma,
perdura en el optimismo que ha llegado hasta nosotros, constituyendo el
ambiente especial, particularisimo, que se respira en todas las provincias
andaluzas; lazo de unión que no puede romper su disociación persistente en
otros órdenes y que determina, entre todas ellas, la unidad psicológica, el
espíritu distinto y, por tanto, la personalidad, la substantividad
independiente del pueblo andaluz. Andalucía tiene capacidad para realizar su ideal. El medio
geográfico -Andalucía y Grecia tienen una misma latitud y casi un mismo medio:
“tal vez por eso sea igual el fondo de los genios y la configuración étnica
-Andalucía ha sido un “crisol de pueblos”-, no coartan, más bien al contrario.
la realización del ideal. Es verdad
que Andalucía aparece postrada: pero antes vivió un apogeo. Por ello -concluye
Blas Infante- “las causas del decaimiento de Andalucía no son, por tanto,
fatales; no dependen de la Naturaleza, sino de la Historia. Por tanto, han de
ser contingentes, removibles. Busquemos, pues, para removerlas, las
circunstancias que embarazan la senda del Progreso andaluz”. · El ideal de Andalucía. Andalucía debe, como región española, imponer un ideal. Para
ello, necesita una afirmación político-administrativa y despertar la
conciencia colectiva regional, para así poder alcanzar la libertad política y
administrativa. La inexistencia de una conciencia colectiva en Andalucía, para
Infante, se debe a los fallos del municipio. Escindidos en dos bloques sus
habitantes, propietarios, los menos; jornaleros, los más, no hay medios
apropiados para llegar a ideales colectivos. Por eso es preciso: a) transformar
las estructuras; b), educar al
pueblo; c) crear una clase media
campesina. Ese es el proyecto. Y el objetivo, la tierra andaluza para el
jornalero andaluz. Así pues, la meta primera del ideal
persigue crear la conciencia de que el pueblo
andaluz ha existido; devolver a los andaluces el conocimiento de su ser en
la historia. Esta existencia del pueblo andaluz como tal se manifiesta a través
de sus peculiaridades culturales: la diferenciación
no procede de la etnia, sino de la asunción de específicas formas
culturales. A partir de esta primera fase, el ideal tiene como objetivo, a más largo plazo, “la emancipación y liberación del pueblo andaluz a través
de tres caminos: a) concienciación en el ideal
humano, lo que le dará dignidad y responsabilidad; b) fortalecimiento de la unidad del país andaluz, creando una única
y gran voluntad, que se manifieste en todas las esferas y revele su fortaleza
como pueblo; c) educación en los ideales colectivos municipales, subrayando de
esta manera su sentido municipalista, con lo que Infante entronca con el viejo
federalismo y manifiesta su concepción generatriz de la autonomía que,
partiendo del individuo, se concreta en la primera fórmula de comunidad
política que es el municipio. Todo conduce, pues, a la formulación del ideal andaluz, porque
Andalucía “es capaz de realizar ese ideal, imponiendo el matiz de su genio en
el triunfo del Progreso español”. Por eso, Andalucía, como región española,
debe engrandecerse por la virtud de su ideal privativo. Para ello, es necesario
“purificar los estigmas” que pesan sobre ella y fortalecer el espíritu y la
conciencia colectivo-regional, lo que se conseguirá “enseñando al pueblo
andaluz su Historia, mostrándole sus ideales, propagando las especiales obras
de su genio, despertando en la conciencia de sus elementos todos, el
sentimiento de la solidaridad y de la dignidad de la región. Y. además, hay que
despertar la conciencia colectiva regional, con tinos de afirmación política y
de reivindicaciones de libertad administrativa, haciendo ver a este pueblo la
necesidad, si ha de dirigir el progreso de la nación, de llegar a regir su
propia vida y progreso”. Junto a ello, hay que fortalecer igualmente “el espíritu y la
conciencia colectivo-municipales” y hay que rehacer las estructuras agrarias y
crear las condiciones que permitan “redimir al jornalero andaluz para la vida
colectiva”. Y es así, por la deficiente estructura socioeconómica de Andalucía,
pueblo de jornaleros, en el que predomine le clase agricultora, perdura el
agobiante problema de la tierra en constante procese de acumulación, lo que
origina una dramática composición de la propiedad- y no hay clase media
campesina. En estas circunstancias el pueblo andaluz no es capaz de ser libre.
Por ello, hay que crear en Andalucía una clase media campesina; hay que romper
la injusta distribución de las tierras; hay que terminar de una vez con el
continuo proceso de acumulación. “Si el fondo de la cuestión consiste -escribe
Blas Infante- en la creación de la clase media campesina, el único sistema
adecuado será aquel que ponga la tierra andaluza a disposición del pueblo, de
cada uno de los individuos y familias andaluzas, para que cada uno de ellos
cultive y explote tanta como necesitare o exigieren sus respectivas
necesidades y actividad, asegurándoles al mismo tiempo la posesión permanente
de la tierra que reclamaren estos fines, con el objeto de estimular su
mejoramiento, realizando con ello esta obra de justicia: la de atribuir al
poseedor el producto íntegro de su trabajo, la creación de su propio
esfuerzos”. Es el interés de la región, y el mismo de la propiedad, los que
exigen las medidas apuntadas. Aquí entra en juego la teoría fisiocrática y,
consecuentemente, la fórmula que Blas Infante da es típica del georgismo:
“absorción absoluta por la comunidad del valor o renta de la tierra desnuda de
las mejoras debidas al trabajo humano”[20].
Así se justifica la inclusión del sistema fisiocrático en el proyecto de
redención económica para Andalucía. A partir de él. Blas Infante desgrane toda
una serie de medidas que constituyen un amplio, minucioso y matizado programa
de reforma agraria: critica lo existente, señala las aspiraciones e indica los
medios para llegar a ella; básicamente; tierra y capital a disposición del pueblo.
para así constituirla clase media campesina. Y, como el más inmediato y central
de los ideales próximos: La tierra andaluza para el jornalero andaluz. Si éste es el programa para alcanzar el ideal andaluz. Blas
Infante se ocupa. por último, “de los que han de dirigir a Andalucía por el
camino espinoso que hasta él conduce”. Pide. en principio, “la unión y el
sacrificio de todos los andaluces de buena voluntad”; además, “se necesita de
una vehemente organización de gran ecuanimidad. que extienda su representación
por los más íntimos lugares”. Hay que “defender los intereses de cada
municipio” para que, desde este sentido comunitario, surja “la solidaridad”.
Andalucía requiere a todos sus hombres. “Creed que Andalucía puede redimirse,
que se redimirá, aunque levantarla de su postración sea obra de Titanes. Quien
no tenga fe, puede adquirirla con sólo pensar en su necesidad absoluta. Ella
resume el numero y la fuerza. Es la piqueta irresistible que abre el camino del
ideal”. En 1916 se articula definitivamente el movimiento andalucista,
afianzándose, a partir de aquí, de forma predominante, esta vía del
regionalismo andaluz. Concretados en los debates antes mantenidos los
supuestos teóricos y asumida la doctrina georgista como médula de su programa
económico, el andalucismo desarrollará su singladura histórica, desde ahora,
teniendo como plataforma de actuación los Centros
Andaluces, que se van creando paulatinamente, y como órgano de expresión
la revista Andalucía que, como
contraposición a Bética, se funda en
este mismo 1916. Se penetra así decididamente en la plena fase andalucista de
la historia del regionalismo andaluz. Regionalismo
y modernización. El andalucismo, como el resto de los regionalismos hispanos.
busca ser -ése es su espíritu, la idea motriz que impulsa su esfuerzo, su
voluntad manifiesta- un factor de cambio que conduzca, por la “regeneración», a
la modernización de Andalucía y, en consecuencia, de España . Y ello, desde el
enraizamiento a un pasado que es savia y ejemplo, y con una meta de futuro, que
es propuesta abierta a todos aquellos que laboren en esta misma dirección”.
Como años después escribiría Blas Infante, “el regionalismo andaluz [..] no fue
obra de alguien, sino un resultado natural expresivo de la Historia de Andalucía”. Para hacer factible ese proyecto, eran necesarios unos ideales
nuevos y unos hombres nuevos en el contexto de una nueva política que desbancase a la vieja. Ello es lo que propondrá Blas Infante en una conferencia en
Sevilla, el 23 de junio de 1916. Se trata de un hito sustancial en la historia
del andalucismo, ya que allí se plasman, en sus líneas maestras, el programa
que este movimiento propugna de cara a la transformación de Andalucía.
Infante, tras una dura crítica a la política vieja. plantea una nueva que
debe ser “el arte del progreso social”. En esa perspectiva, los andalucistas
“queremos gobernar sólo en todos los campos en el crisol del ideal, para
fundirlos en la unidad de la conciencia de un pueblo. No queremos hacer un
partido, sino un pueblo director”. Desde este supuesto básico -no organizar un
partido, sino construir un pueblo, la
doctrina del regionalismo andaluz proclama: a) «la liberación o socialización de la
tierra [...] pretendiendo entregar la tierra de nuestra patria regional al
trabajo de todos sus hijos; b) “levantar
la cultura, la civilización, el mejoramiento de Andalucía, a un más alto grado
que el que actualmente tienen las demás regiones de España, y que todas las
Naciones del mundo”. Andalucía está llena de hambre y de incultura He aquí
unos ideales formulados. “Hay ahora que apostolarlos y defenderlos”. Y a esta
tarea llama Infante a anarquistas y socialistas. Porque, en definitiva, “se
trata de liberar las personalidades de la patria oprimida”. En este acto es de destacar: a) que se hace en un Centro Obrero,
lo que señala el interés del emergente andalucismo por conectar políticamente
con este estrato social; b) que se
subraya la nueva aportación que a la vida sociopolítica realiza el naciente
regionalismo andaluz; c) que busca
ilusionar y vincular al proletariado al proyecto que ahora se pone en marcha.
Es claro, por ello, desde el principio, que el andalucismo es un movimiento
regionalista muy singular; bien diferente. sociológica y políticamente, a los
ya más asentados de Cataluña y País Vasco. Tiende hacia las clases populares
porque de un lado, no hay burguesía “moderna” en Andalucía y, de otro, éstas
son su única posible base social; además, no aspira a una hegemonía, sino a un
profundo, radical cambio estructural. Ese es su verdadero objetivo. Y para
alcanzarlo piensa que el medio adecuado no es crear un partido -nueva singularidad-,
sino concienciar a las masas en este sentido, sumar voluntades en torno a un
programa de transformación que hará posible construir un pueblo y forjar una
realidad diferente. Hay en el discurso, explícitamente expuesto, un rechazo de lo
viejo. O sea; de los partidos del turno, del centralismo, de la oligarquía y el
caciquismo, etc. Esos son los males que desgarran Andalucía. Y éste será
argumento en el que incidirán otros andalucistas, reafirmando con ello los
parámetros diseñados. “Somos regionalistas en Andalucía -escribirá Dionisio Pérez-
porque hemos perdido toda fe y toda esperanza en los dos partidos centralistas
que se abrogan la dirección de la vida nacional”. No se esperan mejoras, ni en
Andalucía se confía en la justicia. “Madrid verá quiénes son los patriotas: si
los que quieren mantener esa puerta abierta de España en la abyección de hoy, y
llamar a esa abyección unidad nacional y españolismo, o los que, movidos del
amor a nuestra tierra, anhelamos hacer de ella una región poderosa, fuerte,
culta, rica”. En estos momentos iniciales no se entiende, desde fuera, aun bien
el regionalismo andaluz; la singularidad que representa la propuesta
andalucista. El regionalismo español genera polémicas. Y la prensa se hace eco
de ellas. Desde el republicanismo se observa el movimiento regionalista hispano
con actitud crítica. Entienden que el regionalismo es posible, ya que España es
un conjunto de regiones perfectamente definidas: pero lo consideran
políticamente conservador. “Verdaderamente, el regionalismo catalán y el
nacionalismo vasco son concreciones de conservadurismos”. La Lliga acoge a la burguesía catalana; “el
bizkaitarrismo está acabando con el carlismo, porque se ha asimilado su alma”.
“Ahora se habla de regionalismo andaluz. Y las derechas quieren dirigirlo.
Claro que perderán el tiempo, porque los andaluces no pueden ser
regionalistas”. Es la confusión causada por no comprender la especificidad del
andalucismo; por pensar, erróneamente, que lo que está surgiendo en Andalucía
es un puro reflejo mimético de lo catalán o vasco. No se advierte todavía su
diferenciación social y política; la distinta clase impulsora. De aquí la
valoración global final: “Todos estos regionalismos son desviaciones y
falsificaciones de una protesta vaga y sentimental contra la oligarquía
parapetada tras la Constitución, que gobierna a España. Si aquí hubiera
izquierdas organizadas; si nuestra clase media no fuese una caricatura de las
burguesías de otras naciones, en vez del regionalismo frailuno tendríamos un
federalismo vigoroso. Mas el federalismo acabó con Pi. Ya no es sino un
recuerdo”. Estas palabras prueban el equívoco existente. Lo que en Andalucía
está apareciendo, en concreto, en su dimensión andalucista, viene impulsado, socialmente, por esa menospreciada
clase media y es, políticamente, republicano y federalista. Es, pues, evidente
el error de óptica de los republicanos. Como lo es, igualmente, el de los demás
grupos políticos, que intentan «tiran> del regionalismo andaluz. Las
derechas quisieran verlo conservador y las izquierdas liberal. Pero es algo
diferente. “El ideal regionalista en Andalucía, por lo menos en Sevilla, ha
partido de donde tenía que partir: de los espíritus superiores capacitados para
pensar y sentir por el pueblo. No es una parodia del regionalismo catalán”. Y,
además, no quiere llamarse conservador, ni liberal, ni político; solamente
andaluz, que dice mas”, y ello porque
implica algo nuevo y distinto, por encima de partidismos y tendencias; su
objetivo es mucho más ambicioso, profundo y global; “La doctrina del Regionalismo Andaluz es parte de la doctrina del
Progreso, cuyos términos son libertad y solidaridad. Por esto aspira a
fortalecer a Andalucía; a que se le otorguen los medios precisos para tal fin;
y a que, cuando esté fortalecida y capacitada, se le reconozca libertad para
determinar, y aplicar esos medios, hasta llegar con su propio esfuerzo a
conquistar una hegemonía. no de poder material, sino de poder moral, de Arte y
de Civilización, sobre todas las Regiones Españolas, a fin de que todas éstas,
por España. puedan ejercerla sobre el Mundo. Esto es, Andalucía quiere
fortalecerse, por su propio progreso; por el de España y la Humanidad; para lo
cual, tanto como de la Libertad, se precisa de la Solidaridad, de las Patrias
Regionales en el Seno de la Humanidad, de la gran Patria común de todos los
hombres”. Paso a paso, el andalucismo va perfilándose con mayor nitidez;
paralelamente, se mantiene la preocupación por el ser de Andalucía, de manera
particular, entre los núcleos intelectuales. En este sentido, el 11 de
noviembre, en la inauguración del Curso del Ateneo de Sevilla, su presidente,
don Francisco de las Barras de Aragón, disertará sobre un aspecto un tanto
olvidado en los debates anteriores: Andalucía como región natural. Tras
afirmar la existencia de una Región andaluza, señalará “que Andalucía es una
región geográfica, geológica, botánica, zoológica y hasta antropológicamente
considerada y que el pueblo andaluz tiene cualidades y aptitudes especiales,
perfectamente claras y definidas, que pueden servirle de caracteres diferenciales”.
