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Blas Infante y el andalucismo.

VV. AA.

Blas Infante

Nosotros aseguramos que un pueblo no se improvisa.
Es la estatua que mas se tarda en modelar, la que más
constancia y derroche de inspiración requiere.»

(B. lnfante, La Dictadura Pedagógica, Sevilla. Avante. 1921, pagina 89.)

 

INTRODUCCIÓN

   Este trabajo representa un intento de abordar la lucha por la autonomía que se planteó en Andalucía durante fines del siglo XIX hasta el inicio de la Guerra Civil en 1936.

   Prestaremos una atención especial a la figura de Blas Infante, por ser el principal abanderado de la causa andalucista y uno de los conformadores de todo el pensamiento que sacudió a  nuestra región en los incipientes años de lucha autonomista.

   Así mismo, prestaremos atención a el contexto histórico en el que se encontraba España durante la época de estudio, pero sin incidir demasiado en conceptos y hechos que son conocidos por todos, tan sólo conectando las ideas y acciones que iban surgiendo en el movimiento andalucista con los que sacudían a España y Europa.

   Quizás con la visión  de los hechos, pensamientos y acciones logremos sintetizar y comprender los sentimientos que nacieron en las mentes de todos aquellos que contribuyeron a lograr un sentimiento andaluz en nuestro pueblo.  

 
Situación económica y social de Andalucía en el siglo XIX.

 Durante el siglo XIX Andalucía presenta una realidad muy significativa. De un lado existe una falta de solidaridad entre los propios andaluces y que les impedirá plantear una alternativa común a su situación. Por otra parte, hay una separación radical entre los grupos políticos más progresistas y el campesinado, que se encuentra con hambre, miseria y explotado.

   Estas son las consecuencias de una realidad socioeconómica determinante de Andalucía como es la existencia de una desequilibrada e injusta estructura socioeconómica, generadora de tensiones sociales, agitaciones y represiones y, de otro lado, la falta de una burguesía empresarial que pueda ser el motor del proceso andaluz de modernización hacia el desarrollo.

   La dominación de clase que sufre Andalucía se ve reforzada por medio de tres acontecimientos que marcan el siglo XIX. De un lado tenemos la importancia de las revoluciones del XIX (sobre todo entre 1835 y 1868), que harán surgir las Juntas provinciales (cuyo antecedente está en la Guerra de la Independencia), con unos planteamientos políticos federales o confederales, que serían derrotadas. Al ser movimientos pertenecientes a la revolución burguesa provocarán el fortalecimiento de la burguesía (más bien oligarquía) agraria, fracción social hegemónica que no impulsará el proceso de modernización de la economía andaluza para no erosionar su situación. Las desamortizaciones de Mendizabal y Madoz provocarán una extensión mayor del latifundismo y permitirán que los señores de la tierra se transformen en propietarios burgueses, dando así paso a una fuerte y rápida proletarización del campesinado. Por último, la legislación estatal económica de los liberales sobre ferrocarriles, minas, etc., provocarán la entrada de capitales extranjeros que pasan a ser dominantes, con lo que Andalucía se convierte en un enclave de intereses extranjeros, desembocando así en una situación cuasicolonial.

La burguesía agraria.

   Esta tiene una triple procedencia: de un lado están los antiguos colonos con grandes arrendamientos, eclesiásticos, o señoriales, que les permiten ahorros y capacidad de compra de tierras. Por otra parte, una burguesía urbana, dedicada a las actividades comerciales y mercantiles, que invertirá en la tierra. Por último, la nueva oligarquía agraria en que se ha transformado la antigua nobleza terrateniente, que logra mantener y salvaguardar la mayor parte de su patrimonio, con lo que de clase feudal se reconvierte en capitalista propietaria. Así la implantación de la propiedad capitalista de la tierra comporta en Andalucía el afianzamiento de la burguesía agraria como clase hegemónica y la proletarización intensiva del campesinado. Esta burguesía agraria se integrará en el bloque de poder que controla el sistema político español, en el que hay una burguesía financiera subordinada al capitalismo europeo afincada en Madrid.

   Las masas campesinas pondrán en marcha agitaciones revolucionarias en Andalucía contra el carácter sagrado que quiere dar la burguesía a la propiedad capitalista de la tierra. Y exigirán un  nuevo reparto.

   Ante esta situación, el afianzamiento de las relaciones de producción de carácter agrario y la consiguiente ruralización de la vida andaluza serán factores que inciden en la alienación cultural de los andaluces. Así hay una degradación de la cultura oficial que hace imposible la formación de una mínima conciencia histórica en las masas populares. Hay también una radicalización de las luchas campesinas, lo que provocará un desarrollo extraordinario de la conciencia de clase, en detrimento de la conciencia de pueblo. Por último, el enorme peso de la burguesía agraria andaluza en el aparato político provoca la paradoja de que cuantos más andaluces llegan al poder en Madrid, menos poder tiene Andalucía.