Apuntará luego la variedad de la región andaluza, por encima de la cual se
establece la unidad ideal de Andalucía, del mismo modo que por encima de las
diferencias regionales ese ve clara la unidad española. Por último, planteará
el cuadro de la civilización andaluza, definiendo a Andalucía como el crisol en
el que se han fundido los pueblos que hasta ella llegaron, “como un conjunto
sintético de España toda”; y así, “Andalucía. sin dejar de ser Andalucía, es
toda España y siempre España”. Es la persistencia, aunque cada vez más débil y difusa, del
regionalismo culturalista en un
ambiente en el que va imponiéndose, por su mayor originalidad, garra, concreción
y voluntad decidida, el proyecto andalucista. Mientras el culturalismo prosigue
con sus reflexiones sobre el ser y la esencia de Andalucía, ya el andalucismo
está promoviendo y difundiendo un programa de actuación. delimitado en lo
fundamental, que persigue la modernización andaluza y española. Es un nuevo síntoma
del cada vez mayor distanciamiento entre las dos corrientes en que se ha
resuelto el impulso regionalista originario. Como vimos, desde su arranque el regionalismo andaluz mantuvo
contactos con el catalanismo. Y, al parecer, La Veu de Catalunya. órgano de la Lliga, acogió con simpatía el movimiento desde sus comienzos. La
actuación de Cambó dará lugar, en 1916, a que, en Andalucía, se fijen las
posiciones con respecto al catalanismo y al suscitado tema de la soberanía.
Desde el regionalismo culturalista se criticaron los planteamientos de Cambó
en petición de soberanía para Cataluña, rechazando toda razón para concedérsela
y afirmando la sustancial unidad española. Se aceptará que el mal de España es
el centralismo, del que a la vez se derivan otros, entre los que destaca el
caciquismo. Por ello hay que romper ese centralismo, con lo que se liberará
España. Por su parte, los andalucistas, por medio de Blas Infante, defenderán
el regionalismo catalán, al tiempo que muestran sus diferencias y retracción
con respecto al separatismo. Y refiriéndose a Andalucía, escribirá Infante:
“Andalucía no hace para sí estas inmediatas reclamaciones porque está ocupada
en una obra antecedente: en combatir la miseria espiritual y fisiológica de su
hijos, en rehacer la personalidad andaluza y un despertar el patriotismo
andaluz. Cuando el pueblo andaluz haya resucitado por consecuencia de la
aplicación de estos próximos ideales, pedirá una igual libertad, para poder explayar
sin obstáculos su eficiencia creadora”. Y concluye: “Que cada cual sea libre, según el grado de (sic) su
capacidad demande”. Es, pues, todo una cuestión de etapas; de previsiones
hechas. El objetivo final es el cambio y la responsabilidad del propio destino,
pero antes hay toda una tarea -el proceso de modernización- que es previa. y
hacia la que hay que orientar todos los esfuerzos. Ello muestra hasta qué punto
no hay improvisación. Aunque sí fluctuaciones en el programa de acción que se
he trazado el movimiento andalucista. La creación del «Centro Andaluz» de Sevilla. El «Manifiesto» andalucista. Se ha señalado que el nacimiento del Centro Andaluz de Sevilla representó la más alta manifestación del
regionalismo andaluz. Los fines con que nacía eran despertar la conciencia del
pueblo y encauzar las aspiraciones andalucistas. Irrumpía una plataforma de actuación que, poco a poco, se iría
multiplicando por toda Andalucía y aún fuera de ella, tanto en España, como en
el extranjero. Impulsor, junto con otros, organizador y, luego, presidente del Centro fue Blas Infante. Desde sus
mismos comienzos, el Centro buscó
conseguir el mayor número de adhesiones. Aunque el Centro Andaluz sevillano
inicia verdaderamente su historia en abril de 1916, con la publicación de un Manifiesto y, sobre todo, en octubre,
con la inauguración de su local social, el proyecto es anterior, como lo
evidencia el que el 2 de diciembre de 1915 se apruebe y edite su Reglamento, que servirá de modelo a los otros
Centros que se vayan creando.
Contiene dos partes: una exposición inicial vertebrada en torno a ocho puntos,
acogiendo las ideas fundamentales del regionalismo andaluz; los Estatutos por
los que se regirán los Centros Andaluces,
estructurados en siete largos artículos. En conjunto, se resumen, ordenan y
precisan un haz de ideas y principios que han aparecido ya en Ideal Andaluz, de Infante (lo que
demuestra que fue él su redactor), y en anteriores escritos doctrinales del
andalucismo. En la exposición previa se perfilan los principios, la finalidad
y las medidas para alcanzarla Como finalidad: hacer de Andalucía una patria regional
y de España una patria nacional”. Con respecto a las medidas, desarrollar
cuantas obras o empresas conduzcan a este objetivo: concienciar a los
andaluces; estrechar los lazos entre las provincias andaluzas; propiciar la
solidaridad entre las regiones españolas; fortalecimiento de la conciencia
colectivo-regional y colectivo-municipal y cuando existan andaluces que
sientan “la necesidad de facultades autonómicas” se exigirán las debidas para
la más completa autonomía regional;
desarrollo de la educación y la cultura de los andaluces; defensa de la medida
legislativa que implante el principio “a tierra andaluza para el cultivador o
explotador” y creación de bancos de crédito agrícola. En la parte estatutaria, se reglamenta la vida de los Centros. En
los fines de la Sociedad se señala el impulso de crear Asociaciones “con igual
nombre e iguales fines, en cada una de las localidades andaluzas”; serán autónomas,
pero constituirán secciones de una sola Asociación, “unidas por el espíritu
mismo de unos mismos ideales” (art. 1.º). Podrán ser socios los hombres honrados
pertenecientes a cualquier partido político (art. 2.º). Fija luego los órganos directivos, sus competencias, sus
funciones y duración del cargo, aunque “la soberanía de la Sociedad reside en
la Asamblea” que, hasta que se reúna, la delega en la Junta directiva; para que
sean válidos los acuerdos de la Asamblea se necesitará el voto en favor de las
dos terceras partes de los concurrentes (art.4.º). Los recursos provendrán de
donativos y cuotas de socios (art. 5.º); dos quintas partes se destinarán en las atenciones de enseñanza e
Instrucción, a escuelas y bibliotecas y al fomento y protección de los
intereses regionales y locales (art. 6.º).
«La Asociación no se extinguirá hasta haber realizado todos los fines
propuestos» (art.7º). Este documento es una mezcla de varias cosas. En él se conjugan
doctrina político-regionalista, fines y medios a desarrollar en los Centros, forma de organizarse y funcionar. Con
él, según parece, se persiguen tres objetivos: adoctrinar a los adheridos;
configurar una amplia y vertebrada plataforma de actuación, abierta a quienes
coinciden en los planteamientos esenciales; orientar, una vez conseguida ésta,
todos los esfuerzos en la misma dirección, para ser un movimiento capaz de cambiar
la realidad de Andalucía, según los presupuestos expresados. La Veu de Catalunya se hizo pronto
eco de la creación del Centro Andaluz sevillano.
Se ocupó del análisis de «Andalucía regionalista», apuntando la singularidad y
originalidad andaluza como causas de ese impulso naciente. Y matizó la
diferencia con Cataluña: “Es claro que el regionalismo andaluz no puede ser lo
mismo que el nacionalismo catalán; en él existirá siempre la diferencia que
separa al regionalismo del nacionalismo; pero el alzamiento regionalista de Sevilla
puede ser una gran fuerza para la reconstitución natural de Iberia”. Si desde
Andalucía los andalucistas insisten, y seguirán insistiendo, en deslindar su
movimiento del catalanismo. desde Cataluña también se marca, desde un principio,
la distinción, aunque no se advierta que está más allá del simple nombre
-regionalismo/nacionalismo-: se halla
en el componente social que sustenta el proyecto, en la ideología que lo nutre
y en el programa que se propone. En abril de 1916 el Centro
Andaluz de Sevilla publica un Manifiesto
en el que formula las bases de lo que entiende deber ser la política
andalucista. A través del documento, largo y detallado, el Centro Andaluz quiere dar a conocer quién es, qué pretende y cómo
aspira a realizar sus fines. Con respecto a la primera cuestión: Quiénes
componen y porqué aparece el Centro Andaluz,
se afirma que se trata de “hombres libres, por encima de la disciplina de
los partidos, que ante la triste situación del país, reaccionan contra la
postración nacional”; para realizar sus aspiraciones necesitan solidarizar
esfuerzos y para reunirlos y darles cauce ha nacido el Centro Andaluz. La segunda cuestión: Qué se pretende con la acción regionalista,
es la mas larga y prolijamente desarrollada. Tiene dos partes: a nivel nacional
y a nivel andaluz. A nivel nacional, con
la acción regionalista se pretende la
regeneración española. Para ello hay que despertar el ideal regional
español; “capacitando al pueblo para el ideal patriótico regional y municipal
habremos puesto los cimientos naturales de la reconstitución nacional”. Y
ello es así porque España es “una sociedad natural de regiones y las regiones
españolas han de componer permanentemente una nación y han de colaborar en la
misma obra progresiva enfrente de las demás naciones del mundo”. Despertando el
ideal regional se ayuda al engrandecimiento nacional y al progreso
de la Humanidad, patria común superior de todos los hombres; y “esto que
decimos de las regiones, apliquémoslo a los municipios de una región”. Para
alcanzar estos objetivos hay que aceptar el principio de le pluralidad
española, concediendo la autonomía. Hay que reaccionar contra el centralismo
grosero y tiránico, pero sin caer en el separatismo, que también se rechaza: no
se crea en los infundios centralistas, que invocan al peligro separatista; “lo
que hay es falta de comprensión entre las regiones, producida por manejos del
centralismo”. Una acción solidaria regional así emprendida será, también, un
eficaz modo de erradicar el caciquismo, pues entonces los caciques “no tendrán
apoyo en las alturas ni podrán ser impuestos a los pueblos por el gobierno
oligárquico Central”. “En suma: en el Orden político nacional
proclamamos un sistema de organización conforme con la Naturaleza: un
regionalismo, Si así se quiere denominarse, conciliador. fraternal, progresivo,
el cual lejos de disgregar, tienda a fortalecer los lazos de hermandad de
aquellos que la Naturaleza unió. Nuestra doctrina puede resumirse en estos
términos: libertad y solidaridad de elementos libres”. A nivel andaluz. desde esta
plataforma general se pretende redimir
Andalucía y desde la regeneración andaluza, ayudar a regenerar España. Para
estos fines hay que crear una conciencia andaluza, dar a conocer el brillante
pasado y contrastarlo con el dramático presente. A ello se llega fortaleciendo
el espíritu andaluz, fomentando la idea regional, creando la conciencia de la
unidad de Andalucía. y capacitando al pueblo andaluz para regirse por sí mismo.
Como medios: “liberar a todos los andaluces del hambre y de la incultura”;
“convertir al jornalero en agricultor, liberando
las tierras andaluzas; por último, conseguir los recursos financieros y económicos
para la descolonización andaluza. En suma: nos proponemos crear un pueblo
culto, viril, consciente y libre, capaz de sentir y de amar y de defender el
ideal”. Para conseguir estas finalidades se crea el Centro Andaluz, cuyo
objetivo es “hacer de Andalucía una patria regional y de España, una patria
nacional”. Como medidas para conseguirlo se proponen: levantar el espíritu del
pueblo andaluz y estrechar los lazos de solidaridad entre las provincias
andaluzas, potenciando un sentimiento regional; incrementar los lazos de
solidaridad
entre las regiones españolas, que hagan posible llegar a la unidad ibérica por
la convergencia voluntaria de Portugal; fortalecer la conciencia
colectivo-regional y colectivo-municipal; desarrollo de la instrucción y de la
cultura; defensa de las medidas legislativas que implanten el principio la
tierra andaluza para el cultivador o explotador. Por ultimo, la tercera cuestión -«Cómo se aspira a realizar los
fines expuestos»- en donde se exponen las líneas de actuación: a) «crear un pueblo que no existe», despertando
una conciencia popular que escuche y comprenda; a) el Centro Andaluz se siente expresión de Andalucía y, por él, está
despierta y se reconoce; por eso, como primera labor, se impone “ampliar este
pueblo que representamos nosotros, atrayendo adeptos a nuestra obra, lo que
será crear conciencia para Andalucía y tuerza para su acción”; c) realizar una constante actividad
-conferencias, charlas, peticiones -reclamando lo que se desea y manteniendo
una acción continuada en bien de Andalucía. Para ello, se reclama la ayuda de
todos. “Para contar con el concurso de todos invocamos no ya el sentimiento de
amor por la patria grande o nacional, sino el de amor a la Humanidad, y por
estos amores, el amor propio regional, ciudadano y hasta individual”. He aquí, pues, las líneas maestras de un programa y una acción
regionalista, que se inscriben claramente en coordenadas pequeño burguesas,
entre planteamientos reformistas y opciones maximalistas. Se trata de una propuesta
en buena medida regeneracionista, muy de acuerdo con la coyuntura histórica del
momento y la formación intelectual de sus promotores. En conjunto, se reordenan
y reformulan, sistematizadas, ideas ya expuestas en escritos anteriores,
insistiendo en tres principios que se consideran esenciales: a) solidaridad interregional y rechazo
del separatismo; a) concepción federal de la organización regional de España; c) presencia del aparentemente
paradójico nacionalismo internacionalista. Y a nivel andaluz, es patente la
preocupación por crear una conciencia municipal y regional. “Es como llevar hasta todos la comprensión de la
unidad de Andalucía”. El Manifiesto asumía los ideales autonomistas y nacionalistas
políticos, junto con los económicos fisiócratas. El ideario que en él se expone
es el de un regionalismo progresivo, regeneracionista, que busca el engrandecimiento
regional, como vía del resurgir nacional. En la época, Zurita y Calafat criticó
con dureza -y dentro de una cierta confusión. pues entendió el movimiento
regionalista andaluz como partido regionalista andaluz- el nacimiento y
programa del Centro Andaluz. Con respecto a lo que él llamaba partido
regionalista andaluz afirmó que “no pasará de la categoría de partido
literario, que dará a luz muchos trabajos excelentes, pero que nada práctico
producirán”; y remachaba que “un partido que se constituye para acabar con los
desmanes caciquiles, es un partido de ilusos. Y eso es el programa de estos
regionalistas pura ilusión”. En relación con el Centro Andaluz decía que su
programa “más parecía un programa de oposiciones que un programa político”. La Asamblea Regionalista de Ronda. 1918 será un año denso en acontecimientos en la historia del
andalucismo. Y, tal vez, el más trascendente y significativo sea la Asamblea
Regionalista de Ronda del mes de enero. En ella, entre otras cosas, se debatirán
y fijarán las directrices políticas e ideológicas a seguir por esta corriente
del regionalismo andaluz; al tiempo, e decidirán los símbolos escudo y bandera; quizá, aunque parece
bastante improbable y no hay fuentes que lo atestigüen expresamente, el himno-
de Andalucía; por último se tomará conciencia de la entidad y dimensiones que
está alcanzando el movimiento andalucista. Por todo ello, la Asamblea de Ronda
merece, por sola, un estudio detallado. Valoración final de la Asamblea de Ronda La Asamblea de Ronda fue realidad gracias al impulso de Blas
Infante. Allí sus componentes crearon y estructuraron los órganos de
funcionamiento y representación de lo que había de ser el Movimiento Andalucista; a la vez, se fijaron una serie de
tesis que, apoyadas en la Constitución Cantonal de 1883, determinan de manera
permanente el ideario andalucista. Esta Asamblea hay que relacionarla estrechamente con dos
fenómenos. De un lado, con la Asamblea de
Parlamentarios de julio y octubre de 1917, con la que se solidariza, y con
cuyos fines políticos se identifica; de
tal manera es así, que se ha podido afirmar que viene a ser un “fiel reflejo,
solidario y mimético”, de las Asambleas de 1917 de Barcelona y Madrid. De otro lado, con el desarrollo
creciente del andalucismo, que. por ello, siente la urgencia de fijarse un
programa de acción política y de formular unos símbolos para Andalucía. Irrumpe
vinculada, de una parte, a la crisis española de 1917 y, de otra, a la
necesidad del regionalismo andaluz de llevar a cabo un debate clarificador
sobre su ideología, principios y directrices políticas y programa de actuación
a corto y largo plazo. En síntesis muy apretada,
los acuerdos a que se llegó pueden resumirse como sigue: De tipo político 1) Reconocimiento de
Andalucía como patria, nacionalidad y democracia autónoma, que fundamenta su
origen político cercano en la Constitución de Antequera de 1883. 2) Autonomía municipal y
regional y reconocimiento a Andalucía de los tres poderes, según lo dispuesto
en la Constitución antequerana, que se asume como especie de Carta Magna a
conseguir. Determinación de la bandera,
el escudo y el lema de Andalucía. Fijación do un proyecto federal para Iberia
en el que debe tener cabida, por la tanto, Portugal. Política exterior
pro-africana e, igualmente, de estrechamiento de relaciones con las naciones
ibero-americanas. 5) Apoyo a la Asamblea de
Parlamentarios, de Barcelona y Madrid, de 1917, asumiendo las conclusiones en
ella alcanzadas. B) De tipo económico Absorción en beneficio de la
comunidad -de los municipios- de la renta del valor social de la tierra,
negando su propiedad privada, aunque asegurando la posesión privada de las
mejoras (cultivos o edificaciones). 2) Industrialización.
fomento de las obras públicas y de las comunicaciones interandaluzas y
navegación del Guadalquivir. C) De tipo jurídico y social 1) Justicia independiente y
democrática, instrucción gratuita y política educativa progresista. 2) Reforma de Códigos,
adaptándolos a las reformas que para Andalucía se solicitan. 3) Dignificación e
independencia social y civil de la mujer. En conjunto constituyen las bases fundamentales que estructuran
el programa del regionalismo andaluz. Los símbolos de Andalucía. En noviembre de 1919, Pedro Demófilo Gañán se dirigía a Blas
Infante, en carta publica, sobre el tema de la bandera andaluza: “Tenemos
constituido en Barcelona un Centro Andaluz para que se cobijen en él todos lo
elementos andaluces que residen en la capital de Cataluña. No tenemos aún
bandera andaluza y desearíamos disponer de ella, además de la española, para
que en los días de fiesta ondeara el pabellón de la patria regional con el de
la patria española. Siendo usted tan valioso
impulsor del movimiento regionalista andaluz, solicitamos su opinión y consejo
al disponernos a izar en el Centro Andaluz de Barcelona la bandera verde y
blanca de Andalucía, con el escudo que éste nuestro periódico ha popularizado.
siguiendo los acuerdos de las asambleas regionalistas de Antequera, Ronda y
Córdoba”. Infante responderá, también
públicamente, en diciembre de ese mismo 1919, ofreciéndonos con ello la crónica
de primera mano sobro la adopción de los símbolos de Andalucía: “En la Asamblea Regionalista de Ronda,
confirmada en sus acuerdos por los actos generales posteriores, se hubo de
votar para Andalucía, como bandera nacional, la bandera blanca y verde (tres
franjas horizontales de igual medida: blanca la franja central y verdes las dos
de los extremos) y, como escudo de nuestra nacionalidad, el escudo de la
gloriosa Cádiz, con el Hércules, ante las columnas, sujetando los dos leones:
sobre las figuras, la inscripción latina, en orla: "Dominator Hercules
Fundator". A los pies de Hércules, esta leyenda que resume la aportación
de Hércules andaluz a la superación mundial de las fuerzas de la Vida:
"Betica-Andalus", Este escudo deberá ser orlado por el lema del
Centro Andaluz: "Andalucía para sí, para España y la Humanidad", por
haber sido el Centro Andaluz la Institución que ha venido a desenterrar en la
Historia los valores espirituales andaluces en lo Pasado: entroncar el
Pretérito andaluz con lo Presente ya fijar las normas de su continuidad en lo
Porvenir”. En la cuestión de los símbolos “los regionalistas o nacionalistas
andaluces, nada vinimos a inventar: nos hubimos de limitar, simplemente, a reconocer
en este orden lo creado por nuestro pueblo, en justificación de nuestra
Historia". Sobre la bandera, escribe Infante que sus colores fueron
los “preferidos por nuestros padres, aquellos gloriosos factores de la libre
Andalucía”. Y expone luego su sentido simbólico: «Verde es la vestidura de
nuestras sierras y campiñas prendidas por los broches de las campesinas
habitaciones blancas; limoneros en flor son los árboles preferidos por los
andaluces y blancas son nuestras villas y antiguas ciudades de blancos
caseríos con verdes rejerías orladas de jazmines. Pura y blanca, como un niño,
es la Andalucía renaciente que en nuestro regazo se calienta»; y aspira a
realizarse una Andalucía potente, «esperanza por siempre reverdecida y ya conscientemente
sentida y definida por los nacionalistas andaluces». Los andalucistas explicaron en diversas ocasiones su interpretación
del origen histórico de la bandera andaluza. A fines del siglo XII, el
ejercito árabe que luchó contra Alfonso VIII enarbolaba la Bandera verde de
las tuerzas peninsulares y el pendón blanco del jalifa, que llevaban las tropas
mandadas por éste. La noche antes de la batalla, Jacub-Almansur vio en sueños
un ángel vestido de blanco con una bandera verde. Triunfaron los Arabes y,
para conmemorar su victoria en 1198, en la Giralda ondeó la bandera verde y
blanca: era la confluencia de los colores verde
del Islam y blanco del jalifa,
que simbolizaba la unión de las provincias de Al-Andalus de uno y otro lado
del Estrecho. En 1931, Infante volvería sobre el significado de la bandera:
“verde como la esperanza, cuando se asoma a nuestros campos; blanca. como
nuestra bondad, según los versos Arabes que la cantan. Desde el siglo XVII,
afirma, se han quitado el negro, como el duelo después de las batallas, y el
rojo, como el carmín de nuestros sables, según el poema citado”. 2. Sobre el escudo, ya en 1915 Blas Infante escribe: “si yo
pudiera elegir un escudo para Andalucía, señalaría sin vacilare el de la
gloriosa Cádiz, con su divisa elocuente: Dominator Hércules Fundator. Por ello, en cuanto llegó la ocasión,
consiguió hacer realidad su proyecto. “En cuanto al escudo -explicará Infante
en 1919-, además de una justificación histórica, tiene un alto valor
metafísico, pasado y actual”. Sobre su raíz histórica, dice: “El Hércules
andaluz es más antiguo que el divino héroe creador de la leyenda hesiódica.
Nuestras ciudades más primitivas [...1.
Cádiz y Sevilla, le rendían suntuoso culto: Hércules fundator... En Andalucía,
este Hércules fundador hubo de ser también dominador de la conciencia del
mundo, al desarrollar las civilizaciones más creadores de la tierra”. En cuanto
su valor metafísico: “Hércules es el símbolo divino del hombre consciente del
Supremo Fin, que sirve para crear la conciencia -de la vida, la conciencia
universal, sujetando a un yugo de consciente armonía las fuerzas indomadas del
Universo. Hércules es el símbolo del hombre que en esa eternidad aspira a
alcanzar su propia eternización; del hombre que no cree ni espera en otra
Providencia, que en la Providencia de su propio creador esfuerzo [...]
Hércules necesita volver a dominar en la conciencia del Andaluz, para volver a
fundar otra vez a Andalucía”. El profesor Ruiz Lagos ha planteado que “Infante, más que un Escudo, crea un Emblema o un
Escudo-Emblema. Difícilmente, el federalismo andaluz, del que es hijo Blas
Infante, podría formular un escudo con los determinantes que desde el medioevo
impone la ciencia heráldica". Por ser el andalucismo un proyecto
diferente al de las nacionalidades norteñas, no podía diseñarse un escudo, sino
apoyarse en un emblema cuyo aforismo invitase a todos los andaluces a colaborar
en la regeneración que a todos convenía. Porque Infante prefiere el apelativo
de pueblo para Andalucía al de nación, al que considera insolidario, es
por lo que no formula un escudo sino un emblema-escudo que distingue y que, a
la vez, une en la federación creativa y fecunda. Con ello recurre a lo que él
mismo denomina función metafísica-simbólica “El escudo-emblema de Andalucía
está, pues, concebido por Infante como la señal de un colectivo que quiere ser
y que invita a otros a sumarse a su acción. No es, pues. un simple distintivo
que demarca, sino que dinamiza para la participación”. En lo tocante al lema, ya
vimos su origen anónimo en 1914. Infante explica su inclusión entre las
insignias andaluzas: “Andalucía para sí para España y para la Humanidad.
Nuestro regionalismo federalista, fraternal, verdaderamente humano, tipo de
organización universal, social y política de todos los pueblos, al tener tan
alta inspiración, había de ser formulado por este lema”. Dos años después, en
1921, escribía al respecto: “El fin de la existencia de un pueblo es
engrandecerse por sí, por el propio esfuerzo y el propio dolor, pero no para
si, sino para la solidaridad entre los hombres, entre los demás pueblos. Estas
ideas fueron conscientemente aplicadas en Andalucía al constituirse la
organización nacionalista andaluza”. 4. Queda, por último, la
debatida cuestión del himno. Todo
parece indicar que en 1918, en Ronda, no se tomé una decisión al respecto. Repliegue
y renacimiento del andalucismo. Tras la plenitud del movimiento andalucista en 1919, hay una
reafirmación de sus principios y propuestas en 1920, a la que sigue un
progresivo repliegue hacia el silencio en los años posteriores, que culminará
en la etapa de la Dictadura primorriverista. El mismo Blas Infante, en este
tiempo previo al retraimiento de la época dictatorial, desarrollará ampliamente
su dimensión de escritor-pensador, siendo Motamid
y Lo Dictadura Pedagógica las
muestras más significativas de esta
faceta. En 1923, una nueva generación de andalucistas intentará un
replanteamiento del proyecto regionalista, manifestándose fundamentalmente a
través de la revista Guadalquivir. Pero
el impulso se verá rápidamente truncado por el golpe de Estado de Primo de
Rivera. Se iniciará entonces un largo paréntesis de silencio y reflexión, que
concluirá con la caída del dictador. El itinerario andalucista: 1920-1923 En 1920, el andalucismo vive aun en la estela brillante que ha
dejado su dinamismo de 191 9. Por un lado, insiste en la validez de los ideales
del regionalismo andaluz como cauce para «una revolución social». Y desde El Regionalista se escribe: “Sólo hay un
poder en España con esencia bastante para normalizar la vida española y éste no
es Otro que el Regionalismo andaluz”. Y se señala: Queremos liberar el obrero
andaluz, para liberar a Andalucía, porque Andalucía libre quiere decir España
redimida; así, engrandecer a la patria andaluza es el camino para una mayor
prosperidad de la patria española”. Todo ello, por el atraso de España, porque
están en crisis los conceptos fundamentales de una sociedad vieja. Frente a
ésta, el Regionalismo entiende la política como un medio de transformar los
pueblos; de ahí que cuando los regionalistas andaluces comiencen a actuar en
los municipios excitarán una vez más la conciencia ciudadana para salvar a Andalucía. Por otro lado, prosigue su dura crítica a la realidad española.
Se expone que el predominio del interés individual o familiar sobre el interés
social, da lugar a la carencia de ideales colectivos. En base a ello, estalla el desconcierto y la
crisis social por los egoísmos y la falta de solidaridad. Surge así la anarquía
política, con los caciques como directores de los asuntos públicos. Y en el
fondo de todo, los desajustes con la naturaleza, ejemplificados en el problema
de la tierra y sus dramáticas consecuencias do todo tipo. Sólo se restablecerá
la justicia y la libertad económica, cimiento de todas las libertades,
regresando al imperio de la Naturaleza, que hizo la tierra para todos los hombres,
poniendo en ella el almacén de todas las cosas necesarias para su vivir. Ante las elecciones municipales de febrero de 1 920. irrumpirá
una crítica generalizada en la prensa andalucista a las maneras y manejos de
la vieja política. En diversos municipios de Andalucía se presentan candidatos
regionalistas. No hay fe en la limpieza electoral, ni confianza en la
conciencia política de los votantes. Así pues, entre reafirmación de su programa y crítica al estado
de la Nación y de Andalucía, en este año de 1920 el regionalismo andaluza
parece ir afianzándose. A través de las noticias que proporciona la revista Andalucía, se puede atisbar el proceso
de penetración del andalucismo en pueblos y provincias. Aparecen misivas y
documentos provenientes de Lucena, Villanueva de Córdoba, Motril, Gaucín,
Castellar, Archidona, Cazalla, Almería, etc. Se advierte una progresiva
implantación en Sevilla, Córdoba, Málaga y Jaén, fundamentalmente; en más débil
medida, en Granada y Cádiz; casi inexistente en Huelva y Almería. A mediados de año, Infante desarrollará una intensa labor por los
pueblos, insistiendo básicamente en dos ideas: la lucha anticaciquil y la
necesidad de engrandecer Andalucía para hacer grande a España. Con ello, pondrá
de manifiesto el persistente deseo de regeneración andaluza y el sentimiento
antiseparatista y solidario del andalucismo. Pese a todo, pues, el regionalismo andaluz prosigue su tarea con
fuerza y entusiasmo. La cuestión de la tierra seguía
siendo el problema crucial de Andalucía. Así lo entendían los regionalistas. En
1920, el andalucista R. Ochoa publicaba su ensayo Algo acerca del ideal regionalista en los pueblos andaluces, en donde desarrollaba los clásicos
postulados georgista sobre la tierra y escribía: “Nuestro ideal económico es
la libertad de la tierra, la igual libertad de todos los hombres a utilizar la
tierra para satisfacer su vida, el igual derecho de todos los hombres a la
vida”. Por su parte, Pascual Carrión volvía de nuevo sobre la cuestión agraria
a lo largo de 1920 y 1921 En un trabajo de principios de 1920, señala: a) por
una parte, que las condiciones naturales de Andalucía permitirían una población
de 806100 habitantes por km.2, cifra que no alcanza ninguna provincia;
b) por otra, hace referencia a los míseros caseríos de los cortijos. con sus
tierras cultivadas al tercio, o cuando más de año y vez, fruto de un proceso de
decadencia ocasionado por los azares
de la Reconquista, de la desamortización y el gravoso impuesto territorial.