El siglo XX: la llegada del sentimiento regionalista.

   Con el advenimiento del siglo XX esta situación comienza a experimentar cambios. De 1900 a 1915 se vive una etapa importantísima para la historia de Andalucía y el regionalismo andaluza. Hay una coyuntura difícil y conflictiva en los aspectos económicos y sociales por causa de la sequía, malas cosechas, paro, agitaciones campesinas, etc. y es a partir de 1907 cuando germina, florece y se despliega el andalucismo.

   De 1912 a 1915 asistimos al debate sobre el regionalismo y su intento de configurarse. Las confrontaciones dialécticas que se sucederán serán la base sobre la que se precisan sus objetivos y delimita su contenido específico. En 1910 ha llegado al Ateneo de Sevilla un joven abogado llamado Blas Infante que acabará siendo el líder indiscutido e indiscutible del andalucismo.

   Se empieza ahora a discutir sobre la adopción de la Mancomunidad, la existencia de una entidad y un sentimiento regionalista andaluz, etc. Se empieza entonces a constatar la existencia de una identificación entre el andalucismo y el georgismo. Este último le proporciona al movimiento una nueva teoría y unos planteamientos económicos muy válidos para enfrentarse con la “cuestión andaluza.

   La polémica que se va a desarrollar entre los que tienen posturas divergentes hacia qué es el regionalismo andaluza y los objetivos a los que debe tender nos permite distinguir dos posiciones distintas:

   Por una parte está la culturalista, cuyas plataformas son la revista Bética y el Ateneo sevillano, y que postula un regionalismo tibio, conservador y sentimental.

   Por la otra parte está la andalucista, y su revista Andalucía y cuyo soporte básico serán los Centros Andaluces, que defienden un regionalismo progresista y combativo, que tiende a un cambio estructural en Andalucía, buscando conseguir una profunda y radical transformación económica, social y política.

   Por último asistiremos a un debate sobre el ideal andaluz, que desembocará, con propuesta de Blas Infante, en la formulación de un programa de cambio y regeneración para Andalucía.

   Por tanto, estamos inmersos en un momento muy significativo para el regionalismo andaluza en la que existen profundas indecisiones, debates, polémicas, etc., pero que provocarán a partir de aquí la eliminación de lo superfluo, una profundización en lo esencial del pensamiento regionalista andaluz y la delimitación de un movimiento que en 1916 podemos caracterizar ya como bien delimitado, en buena medida articulado y dispuesto a cumplir un programa, cuyos medios y objetivos tiene claramente fijados. En fin, entre 1907 y 1915 podemos fijar el periodo en que surge con sus dimensiones teóricas y prácticas perfectamente precisadas el movimiento andalucista militante.

El Ateneo de Sevilla y la cuestión de la Mancomunidad.

  Sevilla y su Ateneo van  a ser la inicial plataforma de partida del regionalismo andaluza y Blas Infante el personaje que recoja y dé cuerpo al impulso.

  Los Juegos Florales de Sevilla, a imitación de  los catalanes, inician en 1907 y, sobre todo, en 1908, la puesta en marcha de una conciencia regional, tamizada y un tanto contradictoria, de un impreciso sentimiento andalucista, de un regionalismo “sano, fraternal , patriótico”, solidario, no separatista, como un camino de regeneración española, a partir de una regeneración regional. La plataforma desde donde todas estas cuestiones saltarán a la luz es el Ateneo hispalense, entonces en su edad de oro, punto de reunión de hombres y de ideas sobre el andalucismo y regeneración andaluza. En ese momento, según Blas Infante, “una vaga aspiración empieza a condensarse”. En los Juegos Florales del año 1909 el mantenedor exaltará la personalidad de Andalucía con un discurso en el que late la invocación al patriotismo de los andaluces.

   A partir de 1910, Blas Infante viajará  con frecuencia a Sevilla, donde participará en las tertulias que en torno a temas andaluces mantenían M. Méndez Bejarano, J.Mª Izquierdo, I. de las Cagigas y J.A. Vázquez. El tema está abierto y comienza a extenderse y a aflorar en muy diversos lugares. En 1911, J.A. Vázquez publicará el artículo “El Andalucismo”, editorial sin firma en el periódico Fígaro, pero obra suya. Para algunos este escrito provocará el nacimiento del concepto ideal andaluz. En relación con su contenido, J.M. Izquierdo remitirá una carta a su autor, en la que está algunos principios sobre los que luego insistirá Blas Infante.