Ello le lleva a señalar que “el problema agrario andaluz es sólo un problema de
divorcio entre el trabajador y la tierra”. Confluye todo ello en el dramático
hecho de la concentración de la propiedad, que explica que los cultivos
intensivos de cosecho anual ocupen aproximadamente la quinta parte de la
extensión total de las provincias y que queden sin dar cosecha tierras buenas
de la Baja Andalucía, un millón de hectáreas por lo menos de terrenos
susceptibles de darlas. Y concluye: “Se comprende hasta qué punto el problema
agrario es para Andalucía la clave de su vida total y por qué no puede existir
ni paz ni cultura ni nada que revele la existencia de un verdadero pueblo
mientras no se resuelva esta magna cuestión”. Seguirán luego colaboraciones de Carrión en El Sol sobre este tema; y, junto con algunos compañeros del
Catastro, volverá a colaborar en un nuevo Informe sobre la cuestión agraria en
Sevilla, que ofrecerán a C. Bernardo de Quilos y Rivera Pastor, enviados en
1921 por el Instituto de Reformas Sociales a Córdoba y a Sevilla para estudiar
el problema del subarriendo alusivo de fincas rústicas. Al mismo tiempo,
pronunciará conferencias sobre el estado de la agricultura andaluza en Carmona,
Sevilla y Ateneo de Madrid. Durante 1921 prepara igualmente los artículos que
sobre esta temática publicará en 1922 en la revista España. Así, en 1920 y 1921
se mantiene candente, en el andalucismo, la preocupación por la tierra. Se ha señalado que en 1922, coincidiendo con una fase de cientos
retraimientos en la actividad andalucista, se cierra una etapa del regionalismo
cultural. En ese año muere José M. Izquierdo, personaje decisivo en
la historia del regionalismo andaluz; también desaparece Adolfo Vasseur
Carrier, director del Jaurnal dés
etrangéres y de las revistas Don
Quijote y Revista franco-española; fallece
igualmente ese año Ramiro J. Guarddon Marchena, ilustre periodista, fundador
de la revista La Exposición -que
también concluye este año- y de los periódicos Fígaro y La Unión. Son todos ellos figuras significativas
del regionalismo cultural y tanto Izquierdo, como Guarddon, muy próximos, en
muchos momentos, a los planteamientos andalucistas, aunque con la decantación
culturalista. En este mismo 1 922, el Centro
Andaluz de Sevilla vivirá un proceso de reorganización interna. Hombres a
éste vinculados serán Hermenegildo Casas y Antonio Jaén. Preocupados por la
política sevillana, los andalucistas participarán en las elecciones
municipales, aunque sin éxito alguno. Se vive, en fin, un momento de
dificultades y de reajuste que se cerrará en septiembre de 1923. En conjunto, a partir de 1920 hay un paulatino apagamiento de
las acciones y de las actividades andalucistas. En 1923, por un lado, se
intentará, y luego lo veremos, reactivar sus planteamientos ideológicos; por
otro, se buscará revitalizar la organización georgista, como frente
complementario de actuación. En este sentido, el 20 de junio de ese 1923, R.
Ochoa convocó una reunión en el Centro
Andaluz hispalense para reorganizar la Sección sevillana de la Liga para
el Impuesto Unico. Se trataba de relanzar el georgismo tras el largo
paréntesis de indiferencia que había atravesado. Esta gestión no fue acompañada
por el éxito. Se ha afirmado, y es un error, ocasionado por el desconocimiento
del tema, que desde 1919 a 1923 el regionalismo andaluz se muestra escaso de
madurez y muy rezagado respecto a los restantes movimientos regionalistas
periféricos, sumido en unas formulaciones políticas que, para su época,
resultaban ya anacrónicas a la par que inviables, de ahí el giro corrector
intentado durante la Segunda República. No
es así en este tiempo, las formulaciones transformadoras y avanzadas, estaban más allá de las propuestas por los
regionalismos periféricos de base burguesa; y, además, la llegada de la II
República. no las modificaron, sino las reafirmaron y radicalizaron,
evidenciando con ello la íntima coherencia de sus planteamientos. En suma, se puede hablar de un cierto agotamiento y una relativa
desilusión en el movimiento andalucista en estos primeros años de la década de
los veinte. El paréntesis dictatorial obligará luego a la introspección reflexiva,
de la que emergerá el nuevo andalucismo a partir de 1930. Blas Infante, entre la política y la literatura. A la altura de 1920, Blas
Infante es ya un hombre de compleja y variada formación intelectual. Lector
infatigable y curioso, su biblioteca mostraba el amplio espectro de sus
gustos. Desde anatomía y sexología, hasta pensamiento, arte, historia,
lingüística, teología, poesía todo un mundo de culturas contrapuestas
ofreciéndonos el panorama de una personalidad interesada en todas las ramas
del saben. En cuanto a su formación, mantenía un asiduo contacto con el
pensamiento krausista, el regeneracionismo costista y el sentido crítico de lo
andaluz de Ganivet. De este complejo lecturas-formación intelectual, arranca su
peculiar estilo literario no, expresado en el ensayo sociopolítico, el
reportaje testimonial y la creación literaria. Ortiz de Lanzagorta lo
caracteriza como un escritor-agonista. Su
obra muestra una preocupación por determinadas cuestiones específicas -y, en
síntesis, por Andalucía-, lo que da como resultado «una forma imperfecta, una
desarmonía característica de los que, a una teoría de la estética. anteponen
una ética de la situación vivida, con todo el que este modo de expresión
escrita tiene de caótico y anárquico. Inscrito entre estas coordenadas, 1920 y 1921 constituyen una de
las etapas de mayor actividad literaria do Blas Infante. En cierta manera, la
creación intelectual solapa la acción política. Utilizará como plataforma la Editorial y Biblioteca Avant. Aprovecha
todo su tiempo libre para escribir. Fruto de ello serán, en 1 920, Motamid. U/timo rey de Sevilla y, en 1921. La Dictadura Pedagógica y Cuentos de Animales. Motamid es obra
teatral de carácter histórico-simbólico de factura modernista, con notable
preocupación místico-teológica y un sutil erotismo. La Dictadura Pedagógica es un largo y denso libro en el que la
reflexión política se hace desde postulados filosóficos, en el que se critica
la teoría del poder y se ofrece como alternativa «un sistema denominado por
nosotros La Dictadura pedagógica». Los
Cuentos..., en fin, son narraciones,
con mucho de fábulas, plenas de preocupaciones religiosas y naturalistas, entre
un viejo franciscanismo laico, y un intuido ecologismo. Todo ello, en suma,
nos muestra a un Infante, con evidente vocación de escritor, pero que deja
pronto la narración y el drama para volver a las urgencias del ideal andaluz. En estos años iniciales de los veinte, previos a la Dictadura, a
más de esta tarea creativa, Infante perfile otros proyectos: nuevas
publicaciones y revistas; una casa de Andalucía, como residencia de escritores
y artistas; un Instituto de Estudios Andaluces, etc. También desarrolla
actividades de tipo cultural y político. Desde 1922, Infante se relacionaba
con la Casa de Andalucía en Madrid y, de enero, a septiembre de 1 923,
colaboraré con los hermanos Alvarez Quintero y el escultor L. Collaut Valera
“para dar mayor impulso a nuestra sociedad”; igualmente en 1922, en una
conferencia sobre Un Annual en el siglo X,
en el Centro Andaluz de Sevilla, rememora Infante una historia lejana y plantea
las bases de actuación española en Marruecos. Según él deben ser: colaboración
con los rifeños, supresión de la ocupación militar y penetración pacífica. Como
colofón, delegará en Andalucía el ejercicio del protectorado de Marruecos. Así, entre la acción política, un tanto atenuada y la creación
literaria, más ésta que aquélla, discurre el vivir de Infante en estos años
críticos que desembocarán en la Dictadura. Es tiempo de un cierto ensimismamiento,
que también parece alcanzar al movimiento andalucista en general. La febril actividad
desarrollada en los años de 1918-1920, se trunca y aminora sensiblemente. Hay,
en suma, como un retraimiento hacia la reflexión, en busca de los fundamentos
esenciales, para afianzar luego una continuidad primordial. Para el profesor Ruiz Lagos, el Motamid de Infante es una
interpretación de Andalucía, «una recreación del alma andaluza como pueblo».
Motamid aparece como el símbolo del pacifismo y de la tolerancia. «Alguien que
ha elaborado sobre todas las civilizaciones recibidas un modo peculiar de ser
y de considerar la vida». En conjunto, Andalucía es sentida y presentada por
Infante como «el ejemplo de la liberalidad y de la tolerancia, el punto más
distante de los extremismos y del fanatismo»; y Motamid «como la encarnación
del espíritu libre andalusí, frente a los intransigentes y puristas que
reclaman para el Islam el espíritu de Andalucía. Motamid no es un descendiente
del invasor, es la realización plena del espíritu de la vieja Bética helénica,
liberado del racionalismo romano y germano. Blas Infante, pues, escribe Motamid como el fruto depurado de su
reflexión sobre Andalucía. Es historia pero, sobre todo, es símbolo. A la
altura de 1920, lo que en Motamid se trasluce es la imagen, la aspiración, el
entendimiento del ser de Andalucía que Infante tiene. En vez de un largo ensayo
plantea ahora una especie de parábola teatral con la que trata de expresar su
concepción de Andalucía y de lo andaluz. “Andalucía de alma griega, incendiada
a veces por orientales esplendores, repugna al exotismo y la extravagancia y
ama el ritmo, hasta el punto de quererlo traducir aún en el andar del pueblo”. En esta parébola-reflexión que viene a ser Motamid, Infante
expondrá su idea sobre la multitud, que ya había avanzado años atrás, y que
volveré a retomar, más en profundidad, años después, en 1935. Traduce su radical
escepticismo sobre la masa, muy en la línea orteguiana que sigue idéntica
dirección. Infante huye del populismo y la adulación a las masas, para mostrar, en cambio, su incredulidad en su papel
transformador de la sociedad. Por contra, fruto de su análisis y experiencia
personal es el conocimiento de la
fácil manipulación de la muchedumbre por caciques y oligarcas y de su secular
control y encauzamiento por y desde el
poder. No hay, en consecuencia, fe en la muchedumbre para levantar Andalucía, y
sí en la minoría rectora, el auténtico pueblo, guía y conciencia, que es quien
puede y debe cambiar la realidad, aunque ello, como dijo años atrás, sea obra
de titanes. La Dictadura Pedagógica. Se ha afirmado que La
Dictadura Pedagógica es un ejercicio intelectual en búsqueda de un nuevo
modelo de sociedad que traduce la necesidad andalucista de superarla
contraposici6n dictadura burguesa/dictadura del proletariado. Escrito bajo la impronta de la Revolución
rusa, constituye una reflexión personal, fruto de lecturas muy significativas
de la filosofía alemana y de M. Bakunin y P, Kropotkin. El libro aborda la
concepción del ideal andaluz “desde
el prisma de las opciones éticas"” Parte del supuesto de que los males
sociales proceden de una educación que no ha sido concebida para la vida, sino
planteada sobre presupuestos exclusivamente positivistas e insolidarios. En
suma: “Su modelo de la nueva sociedad universal y andaluza no está inspirado
en una exclusiva idea económica, sino en una opción ética”. “Así La Dictadura Pedagógica es toda una crítica
de la teoría del poder y una respuesta a la situación política de los años
veinte. Desde estos principios fundamentales, Infante formula una alternativa
basada en: gobernantes que sean maestros; Estado que sea escuela; política que
sea arte de educación. De aquí que no pueda haber más dictadura que la
pedagógica, que conduce a la
felicidad de los hombres, aumenta las riquezas de su espíritu, así como el
poder para liberarles”. La Dictadura Pedagógica se compone
fundamentalmente de artículos publicados previamente en la revista Avante, completados con otros con el fin
de conseguir la trabazón «de un sistema denominado por nosotros La Dictadura Pedagógica». El libro es, básicamente, un largo
ensayo filosófico, de fuerte influencia krausista, regeneracionista y
georgista. Tras una larga introducción crítica
de la revolución rusa y del nuevo régimen soviético, que configura la
«dictadura del proletariado», expone las piezas esenciales del sistema que
Infante denomina «la Dictadura Pedagógica» cuya idea nuclear seria: una dictadura de padres-maestros que eduque
el hombre en lo humano, para superar
lo instintivo y animal, y afirmar lo espiritual y solidario. Por último, en la
Recapitulación final, vuelve a
recoger los principio de municipalismo, socialización del valor social de la
tierra y todos los demás que responden a sus raíces intelectuales georgistas y
federalistas, a más de coutista y regeneracionistas. De acuerdo con todo lo anterior, el libro tiene básicamente dos
partes: una primera, que es una amplia Introducción
critica sobre la dictadura del proletariado, y cualquier dictadura, con la
fijación de conceptos clave (revolución, libertad, etc.); otra segunda, en la
que Infante plantea el sistema que denomina «la Dictadura Pedagógica». Vale la
pena verla con un relativo detenimiento. 1.- En su arranque, Infante
señala tres cuestiones primordiales: La existencia de dos clases de comunistas: «Comunistas del
resultado del trabajo propio; y comunistas del resultado del esfuerzo ajeno.
Comunistas que aspiran a dar; y comunistas que aspiran a recibir». Y afirma:
“Somos o aspiramos a ser comunistas de la primera especie”.El entendimiento del
comunismo como solidaridad. El que la dictadura del proletariado no podrá crear el alma de la
Sociedad comunista por tres razones: porque la convierte en una entelequia;
porque «no puede ser obra de un poder ordenado por la conciencia particularista
de una clase social; porque «el
método creador de ese alma no puede ser el procedimiento de las construcciones
formales». Desde estos supuestos básicos, señala Infante: “No creemos que el
comunismo pueda llegarse por los métodos o por la táctica. Entra luego en una
dura crítica de la política soviética y del leninismo y, en contraposición a
ello, formula sus concepciones sobre la revolución y la dictadura: Entiende que la finalidad de la revolución ha de alcanzar la verdadera felicidad ser, o lo que es igual, el
progreso de la vida hacia su destino; de aquí que una revolución verdadera tenga dos finalidades inmediatas:
“Igualdad; Libertad, tras de las cuales están la paz y la felicidad individuales y colectivas, condición precisa de
realización del destino vital”. A partir del entendimiento del comunismo como una aspiración de dar, como un crecimiento del ser humano, la obra de
su construcción ha de ser encomendada a los pedagogos, a los educadores. Hay
que construir una Dictadura educadora: «Dictadura,
sí, pero ni burguesa ni proletaria, ni comunista ni individualista. Dictadura
consciente de la Humanidad que se dirija inflexiblemente hacia sus destinos. Dictadura Pedagógica, revolucionaria
que tenga por fin la creación humana, concepto uno con el de la felicidad de
los hombres: Esto es aumentar las riquezas de su espíritu, y el poder para
liberarlas». 2.-En la segunda parte, a lo
largo de nueve capítulos y una recapitulación, Infante diseña y perfila su
proyecto de Dictadura Pedagógica. He aquí su síntesis: Frente a la Dictadura burguesa y a la proletaria, defiende la
Dictadura Pedagógica como alternativa superadora de ambas: «Ni dictadura
burguesa, ni dictadura del proletariado. Dictadura pedagógica de un hombre o
de varios hombres que sientan en si la vida de su pueblo y la vida de la
Humanidad: que perciben claramente la finalidad de la Creación Universal y que
a esta finalidad y a sus medios adecuados, ordenen con energía incontrastable las
fuerzas subordinadas a su absoluto poder». Con respecto a la cuestión «¿De qué clase saldrán los
dictadores?», se afirma que son los hombree, el hombre, quienes deben concitarse «para salvar su causa en la de
la Humanidad en peligro». Deben ser los
mejores, «los aristócratas del cerebro y del corazón; los aristócratas
verdaderos del espíritu» quienes deben guiar el movimiento: «por la dictadura
de esos hombres [...],la humanidad habrá de salvarse». Se propone, pues, el gobierno de los mejores, o sea:
«gobierno del pueblo por sí mismo, representado pro sus hijos mejores. Esto es,
la aristo-democracia». Estos mejores deben
realizar las reformas fundamentales. convirtiéndose en «los dictadores pedagógicos»
que «no vendrían a dictar leyes hondamente divorciadas con los instintos, sino
leyes que viniesen a marcar un grado ascendente, positivo y práctico, de
reforma en la evolución social». A través de esa «Dictadura
Pedagógica» se debe alcanzar el comunismo
integral o comunismo efectivo, para
lo que hay que implantar en el entendimiento y en la conciencia de todos los
hombres los conceptos de «la unidad de la vida» y de «la unidad del fin». El problema básico estriba en ver cómo del «actual estado del
alma de la Sociedad» se puede arribar sí «alma de la Sociedad comunista: cómo
regir ese proceso para llegar a la consecución de aquel resultado», Para ello,
«no hay otro medio que la educación». En la sociedad actual existen «valores sociales o propiedad
social; y valores individuales o propiedad individual». El planteamiento
georgista sobro la cuestión es claro: «Para la Sociedad los valores sociales o
propiedad social, y para el individuó los valores individuales o propiedad
individual». Y puede llegar actualmente al comunismo en cuanto a los valores
sociales, porque su «comunización» es posible llevar a cabo por un acto de
poder social; no se puede hacer lo mismo con los valores individuales
económicos. En toda esta problemática, lo preciso es crear la escuela y el maestro. La escuela es la nación, el mundo; el maestro existirá
en cuanto se sustituya «al miserable legislador político» por «el legislador
profeta o taumaturgo, por el Director Pedagógico». “La Sociedad comunista de
lo Porvenir, si no se llega a consagrar al Director taumaturgo que venga a
fraguar su alma, jamás podrá llegar a ser”. Los maestros de esta escuela de hermandad deberán ser los
padres: «Esto sería hacer de cada padre un maestro de sus propios hijos», y
así, acelerar le evolución hacia esa nueva sociedad. La Dictadura Pedagógica, para laborar por la creación de un comunismo integral o afectivo, «necesita de muchos maestros;
casi de tantos pedagogos como niños, que afirman en datos aquella creación, en
el grado de realidad que en el espíritu de los maestros alcanzase; encomendando
su evolución posterior a imagen y semejanza de la de los maestros». Y el
objetivo final: «Engrandecerse por sí, por el propio esfuerzo, y por el propio
dolor, para dar la grandeza adquirida
por sí, graciosamente, a los demás; movidos por el amor a la humana creación».
Y junto a esta solidaridad humana, una
idéntica solidaridad de los pueblos. La Dictadura de Primo de Rivera. A partir de 1 923, con la llegada de la Dictadura, el movimiento
regionalista-nacionalista español penetrard en una fase de silencio y
reorganización. Las expectativas iniciales que despertó la personalidad del
dictador se vieron rápidamente truncadas y el fenómeno regionalista se vio
obligado al repliegue y al enmudecimiento. Pero no fue, en ningún caso,
desarraigado. Bien al contrario, en general. reavivó más su fuerza. Algo de
todo esto sucedió también en Andalucía. El andalucismo tuvo que replegarse
sobre sí mismo y se vio forzado a guardar silencio; por su parte, Blas Infante,
alejado voluntariamente de Sevilla, buscó encontrar, a través de la lectura,
los escritos y los viajes, las raíces, orígenes y fundamentos de Andalucía y
de lo andaluz. Cuando en 1930 concluyó la Dictadura, irrumpió de nuevo y con
más urgencias que antes, el hecho regionalista. El pacto de San Sebastián
acordó que la República, que se esperaba inmediata, lo tomaría en cuenta. Las ilusiones regionalistas se vieron reforzadas cuando el 12 de
octubre de 1923, en declaraciones a El
Debate, Primo de Rivera afirmó que proyectaba «la supresión de las 49
pequeñas administraciones provinciales», sustituyéndolas por 10, 12 o 14
regiones fuertes y robustas, «dotadas de todo aquello que dentro de la unidad
de la tierra sea posible conceder». Estas nuevas regiones se instalarían de
modo progresivo, comenzando por las que más competencias tenían y que hablan
demostrado la viabilidad del sistema Aún el Estatuto Municipal de
1924 de Calvo Sotelo, en el que se hablaba de municipios libres, pareció
alimentar esas expectativas. Pero el posterior Estatuto Provincial de 1925,
mucho más restrictivo, acabó definitivamente con las ilusiones. Fue redactado
también por Calvo Sotelo, prosiguiendo los principios del reformismo
conservador de Silvela y Maura. En este Estatuto se recogía el concepto de «región» y se fijaban los medios para su
constitución a partir de los municipios, Pero se afianzaba la provincia como
entidad local, con personalidad propia. y, sobre todo, se potenciaban las
Diputaciones como representantes de los intereses provinciales. Así, no se
planteó, como al principio parecía, deslindar el regionalismo del separatismo,
sino, pura y simplemente, acabar con las fuerzas y movimientos regionalistas. La etapa de la Dictadura fue una época de recogimiento del
andalucismo. «¿Qué fue del andalucismo militante?» se pregunta el profesor Ruiz
Lagos. Y responde: «Simplemente. pervivió en las catacumbas. en continuo
análisis de sus posiciones». Con la Dictadura se cerraron los Centros Andaluces y el Gobierno prohibió
la celebración de actos. Durante su permanencia, los andalucistas debieron
mantenerse en la sombra,«pero en un constante intercambio de opiniones sobre
los hechos que ea venían produciendo en aquella mala situación». Se recurrió a
la comunicación epistolar entre los iniciados y a las modestas tertulias da
café; a través de estos medios se intentó mantener vivo, entre la prohibición y
el silencio obligado, al espíritu andalucista. Mientras tanto, la realidad agraria andaluza mantuvo, y aún
agudizó, sus problemas estructurales. La transformación del secano en regadío
exigía una fuerte inversión de capital, cosa que los grandes propietarios no
estaban dispuestos a realizar. En consecuencia, para implantar el regadío en
las fincas grandes, según Carrión, «es indispensable (...] parcelarlas y colonizarlas
al completo. Al fomentar el regadío en Andalucía, apunta Carrión, «en vez de
corregir los inconvenientes de la concentración de la propiedad territorial en
pocas manos, los aumentará, cuadruplicando el valor de las grandes fincas en
las zonas regables y agravando las funestas consecuencias sociales de aquel
hecho»; además, incrementará el poderío de sus dueños. Ante todo ello, Carrión retorna las ideas y el plan expuesto en
1919 por los ingenieros del Catastro de Sevilla: expropiación, según lo
entonces señalado; parcelación, y no reparto en propiedad; renta social del suelo
mejorado para el Estado, según la doctrina fisiocrática; crédito agrícola;
Sindicatos de cultivadores. «La colonización duradera, la parcelación permanente,
se haca cediendo el uso de la tierra, pero dejando la propiedad de ella para
el Estado, único que puede armonizar sus intereses con los de los colonos y
asegurar a datos el disfrute de las mejoras». Las conclusiones finales de
Carrión eran: La concentración de la
propiedad de las tierras regables en pocas manos, dificulta que se pueda establecer
en ellas el regadío; así como su aprovechamiento y colonización adecuadas. Para hacer efectivo el regadío y facilitar la colonización de
las zonas regables, en las que el Estado ha costeado la mayor parte de las
obras de riego, hay que expropiar las fincas mayores de 10 hectáreas, indemnizando
a los propietarios con el valor de las tierras antes de ser regadas; para ello,
se recurrirá a la emisión de Deuda con la garantía de las propias fincas. Las tierras expropiadas quedarán para el Estado, que cederá su
uso en lotes familiares, mediante pago de una renta justa, por arrendamiento
indefinido y dejando al colono la propiedad de las meleras. Se recogen, pues, desde un fundamento doctrinal georgistas, las
propuestas básicas de 1919; ello quiere decir que todo sigue, cuando menos,
igual. Más adelante, en 1931, de nuevo, y otra vez sin éxito, se volverá sobre
éstas ya viejas soluciones. Queda así patente que se trata del modelo esencial
de la reforma agraria andalucista. En suma: la Dictadura, para el andalucismo, como para todos los
regionalismos hispanos, significó, ante todo, un forzado exilio interior que,
en vez de extinguirlos come proyecto político, les llevará, y más aún ante el
fracaso dictatorial, a un afianzamiento en sus convicciones; e irrumpirán de
nuevo en cuanto el paréntesis primorriverista toque a su fin. El exilio interior de Blas Infante. La Dictadura primorriverista ocasiona, según vimos, el
retraimiento y ensimismamiento del andalucismo. Algo similar sucederá con Blas
Infante. Durante este período, Infante se dedicará a la lectura y a la reflexión:
enriquecerá su vida familiar y nacerán sus dos primeras hijas; viajará a Marruecos
en 1924 en busca de la tumba de Motamid, a Portugal (1928), para su homenaje a
ese rey-poeta y a Galicia (1927), para entrar en contacto con los galleguistas
de la revista Nos; por último, se
volcará en la escritura, ocupándose de las raíces y fundamentos de Andalucía y
de la cultura andaluza. La Dictadura cerró los Centros Andaluces. A raíz de ello, y ante
el temor a una posible represión, Infante buscó una discreta retirada. Una
especie de exilio interior. Permutó entonces su notaría de Cantillana por la
de Isla Cristina (Huelva). Una vez allí. abandonó toda actividad pública y se dedicó a sus tareas
profesionales, a la lectura y a la escritura, a las excursiones y a la vida
familiar. “Los primeros años de Isla Cristina son como una página en blanco en
la vida de Blas Infante. Algo parecido ocurre, en esta época, con el andalucismo.
Infante no quiso ningún contacto con la Dictadura, ni aceptó consideración
alguna sobre el Estatuto de Calvo Sotelo. Son, pues, tiempos
ocupados en investigar “el dramático devenir cultural de lo andaluz”. El mismo Infante, en un escrito, nos da cuenta de cuál fue su
actividad fundamental durante esta época: retiro, estudio, reflexión, trabajo.