   En 1912, y hasta 1915, se abre la fase de los debates de fondo en torno a Andalucía: el ideal andaluz; la Mancomunidad, el regionalismo. Entrelazadas estrechamente a ellos prosiguen las actividades regionalistas. Si en 1912 el tema clave es el de la Mancomunidad, en 1913 hay cuatro acontecimientos significativos, que serán factores de impulso del andalucismo: la apertura de la discusión, por J.Mª Izquierdo, en torno al ideal andaluza; la presencia de Cambó en Sevilla; la creación de la Revista Bética; el I Congreso Georgista de Ronda. Pasaremos a ver los tres últimos y dedicaremos un estudio especial a la cuestión de la Mancomunidad y a la discusión sobre el ideal andaluz.

Cambó en el Ateneo.

  En mayo de 1913, Cambó pronunció un discurso en los Juegos Florales sevillanos. En su alocución fue muy comedido. El tema regional estuvo presente en sus palabras: planteó el amor a España “a través de nuestras regiones”, lo que venía a implicar una concepción regional del país; mostró su entendimiento de la patria como “el espíritu”; manifestó el deseo de que se engrandezcan “por su propio esfuerzo, no por la protección del Estado”. Además, en sus conversaciones con sevillanos, defendió la idea regionalista, “en busca del país vivo que hay bajo una capa inerte”.

   A partir de aquí queda reforzada la alternativa regionalista andaluza y se establecían vínculos con el proceso catalán, que será ya siempre una especie de horizonte de observación.

La revista Bética.

  El 20 de noviembre de 1913 nacía Bética, que se mantuvo hasta el primer trimestre de 1917 (números 74 y 75).

   Surgía, en buena medida, como órgano de expresión del Ateneo sevillano, para difundir la cultura andaluza, aunque se preocupó por todos los aspectos de la vida y de la realidad de Andalucía; buscaba ser manifestación “de la verdadera vida andaluza”. En ella prestaron su firma los más prestigiosos intelectuales de la época y su director fue F. Sánchez-Blanco Sánchez.

   Bética tenía vocación de revista regional y regionalista. En ella, el arte y la literatura aparecían como un “motivo de enseñanza y de noble orgullo” y los campos y las fábricas como “un estímulo en el trabajo y un dulce premio en el afán de la lucha moderna”. Fruto de un grupo de hombres vinculados al Ateneo sevillano, surgía estimulada por intelectuales andaluces (Rodríguez Marín, Méndez Bejarano, los hermanos Quintero, etc.) y no andaluces (Cambó, Palacio Valdéz, G. Maura, etc.). Así salió a la luz Bética, “revista ilustrada de Sevilla, con carácter regional y dedicada principalmente a la literatura, arte y vida social contemporánea”. Principia aquí la vida de un medio que será vehículo de un regionalismo culturalista, fundamentalmente elitista, un tanto etéreo y contradictorio. Mas, poco a poco, el movimiento regionalista va creciendo y encarnándose en la problemática andaluza; entonces, frente a Bética, como alternativa más radical y comprometida surgirá Andalucía, órgano político de los planteamientos andalucistas.

   La revista Bética recogió en sus páginas las opiniones más diversas, de forma que hoy ofrece una visión más plural y contrastada del pensamiento de los hombres que promovieron el regeneracionismo andalucista. En ella aparecieron trabajos fundamentales sobre el regionalismo, siempre desde una perspectiva antiseparatista.

 Al acabar su primer año de vida, Bética exponía cuál era su concepción del tema regional:

 Bética es regionalista, porque su principal misión es dedicar sus páginas a dar a conocer el Arte y la Literatura andaluces, pero ese regionalismo es un regionalismo sano, patriótico, porque su fin es, al realzar las glorias regionales, ensalzar la Patria, a nuestra amada España. Y Andalucía, como una de sus hijas amantísimas y predilectas, porque la Naturaleza y la Historia le ha prodigado a manos llenas sus riquezas y sus tesoros naturales y artísticos, quiere contribuir a dar a conocer cuanto de bello y de verdadero mérito encierra España, para que los españoles, lejos de pensar en europeizarse, piensen en españolizarse por completo, al conocer o recordar que es su Patria la que durante muchos siglos fue a la cabeza de la civilización del mundo”.

   Como podemos advertir, lo que promueve y propugna es un regionalismo sentimental, en nada contrapuesto, sino coadyuvante al afianzamiento de un profundo españolismo. Un regionalismo moderado y desvaído, fundamentado en lo cultural, de clara resonancia burguesa y componente elitista, un tanto de espaldas al “drama de Andalucía”. Pese a ello, Cagigas afirmaría que Bética es una “revista constituida en bandera de la región”.

   A fines de 1915, Bética vuelve a insistir en las posiciones ya señaladas y recuerda que “nuestro regionalismo es un regionalismo sano, esencialmente patriótico”[1]. La revista comienza a tener problemas, que se acentuarán en 1916. Ante las dificultades económicas que atravesaba el Ateneo para poder pagar las obras de reforma, en el curso de 1915-1916, se dejó de abonar la subvención de 100 pesetas a Bética porque no era ni nunca había sido órgano del Ateneo. A consecuencia, en 1917 desaparecerá Bética, pero su ocaso coincidió con el nacimiento de un movimiento regionalista, de base pequeñoburguesa y planteamientos sociopolíticos radicales, combativo y decididamente incardinado a la problemática andaluza, que se expresaba a través de una nueva revista, Andalucía, propulsora de una concienciación andalucista, frente al sentimiento narcisista y culturalista de Bética. Todo parece indicar que la vida de esta revista se encontró estrechamente ligada a la trayectoria y vigencia de un proyecto regionalista minoritario y esteticista, que fue prontamente desbordado y solapado por el movimiento andalucista, portador de un regionalismo más auténtico, implicado en la Andalucía real y dando la cara a sus problemas.

   Durante su breve existencia, Bética se ocupó de temas andaluces del más variado tipo. De todas maneras, se pueden apuntar tres líneas fundamentales. Por un lado, los aspectos culturales (arte y literatura) y las reflexiones sobre Andalucía y los andaluces, combinando el tono poético con los análisis científicos. Por otro lado, un amplio abanico de artículos teóricos sobre el regionalismo; en unos casos versando sobre el ideal andaluza, en otros sobre la Mancomunidad, también sobre el contenido del regionalismo y, por último, sobre cuestiones diversas relacionadas con los planteamientos regionalistas: patria, región, patriotismo, etc. Por último, hay una constante preocupación por el tema de la tierra y de la agricultura andaluza, aspecto sobre el que se publicarán análisis encontrados e, incluso, contrapuestos. Pero, en cualquier caso, las páginas de las revistas servirán de plataforma abierta a la discusión y al debate.

   En suma, Bética surge en el ámbito cultural e intelectual ateneísta, de espectro, sociológico e ideológico, burgués moderado. En una primera etapa, más o menos hasta fines de 1915, será un medio abierto a todas las preocupaciones sobre Andalucía y lo andaluza, aunque muestre una clara inclinación a posiciones culturalistas y de un nítido españolismo. No hay nunca una contraposición Andalucía - España, sino una simbiosis. Tras la polémica sobre el regionalismo, y la aparición de la revista Andalucía, optará decididamente por la vía regionalista cultural, no exenta de narcisismo e idealismo, posición que mantendrá hasta su desaparición en 1917.

   A lo largo de sus poco más de tres años de vida en sus páginas aparecieron firmas y trabajos importantes. Es innegable que fue cauce y vehículo de expresión de inquietudes, con lo que ayudó a difundir, aunque en un medio concreto y limitado, la preocupación por Andalucía. Bella en su edición, fue interesante y rica en contenido. El modernismo de su maquetación y diseño, se podría aproximar a la corriente artística regionalista, plasmando así una íntima correlación entre fondo y forma. De línea un tanto contradictoria en un principio, en lógica correspondencia con los titubeos y la confusión existentes en los momentos aurorales del regionalismo andaluza, fue paulatinamente afianzando sus posicionamientos conservadores. En fin, efímera, pero nunca mortecina, minoritaria, mas siempre incitante, Bética vino a ser, por todo ello, una pieza clave, fundamental en el proceso de desenvolvimiento histórico del regionalismo andaluz.

 El I Congreso Georgista en Ronda.

   Durante su trabajo como notario en Cantillana Blas Infante conoció a los ingenieros agrónomos Antonio Albendín y Juan Sánchez Mejíz, que trabajaban en la zona haciendo el Catastro. Gracias a ellos Infante leerá Progreso y Miseria, de H. George.