Señala, recurriendo a la leyenda de Cómatas (que salió vivo del largo encierro
en que su amo le tuvo en un ataúd, gracias a las musas que lo alimentaban con
miel), que a él le sucedió algo parecido, pues, desarbolada la Dictadura
“vengo a aparecer como Cómatas rodeado de estudios fraguados en mis soledades
isleñas, los cuales sostuvieron entonces, cuando los hilaba, mi inactividad y
fortalecen ahora, después de concluido, mi voluntad por Andalucía, voluntad
proscrita por el arbitrio dictatorial”. Tres viajes, en 1924, 1928 y 1927, jalonan la actividad de Blas
Infante en este período. Su interés por la cultura de Al-Andalus le moverá a
dos salidas al extranjero. El 15 de septiembre de 1924 se dirige al desierto
de Agmat (Marruecos), como peregrino a la tumba de Motamid. Le acompañan un tal
señor Vidal y el Intérprete oraní Ben Ablubon Mussa. Conocerá a Omar Dukadi,
que dice ser descendiente de Motamid, y recibirá como regalo un bello alfanje
que le entrega un descendiente de Boabdil. Este periplo africano va a ser una
experiencia decisiva, en la que siente encontrar la raíz común de los andaluces
de los dos lados del Estrecho. No se siente forastero en Marruecos y piensa que
los árabes andaluces viven en el destierro desde hace cuatro siglos. Expulsión
y persecución serán cuestiones sobre las que meditará entonces; reflexionará,
igualmente, sobre la idea del fe//ah
mengu y su sentido y significado como origen del flamenco. La
segunda salida será en 1 928, a Silves (Portugal), para un homenaje al mismo
Motamid, hijo del Al-Garbe. A lo largo de un mes, al parecer, julio de 1927, Infante
recorrerá Galicia en compañía de José Mas y entrará en contacto con los
nacionalistas gallego de la revista Nos. Estos le acogerán con
cordialidad. En cierta manera se pueden conocer los lugares visitados a través
de los paisajes que su compañero de viaje, el escritor costumbrista José Mas,
reconstruye en su novela Por la costa de
la muerte (Madrid, 1928). Hubo un banquete en La Coruña, con un discurso de
Infante hablando del fundamento lejano arábigo de Andalucía y de los principios
andalucistas. Parece que si con sus viajes al extranjero Infante buscaba el
encuentro con ciertas raíces de Andalucía, con esta excursión gallega intentaba
construir lazos de solidaridad con un movimiento que estaba empeñado en
objetivos similares a los que perseguía el andalucismo. En cualquier caso,
estas salidas rompen el monótono discurrir de Infante en su retiro onubense. Con todo ello, en los años finales de la década (1928 y 1929),
Infante parece querer ir concluyendo con el exilio interior que se impuso en
1923. Y quizá el colofón de todo ello es su conferencia en la Sociedad Económica
de Amigos del País, de Málaga, en enero de 1930. El régimen dictatorial se
resquebraja evidentemente y hay que retornar a la acción pública. Y Málaga
-capital de su provincia natal será el
lugar elegido. La noche del 9 de enero de 1 930 y sobre el tema La continuidad de Andalucía, disertará
Infante en la Sociedad Económica de Amigos del País de Málaga. Comenzó Infante haciendo una irónica y velada crítica a la
Dictadura al decir que “tal vez se habrá embotado su facultad de hablar por el
largo silencio; que hay quietudes y silencios en cuyas ramas no pende el fruto
de oro del sosiego; que vivir no es vegetar”. Tras este preámbulo, en el que
hacia referencia a la situación vivida por el país en esos años, abordó el
núcleo de sus conferencia. Tres grandes ámbitos aparecen en ésta. Por un lado,
se refirió a la inquietud surgida a partir de 1912 para rehacer la personalidad
de Andalucía, analizando su trayectoria y difusión, su punto de partida en
Málaga y su enraizamiento en Sevilla, y su discurrir hasta el momento. Hubo
luego un sentido y emocionado recuerdo a José M. Izquierdo. Por último, hizo
un largo y denso recorrido por la historia de Andalucía, por la existencia del
ser andaluz y del pueblo andaluz a través de la historia. Con todo ello, venía
a dejar patente la continuidad de Andalucía, pese a todas las vicisitudes
históricas que había sufrido. Esa era, en definitiva, la idea que quería
transmitir; su mensaje público en una hora decisiva. Y, al tiempo, manifestaba
indirectamente el nuevo resurgir y la continuidad del andalucismo. Apenas unos
días después, el 28 de enero, concluía la Dictadura al dimitir Primo de Rivera. En 1931, cerrado el paréntesis dictatorial, Infante decide
abandonar su retiro dorado de Isla Cristina y regresar a Sevilla. Por traslado
podría ir a Gandía (Valencia), buena y próspera notaría. Pero no quiere salir
de Andalucía. Opta entonces por Coria del Río, a pocos kilómetros de Sevilla,
al pie del Alfajarafe y a orillas del Guadalquivir. Ha terminado la etapa de
retraimiento, silencio y casi clandestinidad. Retorna a la vida lucha de tantos
años, vital e intelectualmente más maduro, políticamente más radical y con un proyecto andaluz perfectamente
delimitado. El
andalucismo en la coyuntura republicana de 1931. Llegados a 1931, el propio Blas Infante reflexiona sobre lo que
ha sido -y es- el andalucismo: «Se trataba de un regionalismo o nacionalismo, no
exclusivista; su contenido económico, no era propiamente nacionalista [...] Al
contrario, la fórmula «Librecambio» campaba en los programas del Regionalismo
andaluz; y esto mismo ocurría en el aspecto político [..];y también venía a
ocurrir en el moral. Es decir se trataba de un regionalismo o nacionalismo
internacionalista, universalista; lo
contrario de todos aquellos nacionalismos inspirados por el Principio Europeo
de las nacionalidades. Más claro. Se trataba de una paradoja: los nacionalistas
andaluces. venían a defender un nacionalismo antinacionalista». En junio de 1931 se reconocerá, por un lado, el planteamiento
«casi de carácter internacionalista» del andalucismo y, por otro, su proyecto
de futuro para Andalucía: «El andalucismo no es hoy un vago sentimiento lírico
que se nutra de tradición y de historia, sino que aspira a que Andalucía vuelva
a ser hogar espiritual de una cultura humanista y fraterna, plena de tolerancia
y ardorosa de ideales». En el orden político, reivindicará sus viejas posturas
federalistas, señalando que «lo menos que puede conformarnos es una República Federal auténtica, en la que cada municipio o parroquia
haga lo que crea de justicia y le convenga». Por su parte, R. Castejón
insistirá en ello. En vísperas de las elecciones para las Cortes constituyentes,
afirmará: por un lado, la fuerte personalidad de Andalucía y la necesidad de
expresarla en un Estatuto y en la organización de un «Estado Regional»; por
otro, la voluntad de que la Constitución
Regional se ofrezca a Andalucía y a otras regiones, y no sólo a las que
«por gran mayoría plebiscitaria la obtengan en los comicios, dejando a las
restantes en régimen de tutela bajo la administración del poder central o
federal». Y todo ello -tiempo después volverá sobre el tema Ortega y Gasset, en
un famoso discurso parlamentario, en el que hablará de las “regiones ariscas”-
para que no se concedan privilegios sólo “a quienes airadamente los exigen”. Por último, es de señalar la preocupación andalucista por el tema
de Gibraltar. Al ponerse en marcha. en 1931, el proyecto autonómico, pensaron
que ése podría ser un camino válido, con un doble resultado: a) de un lado, aglutinar la solidaridad
andaluza sobre este aspecto («en el punto coincidente de Gibraltar, es cierta
la existencia del deseo colectivo de recuperación»), para conseguir una
importante fuerza en esta dirección; b)
de otro, que esta solidaridad apuntada se extendiese a otras cuestiones
y evitase el desmembramiento de Andalucía. En suma: Andalucía reclamaba
Gibraltar -«pedazo de su territorio bajo la dominación extranjera»- porque «Andalucía
autónoma quedaría frente a Inglaterra en las mejores condiciones para demandar
la resolución de un pleito en el que no le alcanza responsabilidad alguna». Así. y desde los primeros momentos,
los andalucistas ligaban estrechamente el tema de Gibraltar con el de la
autonomía andaluza; y entendían que ésta podía ser una salida viable al atasco
político existente en torno a esta cuestión. Unido al tema de Gibraltar, los andalucistas retomarán su ya
vieja preocupación por Marruecos. Entienden que éste es una prolongación
histórica y por ello forzosamente política. de Andalucía». En consecuencia,
hay que fomentar la «conciencia andaluza» de los súbditos jalifianos. para
acercar a los dos pueblos hermanos. La política a desarrollar debería basarse,
por un lado, en avivar el recuerdo histórico y, por otro, en un intercambio
cultural «entre las dos Andalucías». Ese tendría que ser el camino de España
con respecto a Marruecos; porque ni la amenaza ni el terror une a los pueblos»;
sólo «una sana política de acercamiento espiritual. «Marruecos no es más que un
pueblo hermano de Andalucía, y unido a ésta, continuará siendo florón valioso
del pueblo hispano». En definitiva, el andalucismo aparecía en la coyuntura
republicana de 1931 como un movimiento peculiar, de amplias preocupaciones e
intereses, articulado en torno a la figura de Blas Infante, ansioso de cambios
reales en el mundo andaluz y esperanzado en que, en esta nueva época que se
iniciaba, serían posibles. El bloqueo de todas sus expectativas hará más
hiriente su sentimiento de frustración y dará una mayor acritud a su posición
crítica -que arranca desde el mismo 1931, ante la República, la política y los políticos republicanos. Elecciones a Cortes de 1931. El andalucismo, como tal, no presentó candidaturas en las
elecciones republicanas. No era un partido político, ni quería ser una máquina
electoral. «Nuestro programa económico -ha escrito E. Lemos- es eminentemente
científico, y las masas enardecidas, dentro del torbellino de las pasiones, no
nos comprenderían». No obstante, los liberalistas, a través de la figura de
Blas Infante, participaron en coaliciones. De forma expresa y decidida, en
1931. en la «Candidatura Republicana Revolucionaria Federalista Andaluza», de
Sevilla; de manera más indirecta, en la «Candidatura de Izquierda
Republicana», de Córdoba, también en 1931; con posterioridad, mucho más
incidentalmente, en la «Candidatura de Izquierda Republicana Andaluza», de
Málaga, en 1933. En todos los casos buscaban, antes que un Acta de Diputado, el
aprovechamiento de la coyuntura electoral como una plataforma de exposición de
sus ideas, como un vehículo de concienciación del pueblo andaluz y como un
posible camino de realización de sus proyectos con respecto a Andalucía. En los prolegómenos electorales los andalucistas, por un lado, no
creían que «las próximas Cortes Constituyentes lo lleguen a ser de un modo
real»; por otro, se negaban a hacer «una organización electoral». Desconfiaban
de las vecinas elecciones, básicamente, por dos razones: a) «Elaboradas por una
Ley Electoral arcaica, no pueden llegar a ser expresión de la auténtica
voluntad del pueblo»; subsisten vicios y complejidades y, sobre todo,
«subsisten las antiguas organizaciones electorales» y sus «coacciones
caciquiles sobre la voluntad popular; b) El sistema «mantenido» no puede
producir «distintos efectos durante la República que en los tiempos de la monarquía». En suma, venían a argumentar que si
todo permanecía prácticamente igual. difícilmente podía cambiar el mecanismo
electoral. Aunque fueran otros los ahora triunfadores, el sistema estaría
igualmente viciado, con lo que se sustraería, otra vez más, la voluntad
popular. Frente a esta realidad que denunciaban, «nuestra técnica,
creadora de pueblos, extraña e incomprensible en un Estado que tantos pueblos
llegó a destruir, no sirve para lograr la creación de organizaciones
electoreras». Y apuntaban dos problemas de fondo: a) «La República, para el
Gobierno Provisional, ha implicado, únicamente, el cambio de nombre de un
Estado». b) En vez de ofrecer al
futuro Parlamento «un sistema de hechos» el Gobierno Provisional iba a
entregar a su consideración «un complejo de aspiraciones, mas o menos difusas». No obstante todo ello, y pese a la
actitud escéptica que mantenían, los liberalistas se decidieron por participar
en la lucha electoral de 1931, en Sevilla y Córdoba. Fue, en ambos casos, una
decepcionante experiencia. La Asamblea de Córdoba. En enero de 1933, en buena medida, culmina
una etapa de la larga lucha por la autonomía andaluza. La Asamblea de Córdoba,
con todas sus contradicciones internas, representa un momento significativo en
el camino hacia el Estatuto. Allí se concreta un Anteproyecto, expresión, a la
vez, de los condicionamientos constitucionales, las cortas miras de políticos y
fuerzas económicas y la falta de impulso popular. Gracias a transacciones,
cesiones y consensos, que en el fondo no acaban de convencer a casi nadie, se
aprueba y se programa el tramo final para su promulgación. Pero concluida la
Asamblea, la cuestión del Estatuto cae en un expresivo silencio y en una
inacción casi total. Hay como un «aparcamiento del tema, sobre el que
sobreviene una especie de olvido indiferente. Todo ello se acentuará muy
sensiblemente a partir de las elecciones de noviembre de 1933, que llevan al
poder a gobiernos cada vez más de derechas, nada inclinados a los planteamientos
autonomistas. Así se proseguirá hasta febrero de 1936. En estas elecciones de
1933, Blas Infante llevará a cabo su última aventura electoral. No le moverán
ambiciones de acta, sino el deseo de utilizar la plataforma como vehículo de
propaganda de sus ideas. Tras el fracaso, regresará aun nuevo exilio interior
que le conducirá a una durísima reflexión sobre la política. los políticos y
la actitud de las muchedumbres. De esta manera, entre enero y diciembre de 1933
se pasa de una confianza ilusionada, a la más completa desilusión; se vive, en
este corto trecho, la cara y la cruz de una esperanza. La Asamblea de Córdoba aprobó un Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Andalucía, que consta de 31 Bases, 6
Disposiciones transitorias y 2 Declaraciones finales. Fue el arduo resultado de
transacciones entre las diferentes posturas en presencia, y tuvo como
referencias ineludibles los artículos constitucionales del Título y el modelo
estatutario catalán. En él se diseña una Andalucía autónoma, muy alejada del
separatismo y del federalismo, que se aproxima a un sistema de descentralización
políticoadministrativa. El Anteproyecto no
recoge los planteamientos radicales del andalucismo y las ideas de Blas Infante
de 1931 pero, pese a ello, la Junta
Liberalista lo apoyará decididamente. En líneas generales su contenido
sigue la línea marcada por el Estatuto Catalán y por el proyecto gallego de 1
932. Los aspectos abordados por
el Anteproyecto son: Bases de implantación
territorial; Bases de representación regional; Atribuciones del Cabildo
regional; Autonomía municipal; Bases de Hacienda regional; Ciudadanía
andaluza. A lo largo de todas estas Bases se formulan las atribuciones y
funciones del Poder regional y su relación con el Poder central. Se fija, en
primer lugar, la organización territorial, manifestando que «los Municipios de
la Región autónoma andaluza serán plenamente autónomos» y se agruparán en «Comarcas
administrativas» que constituirán la división territorial de la Región. En el
aspecto político, la Región autónoma andaluza se configura de la manera
siguiente: 1) Se constituye «la Región autónoma andaluza dentro del Estado
español. En el territorio andaluz podrán constituirse una o varias regiones
autónomas»; 2) El organismo político administrativo de Andalucía se denomina Cabildo Regional y estará compuesto
por: el presidente de la Región, elegido
por sufragio universal, con capacidad para nombrar y separar a los miembros de
la Junta ejecutiva; la Junta ejecutiva, que
tendrá el poder ejecutivo de la Región; el Consejo
regional en el que residirá la potestad legislativa, «integrado por los
diputados de la Región». En cuanto a las atribuciones del Cabildo Regional son prácticamente las mismas que aparecen en el Estatuto Catalán, distinguiendo lo que podríamos denominar unas «competencias exclusivas», con capacidad legislativa, y otras «compartidas», con ejecución de lo ordenado por el Estado. Lo autonomía municipal (Base 1 6> se reconoce y «se garantiza la absoluta separación de las haciendas locales, regional y la del Estado». En cuanto a la Hacienda Regional es este el apartado con mayor singularidad. Se configura un mecanismo que, partiendo de la aceptación de que la Región tendrá «ingresos propios», permite a ésta una gran capacidad de maniobra, por su desahogo económico y financiero. Por último, se precisa quiénes tendrán la ciudadanía andaluza, los que lo sean por naturaleza y no hayan ganado vecindad administrativa fuera de Andalucía y los demás españoles que hayan ganado vecindad dentro de Andalucía». A señalar, finalmente, que en las Disposiciones transitorias se regula la creación de una Comisión Mixta Gobierno de la República-Junta de la Región para «la adaptación de servicios que el Estado cede a la Región», así como que la legislación del Estado que continúa en vigor hasta que el Consejo regional legisle será aplicada por «las autoridades y organismos regionales, los cuales tendrán las mismas facultades que las leyes señalan a los del Estado». Así pues, el Anteproyecto presenta,
junto a contenidos similares al Estatuto catalán o gallego. Otros específicos
y diferenciados; y, al lado de ello, una indudable «modernidad» en cuanto a la
concepción de cómo debe construirse un Estado autonómico y de qué manera ha de
realizarse el reparto de competencias Estado-Región, así como el proceso de
transferencias estatales a la región autónoma. La Asamblea, también, aprobó
unas Conclusiones que vale la pena
recoger al completo: A) Las Bases
aprobadas interpretan el sentir unánime de la Asamblea en cuanto significan
cristalización de un principio de autonomía andaluza, cuyo alcance inmediato
es la descentralización políticoadministrativa de la Región. B) Estas Bases
habrán de ser objeto de una información pública y serán comunicadas para su
estudio a todos los Ayuntamientos de Andalucía, que comunicarán las observaciones
oportunas sobre los distintos apartados que el Anteproyecto contiene. C) La misma
Comisión organizadora de la Asamblea Regional Andaluza tendrá a su cargo
publicar Y distribuir entre los Ayuntamientos el Anteproyecto de Bases y
recoger las observaciones que les merezca su contenido. D) La Comisión
organizadora concederá a los Ayuntamientos
un plazo, que no excederá de dos meses, para que se verifiquen el citado
examen y formulen y comuniquen las predichas observaciones. E) Una vez recogidas éstas, la
Comisión organizadora convocará la celebración de una Asamblea, en la que se
discutirá el definitivo Anteproyecto de Estatuto. F) Entretanto, la repetida
Comisión organizadora asumirá la dirección de la propaganda relativa a las
Bases aprobadas por la Asamblea, con respecto a todo el territorio andaluz. G) Para conseguir
la conveniente eficacia de esta labor. dicha Comisión, constituida en
Gestora general permanente, impulsará
la designación en cada provincia de una Comisión integrada por un representante
de la Diputación Provincial respectiva, otro por los Municipios, otro por cada
uno de los partidos políticos y Juntas liberalistas siempre que se adhieran a
los principios básicos de este Anteproyecto, sin perjuicio de sus particulares
programas, y otro por cada una de las entidades económicas, Cámaras y
Corporaciones que estuvieron representadas o se adhirieron a la Asamblea de
Córdoba». Estas Conclusiones, como
se ve, diseñaban la actuación necesaria para poner en marcha el Estatuto:
estudio del Anteproyecto por los
Ayuntamientos, con un plazo de dos meses para hacer las observaciones pertinentes
y aprobación del definitivo proyecto de Estatuto en una Asamblea reunida a tal
efecto. Sin embargo, no hubo tal. El entusiasmo se esfumó, y la etapa
republicana que aparece en 1 934, bloqueó todas las actividades autonomistas. La pérdida de impulso: criticas y reticencias tras la Asamblea. Tras la redacción del Anteproyecto la Asamblea (llegó a la
conclusión de proseguir la obra emprendida con plena confianza en su resultado
final, como único medio de lograr que Andalucía afronte con éxito positivo la
restauración de su personalidad y la conquista del futuro que sus peculiares
aptitudes le aseguran en la libertad republicana». Además, después de la
Asamblea. «nadie podrá decir que Andalucía no está capacitada para llegar a
elaborar por si un Estatuto autonómico, ni impreparada para desarrollar
prácticamente una autarquía cultural, económica y política. El Anteproyecto de
Córdoba es una rotunda afirmación de lo contrario» 14, y ese Anteproyecto. pese a todos sus problemas.