   Infante acogió rápidamente los planteamientos georgistas y a partir de éstos propugnó las reivindicaciones y la reconstrucción de la personalidad de Andalucía, mediante un programa económico ajustado a los principios de George. El afirmará en 1914 que “nosotros no aceptamos la doctrina de George por ser él quien la proclama sino en tanto los Principios de esa doctrina traducen los postulados del sentido común”. Al aceptar el georgismo, en cierta manera, enlaza con la tradición agrarista española de Campomanes, Jovellanos, y sobre todo, su admirado Joaquín Costa, y se ha afirmado que eligió el georgismo en el cruce de su madurez “por entender que aunaba los intereses comunitarios sociales con las libertades formales, en un sistema adecuado al país andaluz”. El mismo Infante subrayó las diferencias que separaban a los georgistas de los socialistas: “Estos (los socialistas) quieren que todo lo existente sea propiedad colectiva, mientras que nosotros luchamos por nacionalizar el valor intrínseco del suelo, excluyendo las mejoras, por ser por su propia naturaleza un valor social. Excluimos, por tanto, los bienes que el hombre adquiere por su propio esfuerzo”[2]. De acuerdo con todo ello, Progreso y Miseria  fue una especie de Biblia económica para Infante, en consecuencia, sus planteamientos sobre la tierra no se encaminaron hacia las expropiaciones forzosas y violentas, “sino a la regularización del derecho de propiedad del suelo, rural y urbano, relevando el sentido absoluto por el de posesión privada”[3].

   En 1913 se desplegará la actuación georgista de Infante. El 10 de enero, en El Liberal sevillano, publicaba un artículo en el que se marca con toda claridad dónde radica la sustitución racional del impuesto de consumos y todos los demás impuestos. Esta actividad prosigue durante los primeros meses del año, siendo El Liberal la plataforma que utiliza Infante para la exposición de sus posiciones georgistas.

   En mayo Infante participará en el I Congreso Georgista de Ronda[4]. Este Congreso y el georgismo, a la larga, resultaron elementos fundamentales para el emergente regionalismo andaluz. Se ha señalado que “el andalucismo militante se encontró de lleno, al elaborar un proyecto y alternativa económicos, con la presencia de los fisiócratas andaluces”. Así, dos corrientes se descubrían impulsadas por un móvil común: la regeneración de Andalucía. Al encuentro entre autonomistas y fisiócratas no fue ajeno el enlace histórico que la doctrina económica georgista tenía en la tradición agraria andaluza: colectivismo, tierras del “común”; haciendas municipales autogestionarias e impuesto único sobre el suelo. Por un lado, los fisiócratas, al reconocer el pensamiento de George, enlazaban con la tradición, incorporando al proyecto político autonomista una peculiaridad económica que les diferenciaba de los planteamientos nacionalistas de los otros pueblos de España; por otro lado, los andalucistas, por la dramática realidad agraria de Andalucía, daban prioridad en sus planteamientos “al problema de la tierra y, específicamente, de la agricultura”[5]. Por todo ello, se producirá, desde ahora, una simbiosis de las dos corrientes y, a fines de 1913, el Manifiesto a la región andaluza, de la Junta Directiva de la Sección Sevillana de la Liga Española para el Impuesto Unico, significará la aparición de los primeros planteamientos andalucistas en el seno del georgismo.

El debate sobre la Mancomunidad.

   En 1912 se abre, hasta 1915, la fase de los grandes debates sobre Andalucía (la Mancomunidad, el ideal andaluza, las posiciones sobre el regionalismo). Ellos son manifestación de la existencia de una preocupación regionalista ya. En este año el tema en cuestión será el de la Mancomunidad. Es la vía que en esa fecha parece brindarse a las regiones españolas.

   La tramitación en Cortes del proyecto de Ley de Régimen Local, de 1907, incluía normas sobre mancomunidades provinciales. La crisis del Gobierno Maura en 1909 impidió que el proyecto se transformara en Ley. Pero la idea fue recogida, en 1912, por los diputados y senadores catalanes que presentaron un proyecto de Mancomunidad provincial. Ello dio lugar a un agrio debate político.

   En septiembre de 1912 El Liberal de Sevilla inició una campaña para movilizar a sus lectores entorno a la idea de la Mancomunidad. Según Infante podría titularse “Necesidad de la existencia político-regional de Andalucía”. Políticos y periódicos andaluces intervinieron en el amplio debate.

   Se comienza planteando la necesidad de que Andalucía exprese su opinión: “Andalucía debe decir cuál es su pensamiento y qué es a lo que aspira”. Y se incita a que condense su espíritu para definir su personalidad regional. Se pide que la región andaluza de fe de vida, mostrando la existencia de un alto y vibrador espíritu regional. Se afirma que, aunque atenuado, “el sentimiento de amor a la región existe”, pero que hay que estimularlo. Se señala que en bien de Andalucía hay que “singularizar los rasgos de nuestra personalidad regional”. Y se concluye apuntando la conveniencia de reunir en Sevilla en Asamblea a representantes de las ocho provincias andaluzas “para unificar un pensamiento, un criterio y una acción que llevar al Parlamento”[6]. Es el primer aldabonazo, el arranque de una confrontación que se mantendrá a lo largo de los meses de septiembre y octubre y que rebrotará años después, en 1914 y 1915.

  El Liberal volverá a insistir en la cuestión: se reafirma la idea de la Asamblea de las ocho provincias andaluzas para “un unánime impulso de acción y de iniciativa”, rechazando “la pasividad suicida, la actitud de indiferencia”. Repite que Andalucía, por el idioma, costumbres, étnica, estructura geográfica, etc. “es una región con vida propia, con personalidad de tan marcadísimo relieve, que ciego sería el que la excluyera de la clasificación de región, en todo el extenso concepto de la palabra”, pero, en cambio, no es muy vivo “el sentimiento que esa patria ampliada, intermedia entre la patria grande y la patria chica, despierta en el corazón de sus hijos”. Por ello, hay que avivar el sentimiento andaluz, no para que nazca, pues está latente, sino para que salga a la superficie de la vida política y social, y produzca sus inmediatos resultados. Se vuelve a pedir la reunión de la Asamblea de las ocho provincias, “para que determinen lo que especialmente la región debe hacer ante el proyecto de Mancomunidades, y en general, de todo cuanto afecte a sus intereses y a su porvenir”[7]. Hay, pues, la afirmación regional de Andalucía, desde los supuestos lógicos empleados en la época. Y  junto a ello se sugiere la necesidad de adoptar una posición clara con respecto al tema de la Mancomunidad.

   Prensa y políticos opinan sobre la cuestión suscitada. En particular sobre la idea de la Asamblea de las provincias en Sevilla.. El Diario de Huelva afirma que es “de las que deben convertirse en realidad en el más breve plazo posible para llegar a importantes acuerdos”. Por su parte, La Idea, de Jerez, se muestra partidario de la Asamblea. Entre los políticos, Rodríguez de la Borbolla se declara partidario también de la Asamblea, así como de que Andalucía asuma la Mancomunidad y siga el camino que está abriendo Cataluña[8].

   El debate está en marcha. Y se extiende y amplía por momentos. El Liberal busca “hacer surgir, fortaleciéndolo en intensidad, en bríos y en entusiasmo, el sentimiento de la región, que en Andalucía amustian y debilitan múltiples causas y agentes”. En los planteamientos de este periódico hay una defensa del regionalismo andaluz, de sus posibilidades y ventajas. Es un paso más en el proceso de su más amplia difusión y conocimiento. En esta perspectiva, la Mancomunidad se contempla como la forma política que puede guiar y favorecer el arraigo generalizado de ese sentimiento.

   Entre los políticos se configuran dos posiciones ante la Mancomunidad. Los partidarios y los enemigos de aplicar a Andalucía el proyecto de Mancomunidad. Las razones básicas que ofrecen los partidarios (como Méndez Bejarano, Sánchez Pizjuán, Coto Mora, Rodríguez de la Borbolla, etc.) son que en Andalucía se dan mejores condiciones que en ninguna otra región, que ese debe ser el medio para conseguir la prosperidad de Andalucía y que puede ser igualmente un ariete para luchar contra el centralismo. Por su parte, los contrarios (como Alcalá Zamora, Federico Laviña, etc.) exponen que hay que atender primordialmente a vigorizar los municipios, que en Andalucía no hay sentimiento de asociación entre las provincias, que se carece de espíritu regional, que no existe, “ni existió jamás”.

   El proyecto de Mancomunidad, elevado a las Cortes, fue aprobado finalmente por Real Decreto de 18 de diciembre de 1913. En la exposición de motivos se decía: “En torno de estas aspiraciones se habían congregado, dentro y fuera de Cataluña, núcleos poderosos de opinión, que de mil modos propugnaban por acreditar su fe en estas soluciones, inclinando el ánimo del gobierno para que se resolviera a implantarlas”. En su parte dispositiva, se concedía alas provincias limítrofes, con características históricas y culturales comunes, la posibilidad de constituir Mancomunidades, con personalidad jurídica propia, así como con una serie de competencias de carácter administrativo que provenían de las provincias que se mancomunaban, y no del Estado, que se limitaba a reconocer la Mancomunidad, pero sin concederle competencias.

   Cataluña se acogió a este Decreto, el 29 de marzo de 1914, creándose una Mancomunidad. Las atribuciones de la Mancomunidad eran las mismas que de las provincias, con la ventaja de que estaban unidas. Se intentó que cristalizara en Castilla, País Vasco, etc., pero fracasaron.