puede considerarse la «primera afirmación del ser del pueblo andaluz» 15, En
general. en la prensa se recogieron los problemas que vivió la Asamblea. Se
afirmó que en sus deliberaciones hubo casi tantas discrepancias como
representantes, y ello dio ocasión a que los debates fuesen tumultuosos y en
extremo apasionados». Se señaló que las deliberaciones fueron, en muchos
momentos, borrascosas. Para un sector de la prensa no hubo espíritu andaluz,
prueba de que el regionalismo no estaba aún adecuadamente arraigado en
Andalucía y de que era necesaria una intensa campaña. en tal dirección. para
convencer al pueblo y concienciarlo en este sentido. Además. se apuntaron defectos en la formación y
desenvolvimiento de la Asamblea. Los más significativos fueron: a) el que las Corporaciones presentadas no llevaban un mandato directo del pueblo; b)
el que el proyecto de Estatuto no
estaba suficientemente estudiado; c) el
que no se hizo la necesaria propaganda de la aspiración regionalista. por lo
que no se consiguió el clima social adecuado.
Lo del día fue el fiasco de Córdoba. La Asamblea andalucista,
trasunto del rosario de la autora». Así escribió un articulista, quien continué
señalando: la falta de espíritu andaluz, sentido de mancomunidad provincial y
de confraternal regionalismo»; frente a la cohesión de otras regiones, «en
Andalucía se piensa en desmembraciones»; la carencia de mentalidad
regionalista. Y concluía: «Vivir con la conciencia de una autonomía, es digno
del sentimiento noble y honrado de una región. Que no haya emoción, que ese
sentimiento no se produzca o yazga en letargo, no debe implicar de momento la
ruptura de vínculos más fuertes que apreciaciones desmoronadizas». Al lado de las críticas, la persistencia y aun reafirmación en
algunas provincias de las reticencias ya antes mostradas. Así, las posiciones de partida se reflejaron en las
opiniones posteriores a la Asamblea, referidas ahora a su evaluación global.
Mientras unos afirmaron el interés y la validez de lo acordado en Córdoba,
otros lo rechazaron tajantemente. Hubo. pues. argumentos de todos los tipos.
Como no podía ser menos. Los andalucistas, a través de su órgano Andalucía Libre, mostraron su desagrado porque la Asamblea rechazó
a los representantes del frente andaluz de Marruecos; patentizaron, igualmente,
que el Anteproyecto no les agradaba;
pero afirmaron lo positivo de la celebración de la Asamblea como «acto de
afirmación». En cuanto a las provincias, Sevilla, Córdoba, Cádiz y Málaga, en
líneas generales, suscribieron y apoyaron impulsar el Estatuto. En Sevilla
hubo, de un lado, opiniones en contra, basándose en la falta de arraigo del
sentimiento regionalista andaluz y la consecuente carencia de «ambiente» en
las provincias. lo que llevará al fracaso del intento; de otro lado. junto a éstas. se mostraron criterios favorables a
la Asamblea, señalando que era preciso ordenar los intereses regionales «sin
sacrificar sistemáticamente a unos en beneficios de otros», se consideraba
válido el Anteproyecto y se indicaba
la necesidad de crear ambiente popular en torno al Estatuto. Unido a todo ello iba el apoyo de las autoridades a la
Asamblea y a sus resultados y Conclusiones.
Córdoba respirará en idéntico sentido, con opciones encontradas, pero
deseosa de culminar lo iniciado. Igual ocurrirá en Cádiz; y desde Jerez se
advertirá el error de querer articular «dos o tres Andalucías distintas» y la
necesidad de una autonomía que permita
a Andalucía «amplia libertad de pensamientos, sentimientos y actos» y que haga
posible «resolver los problemas sociales y económicos de Andalucía». El nuevo exilio interior. En la etapa que transcurre desde las elecciones de noviembre de
1933 al triunfo del Frente Popular, en febrero de 1936, el andalucismo vivirá
un nuevo exilio interior. El bloqueo que los gobernantes de la coalición
radical-cedista impondrán a los procesos autonómicos, no sólo detiene la
dinámica -ya de por sídóbil- que la Asamblea de Córdoba había tratado de
imprimir al Estatuto Andaluz, sino que provoca al ensimismamiento de Blas
Infante y los andalucistas. Ello llevará, por un lado, a la ralentización de
sus acciones y actividades y, por otro, a las reflexiones altamente críticas
sobre la política y los políticos que Infante expresa en sus Cartas Andalucistas de 1935 y 1936.
Todo, pues, manifiesta la desesperanza de los regionalistas andaluces. Se
trata, en definitiva, de una fase de recogimiento, en el contexto de la
desilusión que ha generado la crisis del proyecto estatutario surgido en
Córdoba. El período que discurre entre 1934 y febrero de 1936, en cuanto
al tema autonómico, aparece delimitado por dos condicionantes fundamentales. De
un lado, por el triunfo de las derechas en las elecciones de 1933, sectores
éstos que han mostrado su claro rechazo a la «cuestión regional» y su oposición
a las concesiones autonómicas. De otro lado, por el estallido de la revolución
de octubre de 1934. que ofrecerá los «motivos» para poner en práctica una «política
de reacción» contra la autonomía, anulando la existente -Cataluña- y bloqueando
los esfuerzos y proyectos puestos en marcha en la etapa anterior de la
República. Ahora, la cuestión regional prácticamente ya no se discute; pura y
simplemente, se la margina. La mayoría parlamentaria. opuesta al autonomismo,
hace valer su fuerza. Por todo ello, los procesos autonómicos iniciados en el primer
bienio republicano quedaron frenados. Así ocurrió con el plebiscitado Estatuto
Vasco, que fue «aparcado», esperando tiempos mejores. Lo mismo hay que decir
de los intentos, más o menos desarrollados. aparecidos en Galicia, Andalucía,
País Valenciano y Baleares. De esta manera. la fase de «la República de
derechas» significó una etapa represiva y antiautonómica. El repliegue del andalucismo en 1934. A partir de 1933 «Andalucía queda en un segundo plano de
protagonismo político-social»; coincidirá este retraimiento con el bienio de
las derechas en el gobierno republicano. Así, «el acontecimiento de la
revolución de Asturias, en 1934, apenas si encontraría eco en la región». Este
repliegue general de Andalucía, se manifestará también en la acción
andalucista. De todas maneras el problema agrario seguía siendo cuestión
candente. Desde los gobiernos radical-cedistas se fue «reconvirtiendo» la
reforma agraria, hasta desembocar, en 1935, en una auténtica «contrarreforma
agraria». En la polémica sobre el tema Carrión afirmaba la riqueza y
laboriosidad de Andalucía a lo largo de la historia y señalaba que «el campesino andaluz, cuando sabe que ha de
disfrutar del producto de su trabajo, lucha con la naturaleza como el mejor
labrador y logra resultados admirables. Tratar de holgazanes y viciosos a los
campesinos hambrientos de Andalucía y Extremadura, es agregar a la injusticia
de que son víctimas el escarnio». El profesor Garrido González ha indicado que
desde 1932 se había puesto en marcha en Andalucía una actuación de tipo
colectivista, que quedó anulada a partir de 1934. Según sus estudios, desde
enero de 1933 las Sociedades Obreras, en Jaén, comenzaron a solicitar contratos
de arrendamiento colectivo, consiguiendo 43 en ese mismo año; pero cayeron a
sólo 3 en 1934 y a ninguno en 1935. Era, pues. evidente la acción
gubernamental. Movimientos de este tipo los hubo también en Córdoba, Sevilla y
Granada. Toda actividad autonomista. pues. cayó en un progresivo letargo.
Las condiciones políticas aparecidas a partir de 1934 propiciaron que así
fuera. Los andalucistas, en consecuencia, se vieron frontalmente obstaculizados
para desarrollar lo que era en esos momentos su objetivo principal: cubrir las
etapas finales del proceso estatutario. Ante ello, se replegaron sobre sí
mismos, y se alejaron de acciones publicas. Esa introspección dio como
resultado las acres reflexiones de Blas Infante sobre la vida política, las
amargas consideraciones que recogió en sus Cartas Andalucistas de
septiembre de 1935 y enero de 1936. Escepticismo
y desilusión. La Carta Andalucista de enero de 1936. En enero de 1 936, ante la convocatoria electoral, en una nueva Carta Andalucista, Blas Infante volverá,
otra vez, a sus reflexiones críticas sobre la política. Vaticina el fracaso nivelador de todos los partidos que
actualmente combaten, sea cual fuere el que llegase a triunfar; y ello porque
«la crisis del Estado seguirá desarrollándose en una situación social o política
cada vez peor». Se trata, pues, de una posición escéptica, no sólo sobre el
presente, sino sobre el futuro de España. De acuerdo con ello, al plantear la
orientación del voto, Infante señala a los andalucistas que voten por las
candidaturas que más simpáticas les sean o que más esperanzas les lleguen a
sugerir; pero, en cualquier caso, venza quien venza, el anhelo profundo de
España, de ser en la forma lo que es, esencialmente, quedará inédito, porque
ninguna de las fuerzas que van a la lucha es apta para sentir y para
desarrollar el sentido de la Revolución que en el fondo del alma del País
alienta». Frente a la lucha política, propugna que hay que defender la tolerancia.
Infante atisba ya, enero de 1936, un clima de guerra civil. Quizá porque la
entrevista sevillana con los falangistas, le ha avenido de ese peligro. Y
escribe al respecto: «buena falta va a hacer un poco de espíritu entre estos
beligerantes de hoy; energúmenas y no hombres: que se matan y no se escuchan;
que son como balas o impulsividades unilateralistas [...]. Nosotros, sigamos
siendo andaluces; esto es, no bélicos. La guerra civil seria civilizada ... si no fuera guerra, sino
agonal pugilato. La guerra civil, sería civilizada, si no fuera militar en el sentido profesional que
tiene esta palabra como todas las guerras. En carta a los catalanistas
encerrados en el Penal del Puerto de Santa María, y que incluye en la Carta
Andalucista, les informa de esta tensión existente: Por tierras de
España, ya lo sabrán ustedes, cada vez más intensa la guerra civil o su alma
latente. El infierno en España. Contra todo ello, reclama Infante la
tolerancia; y, junto a ésta, la defensa de la libertad política, a través de la
confederación espontánea de pueblos libres. En esta Carta se
entrecruzan, de un lado, el persistente sentido escéptico blasinfantiano sobre
los políticos y su política resultante, y, de otro, la amarga, casi desolada,
comprobación de un clima tenso, propicio al estallido de una contienda civil.
Frente a todo ello, contra todo ello, reclama la tolerancia, el diálogo
sensato, el escuchar y no matar; y como es necesaria salida, la libertad
política. Así anda el país. Hay, pues, desanimo manifiesto; mas, a su lado,
voluntad conciliadora, esfuerzo por la concordia. Yeso justamente es lo que
trata de transmitir a los andalucistas. El
amargo final. La República se radicalizaba a partir del triunfo del Frente
Popular. Los cambios y reformas que en la primera etapa republicana (1931-1
933) se habían iniciado con moderación, ahora se aceleraban y agudizaban. Es el
caso de la profundización en los procesos autonómicos pendientes; y entre
ellos, se encontraba el andaluz. De nuevo se retomaba la lucha por la
autonomía. En consecuencia, los políticos, en buena parte, abandonarán sus
reticencias, aunque algunas persistan. y asumirán la necesidad de afrontar con
decisión, aunque dentro de unos límites, la culminación del proyecto
autonómico puesto en marcha en 1933. La guerra civil, sin embargo, truncará
bruscamente este proceso. Blas Infante morirá asesinado en Sevilla una noche de
agosto y el andalucismo, perseguido, exiliado o muertos sus hombres, así
concluirá su singladura histórica. El Frente Popular: el nuevo resurgir autonómico. A partir de febrero de 1936, tras el triunfo del Frente Popular
en las elecciones todo cambió. Además de otros aspectos, la cuestión autonómica
experimentó una viva aceleración, claramente manifestada: a) en la puesta en
marcha, de nuevo de la Generalitat; b) en
el referéndum del Estatuto; c) en la promulgación del Estatuto
vasco (Ley 7-x-1930); d) en la intensificación de las actividades
pro-autonómicas en Andalucía, Aragón y País Valenciano, aunque en estos tres
ámbitos, pese a haber proyecto de Estatuto, no se logró llegar a la fase
plebiscitaria. En Andalucía, el 2 de abril. la Junta Liberalista decidió publicar y difundir por todo el País
andaluz» el Anteproyecto de Córdoba.