   Lógicamente, en Andalucía el tema volvió a rebrotar en 1914. Desde las páginas de Bética se mantuvo que resultaba evidente la conveniencia para Andalucía de organizarse en Mancomunidad por la riqueza y extensión de la región, que al articularse por este medio podría situarse en un grado de prosperidad y de cultura incomparables, por la necesidad de organizar, mejorar y crear comunicaciones internas, rompiendo barreras y estrechando lazos entre las diversas partes de la región, para potenciar y favorecer el desarrollo de la enseñanza y la cultura, además, se podrían poner en marcha reformas (transportes, mejoras agrícolas, facilidades financieras, etc.) que redundarían en beneficio de la región y aumento de la cultura y del tráfico y, por tanto, de la riqueza y prosperidad de Andalucía. Para llevar todo esto a la practica hace falta un estado de conciencia y de voluntad colectiva, que supone solidaridad de miras e intereses. Este espíritu distinto es el que no parece existir en Andalucía, y es necesario insistir en él. El camino debe ser la propaganda activa y por todos de lo que es y de sus ventajas. Y hay que desvanecer el prejuicio antirregional. El espíritu de región, el amor a la patria chica, a lo que caracteriza particularmente a los distintos engranajes de la máquina total de un pueblo, no mata ni perjudica al supremo amor de la patria. Lejos de ello, el bien de la parte redunda, por el contrario en bien del todo. Se trata, en suma, de una posición plenamente favorable a la creación de una Mancomunidad de Andalucía, propuesta desde el órgano del regionalismo culturalista.

   Por su parte, Blas Infante insistirá en las ventajas de la Mancomunidad para fortalecer es espíritu regional andaluza, pero subrayando, a la vez, los graves problemas que acarrearía y que, en la práctica, la hacían inviable. Señalaba que “la institución de Mancomunidades tiende a hacer coincidir con los de vitalidad natural los centros de autarquía administrativa”. Su finalidad era cohesionar en un cuerpo regional la fragmentación provincial, para eliminar así obstáculos a su desarrollo. Pero Andalucía no puede entrar debido, por un lado, a la debilidad de su espíritu regional, “que no es suficiente para establecer entre las disgregadas provincias andaluzas una asociación tan elemental como la que se necesitaría para construir la Mancomunidad Bética”. De otro lado, porque sin “un espíritu patriótico regional” resultaría hasta perjudicial la creación de un nuevo centro burocrático, que acabaría siendo un instrumento más entre los que hoy sirven a los oligarcas caciques. En suma: “con decir que los municipios no podrían subvenir a los gastos de la Mancomunidad está dicho todo, con lo cual la Mancomunidad andaluza carecería en absoluto de recursos económicos”[9]. 

  No cristalizó el proyecto, pero sirvió para catalizar inquietudes, difundir opiniones y posiciones sobre el entendimiento de Andalucía y de “loo regional” y, sobre todo, abrió el camino a unos decisivos debates que incidieron y profundizaron sobre las vías regionalistas y el peculiar contenido del ideal andaluz. Por todo ello, a más de clarificar el calado del tema regional a la altura de 1912, vino a ser una pieza altamente significativa en el proceso de posterior configuración del andalucismo. 

Los debates sobre el Regionalismo Andaluz.

   A partir de las cuestiones planteadas en 1912, 1913 y 1914 la idea de regionalismo andaluza se va precisando. Se constituye la primera fuerza organizada del regionalismo andaluz. El Ateneo de Sevilla es foco de discusiones. Aparecen artículos al respecto en la prensa andaluza. Hay temas sobre esta problemática en los Juegos Florales. En una palabra, el regionalismo parece flotar en el ambiente. Hasta Alcalá-Zamora, diputado a Cortes por La Carolina, ha­blará, como le habían pedido en el Ateneo, de regionalismo andaluz, aunque de manera confusa y desorientada, en su discurso de mantenedor de los Juegos Florales hispalenses, el 12 de mayo de 1914. Tres ideas esenciales vertebran su exposición: a) Lo esencial es fortalecer a la nación: «Nuestra misión actual consiste en fortalecer a España, formar un pueblo donde se inculque el senti­miento que es ideal grande y colectivo de la Nación»; b) Hay que diferenciar entre regionalismo político y re­gionalismo sentimental: «En Andalucía no se ha desarro­llado el regionalismo político. Fue. Sin duda. un bien inmenso para Andalucía y para España toda, que no surgiera aquí [...] un regionalismo político [...] Pensad que formamos la región más grande de España, la más rica y la más fuerte [...] Vale más no pensarlo, porque estaría­mos, no ante un problema, sino ante una desdicha ¡irreparable; no ante una inquietud, sino frente a un de­sastre»; c) Defensa de un entendimiento de Andalucía: «Una Andalucía de Ciencia, de Cultura, de aplicación constante de la Justicia y de intensidad en el cultivo de la tierra», pero como parte integrante de otra región ma­yor: España, que es nuestra Patria[10]. Blas Infante, co­mentando el discurso, señalaba la contradicción que significaba reconocer la existencia de una Personalidad andaluza y la negativa a su configuración político-administrativa.