Para ello, crearon Acción Pro Estatuto
Andaluz; en junio estaban en plena actividad; en julio hubo actos decisivos
al respecto; para septiembre estaba prevista una Asamblea que aprobase
definitivamente el Estatuto. El estallido de la guerra civil dio al traste con
todo. En Aragón, una Comisión
aprobó, a principios de junio de 1936, el llamado Estatuto de Caspe inspirado, en buena parte, en el catalán: no
tuvo, sin embargo, ulterior tramitación. Por ultimo, en el País Valenciano el
relanzamiento autonómico, aunque sólo en
proyectos, se efectuó tras el comienzo de la guerra civil. En este contexto, la
CNT presentó el 23 de diciembre de 1936 el Proyecto
de Bases para el Estatuto del País Valenciano. que incluía las provincias
de Murcia y Albacete; por su parte, Esquerra
Valenciana elaboró el Anteproyecto de
20 de febrero de 1937, inspirado en el Estatuto Vasco, que no llegó a ser
discutido en las Cortes; finalmente, la Unión Republicana de Martínez Barrio
redactó otro proyecto en marzo de 1937, con la idea de conciliar los dos
anteriores. Tampoco prosperó. Hay que anotar, por ultimo, la presencia de unas
inquietudes regionalistas en Castilla la Vieja-León y en Canarias . El ciclo general de anteproyectos autonómicos se cerró en el mes
de mayo de 1937, cuando la caída de Largo Caballero y la formación del gabinete
Negrín aceleraron el proceso de concentración de poder en el Gobierno. 7 La lucha por la autonomía andaluza. En enero de 1936, Infante reflexionaba sobre las dificultades
con que se había encontrado el regionalismo andaluz. Frente a los otros
regionalismos peninsulares había existido un serio prejuicio: el españolista;
contra el andalucismo, a más de éste, tubo «otros tres enemigos»- Fue uno el
«prejuicio europeísta» que no entendió, y rechazó, los planteamientos andalucistas
sobre Al-Andalus y las raíces orientales andaluzas. Otro lo constituyó la
«depresión de la psiquis andaluza», el aplastamiento del pueblo andaluz y la
creación en él de una conciencia de pueblo inferior, borrándole su historia.
Por último, estaba el problema de la «pobreza del pueblo andaluz», a quien
quitaron su tierra y su riqueza. Estos eran, según Infante, a más de otros, los lastres
fundamentales que había que superar. Cuando el triunfo del Frente Popular, en
febrero, abrió de nuevo la espita de las esperanzas, el andalucismo,
lógicamente, retomé la cuestión de la autonomía. Desde que el Anteproyecto de Córdoba fue aprobado en 1933 habían cesado los requerimientos «a la Junta Liberalista de
Andalucía y sus hombres, en el sentido de que se continuará la obra, al parecer
abandonada, de obtener para nuestro pueblo un Estatuto tan amplio como lo
permite la Constitución de la República y en armonía con la capacidad,
características y necesidades de Andalucía». Esta tarea la emprendió la Junta Liberalista a principios de abril
de 1936. En efecto, el día 2 de abril la Junta Liberalista dirigía al pueblo andaluz peninsular un
documento, redactado por los Consejos de «Política Andalucista» y de
«Afirmación de Andalucía», al que se adjuntaba el Anteproyecto de
Córdoba, en el que se exponían las razones para culminar el interrumpido
proceso autonómico. Se señalaba en él, en primer lugar, la urgencia de una
elaboración definitiva del Estatuto, sobra actualmente indispensable para la
expresión de nuestro País en armonía con las exigencias de la vida española».
Se exponía a continuación que la autonomía había sido la meta de los
andalucistas, significaba la cristalización de los proyectos del Centro Andaluz, desde su nacimiento, y
era la manera de resolver «la crisis secular del Estado español centralista»,
enumerando los esfuerzos y vicisitudes que
hubo que vencer para llegar a la Asamblea de Córdoba de 1933. Se señala
luego el espíritu andalucista de muchos participantes en dicha Asamblea que,
pese a estar encuadrados en partidos políticos, actuaron en ella según su
conciencia andaluza, aunque sus posiciones se desviasen de los postulados de
sus propios partidos. Todo lo cual viene a demostrar que ya nadie podrá decir
que Andalucía no está capacitada para llegar a elaborar por sí un Estatuto
autonómico, ni impreparada para desarrollar prácticamente una autarquía
cultural, económica y política. El Anteproyecto de Córdoba es una rotunda
afirmación de lo contrario». Por último, y de acuerdo con todo lo anterior, se decidía: imprimir el
Anteproyecto; repartirlo a Municipios, entidades e individuos (incluyendo los
reinos de Murcia y Badajoz) para que enviasen su observaciones y sugerencias;
una vez recogida esta información, convocare ea Asamblea en la que, de acuerdo con las enmiendas
recibidas, se elabore el proyecto definitivo de Estatuto de Andalucía. Celebrada
la Asamblea y redactado el Estatuto, su defensa ante las Cortes deberá
encomendarse al grupo parlamentario que para este caso pudiera constituirse. Así se ponía en marcha de nuevo el camino hacia el Estatuto; era,
otra vez, la lucha por la autonomía. A principios de junio se intensificaba la
campaña de la Junta Liberalista en
favor del Estatuto, de cuyo Anteproyecto de 1933 se llevaban repartidos más de
7.000 folletos entre Diputaciones, centros, entidades y personalidades de
Andalucía, Murcia y Badajoz: la tasa de información pública y de aportación de
sugerencias concluiría el día 15 de julio. Los andalucistas intentaban
movilizar en torno al tema autonómico a partidos, sindicatos, entidades
culturales, etc. En suma, a todos los andaluces. «La obra que nos hemos
propuesto -escribía un andalucista- de liberación y engrandecimiento de
nuestro país, no puede ni debe dejarse encomendada a sólo un grupo de sus
hombres, ni es lícito abstenerse de laborar por ella; es misión que obliga por
igual a todo andaluz que no reniegue de su tierra, todos y cada uno, en la
medida de sus posibilidades y desde su respectivo punto de vista, debe trabajar
en tan rnagna ernpresa. Para intensificar esta carnpaña, a principios de junio se reunió
el Consejo de Política Andalucista, asistiendo, además, una nutrida
representación de liberalistas de diferentes localidades. Fruto de elle fue la
creación de Acción Pro Estatuto Andaluz, órgano ejecutor de los acuerdos
siguientes: 1.) Constitución en
cada localidad de hermandades o grupos que estudien y promuevan el estudio y
las sugerencias sobre el Estatuto, que deberán remitirse a la Secretaría del
Consejo Superior de la Junta Liberalista antes del 1 de julio próximo. Podrán pertenecer a estas hermandades todos los que estén interesados,
sean del partido o sindicato que sean. 2.) El organismo de
Acción Pro Estatuto que se crea será el gestor administrativo de los fondos y
el impulsor de esta idea del Estatuto. La Junta Liberalista quiere que en el
plazo de un trimestre esté la Asamblea para la redacción dei Anteproyecto
definitivo de Estatuto e inmediatamente después «constituido el grupo parlamentario
que haya de defender en las Cortes esa expresión definitiva de la voluntad de
nuestro País Andaluz». Se busca, pues, constituir una Comisión oficial gestora,
integrada por Diputaciones, Ayuntamientos y diputados a Cortes y, una vez
hecho, el Consejo de Política Andalucista y la Acción Pro Estatuto «quedarán
al servicio de aquella Comisión oficial como meros auxiliares». 3.) «El organismo de Acción
Pro Estatuto, será absolutamente autónomo para cumplir los acuerdos que le
encomienda con plena confianza el Consejo de Política Andalucista». Como apuntó Blas Infante, se buscaba integrar a los andaluces en
la obra de la autonomía regional, sin excluir, por ello, particularidades
doctrinales, religiosas, políticas o societarias. En esta dirección, el 1 de junio, la Diputación de Sevilla, por la
persona de su presidente, el doctor Puelles, asumía la tarea de hacer realidad
la promulgación del Estatuto. El día siguiente, Blas Infante, en el Ateneo
Popular hispalense glosaba la importancia de la autonomía. Por su parte,
Hermenegildo Casas, en el Heraldo de
Madrid, en ese junio de 1936, llamaba a continuar las tareas de la Asamblea
de Córdoba de 1933, detenidas desde entonces. La «tregua» que en el proceso
autonómico irrumpió a partir de ese año, más que a las circunstancias
políticas, obedeció a «la incomprensión de los problemas regionales por parte
de organizaciones políticas elevadas circunstancialmente a Pospuestos rectores
de la administración del Estado». Pero ha cambiado el panorama, y se ha producido un movimiento en
pro de las autonomías. Por ello las regiones españolas se aprestan a elaborar
sus canas políticas. convencidas de que sólo en la autonomía encontrarán la
felicidad». Se espera que a lo largo del año -como así fue- hayan alcanzado la autonomía «dos
nacionalidades ibéricas, Euskadi y Galicia, y a ellas debe seguir Andalucía».
Hay que pensar en la grandeza de la patria andaluza regida por sus propios
hijos»; nadie como el andaluz para conocer y resolver los problemas de
Andalucía: «Andalucía en manos de los andaluces, regida por andaluces, será
como lo fue siempre... la gran nación gloria y orgullo de la futura
confederación de nacionalidades hispanas.» Porque son muchas las tareas a realizar: política de riegos:
mejora de los puertos; incentivación del comercio; desecación de marismas;
mejora de la red ferroviaria y de los transpones, etc. «Que ello sea obra de
los andaluces, amparados por la independencia política y económica que les dé
su Estatuto regional». En este contexto de acciones y proclamas hay que situar el Manifiesto de Blas Infante «A todos los
andaluces», del 15 de junio, último escrito público del líder andalucista. Es
un llamamiento a lo andaluces de todas las ideologías, pidiéndoles el aunar
esfuerzos y voluntades en pos de la autonomía. Plantea que «la empresa
autonomista», a la que se convoca a todos, requiere una acción unitaria, aunque
«una vez conseguida la autarquía de nuestro pueblo», cada grupo político
mantenga «sus particulares puntos de vistas. Apunta luego que no es el «egoísmo
regional» lo que mueve a pedir «un régimen autonómico». Expone luego Infante el hecho de que España es una República
Federal. Hay una crisis del Estado centralista, de solución inaplazable». y
España debe resolverla reconstituyéndose «no la forma lógica y tradicional de
un Estado federativo». Se retoma así, otra vez -será la última-, la vieja idea
andalucista del Estado federal. Insiste, a continuación, para que no haya equívocos,
que todos los procesos autonómicos son fruto de un sentimiento españolista. «Españolista es, pues, este
llamamiento por el cual nosotros, venimos a insistir, ahora, cerca de los
andaluces». Se apela a todos; los nacidos en Andalucía y los que. venidos de
otra parte, viven en Andalucía: «Andaluces: Además de por España, por vosotros
mismos; aunque siempre uséis de vuestra autonomía, subordinando el propio
interés al servicio de España y de lo Humano: resolveros a ser libres». Y ello
porque el pueblo andaluz juégase «lo porvenir en los instantes de esta hora
trascendente». «Despreciad cuanto os dicen de que la Autonomía servirá
únicamente para aumentar las burocracias y las que nombran por las calles
granjerías políticas. El Estatuto andaluz será lo que quieran que sea todos los
andaluces: pues a todos ellos los venimos a llamar para que con la sencillez y,
aún, el simplismo que deseen, lleguen a delinear la figura de un Gobierno propio.» Concluirá Infante recordando que «Andalucía libre será España
libre de ... la influencia desvirtuadora ejercida por otros pueblos sobre
España». Y, como colofón, Andalucía. Y la Paz. Así, en éste su último escrito público, Blas Infante pedirá la
unión de todos los andaluces para la consecución de la autonomía, cuestiones
éstas, unidad de los andaluces y autonomía, esenciales del proyecto andalucista-,
en un Estado federal -principio político básico de los regionalistas
andaluces-, y como manifestación de un profundo españolismo -aspecto irrenunciable
del movimiento liberalista-. Todo ello
muestra íntima
coherencia andalucista a lo largo del tiempo: son las mismas ideas que aparecen
en sus comienzos las que se desgranan en este documento final. El final del Andalucismo y la muerte de Blas Infante. Con el alzamiento del 18 de julio de 1936 comenzaba el principio
del fin del movimiento regionalista andaluz, que llegó a su culmen con el
asesinato de Blas Infante en la madrugada del 10 al 11 de agosto de 1936. La represión que se empezó desde la toma del poder por Queipo de
Llano en Sevilla motivó que acabaran todas las esperanzas de autonomía que se
habían depositado en la República y el gobierno del Frente Popular. Con la
muerte de Blas Infante el movimiento se descabeza y pierde a uno de sus
abanderados más importantes, y la Junta Liberalista queda desorganizada. En
cierta manera, acababa el pasado. Pero quedaba aún el futuro. [1] “A nuestros lectores”, Bética, III, nº 45 y 46, 15 y 30 noviembre 1915. [2] Cit. Por E. Lemos, “Blas Infante. Economista, no político”, en El Correo de Andalucía, 20 marzo 1977 [3] Cit. Por E. Lemos, “Blas Infante. Economista, no político”, en El Correo de Andalucía, 20 marzo 1977 [4] El Impuesto Unico, nº 19, junio-julio 1913, especial dedicado al Congreso. [5] Ruiz Lagos, M., El andalucismo militante. [6] ¿Qué piensa Andalucía?, Editorial de El Liberal, 12 septiembre 1912. [7] Una asamblea andaluza, Editorial de El Liberal, 13 septiembre 1912. [8] Lo que piensa Andalucía, Editorial de El Liberal, 15 septiembre 1912. [9] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [10] “Discurso de los Juegos Florales de Sevilla”, en El Liberal, 13 mayo 1913. [11] Ed. de El Liberal, 14 mayo 1914. [12] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [13] “A nuestros lectores”, Bética, II, nº 23/24, 31 diciembre 1914. [14] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [15] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [16] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [17] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [18] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [19] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982. [20] B. Infante, Ideal Andaluz,
edición de 1982.
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