   Hubo críticas a los Planteamientos de Alcalá-Zamora. Dos días después de su conferencia, El Liberal atacaba con irónica dureza, tanto el centralismo del orador, como su deseo, expreso, de subordinación de Andalucía a Cas­tilla, así como también la Pobreza y debilidad del regionalismo Político andaluz. Se decía allí con cierta sorna: «Don Niceto, como andaluz, es enemigo Personal de Prat de la Riba y Cambó y demás apóstoles mancomunadores. Nosotros muy regionalistas sí. Pero con el regionalismo del ceceo, de la tauromaquia y de los "golpes" de gracia; nunca con el regionalismo político que pu­diera ser una amenaza». Y se apostilla: «Amenaza lo es ya en otras partes; aquí sería una realidad»[11].

    De un año a otro, pues, el contraste en los Plantea­mientos sobre el regionalismo en general y el andaluz en Particular. Ello venía a reflejar la presencia de dos Posi­ciones al respecto que, en síntesis, serían: una, defensa de un regionalismo político (Propuesta de Cambó); otra, rechazo del regionalismo político y apoyo a un senti­miento regional (oferta de Alcalá-Zamora). Eran tam­bién, en ultimo análisis, las dos Posturas que comenzaban ya a perfilarse y confrontarse en la misma Andalucía.

   En 1915 el movimiento regionalista continua ganando terreno. Es habitual que en los actos culturales y Políticos se hagan constantes alusiones a la Personalidad regional. Frente a la visión tópica, comienza a abrirse paso una nueva concepción de Andalucía, amante de la vida, alegre de vivir, Pero consciente de su responsabilidad; libre de prejuicios, honrada. trabajadora, ansiosa de saber y de progresar. Y ya el desarrollo del   regionalismo andaluz no se halla circunscrito sólo a Sevilla, sino que se extiende a otras ciudades. Así. en Granada, se manifiesta en los círculos georgistas y con la Publicación de la Revista Andalucía, que defiende «vali­entemente la resurrección y Purificación de Andalucía en todos los órdenes, la necesidad de su afirmación política»[12].

   Por su parte, en ese mismo año, Blas Infante se encuentra en un momento crucial de su vida. Ante él, se ha dicho, se abre una disyuntiva: o “la tentación con­templativa, del intelectual de gabinete y Ateneo, con tendencia a instalarse en la comodidad”. o bien “las urgencias de una lucha por lo que se cree justo”. Final­mente, se decantará hacia esta dirección, resolviéndose a “asumir la responsabilidad de un movimiento andalu­cista capaz de actuar políticamente”. Hay ya, pues, una idea que se va precisando, unos hombres dispues­tos a llevarla a cabo y un líder decidido a encabezar y dirigir el proceso desatado. Una ultima clarificación  el debate sobre el regionalismo terminará delimitando finalmente las posiciones, en donde se está; hacia donde se va, y dejando franco y nítido el camino al despliegue del andalucismo.

Las vías del regionalismo andaluz. Las dos posiciones sobre el regionalismo andaluz.

   En 1914 y 1915, estrechamente vinculado al com­plejo y controvertido emerger regionalista, aparecen dos importantes cuestiones, que vienen a insertarse y a enriquecer el proceso ya en marcha. De un lado, el progresivo delineamiento de dos posicionamientos an­titéticos ante el fenómeno regionalista, que obedecen a dos concepciones radicalmente distintas: la que lo en­tiende fundamentalmente como una preocupación cul­tural y sentimental, con el Ateneo sevillano como núcleo y Bética como plataforma, y aquella que lo considera, en lo sustancial, como un medio para transformar la reali­dad y que dará lugar al andalucismo, cada vez más interesado por la problemática social, lo que le llevará, desde sus mismos inicios, a una reflexión sobre la cues­tión agraria como aspecto medular de su proyecto re­gionalista. De otro lado, y fruto lógico de las inquietudes dominantes, un debate teórico, con vocación de sus­tento de la praxis, sobre qué es el regionalismo andaluz, que en cierta medida abre 1. de la Cagigas, y en el que, entre otros, participarán B. Infante, R. Castejón y Cor­tines y Murube. El dejará definitivamente claro ese doble y distintos entendimiento del fenómeno regionalista en Andalucía.

   Ya se ha apuntado cómo, desde sus mismos princi­pios, en el seno del movimiento - del impulso regionalista en Andalucía se diseñan dos actitudes con respecto a su sentido y entendimiento: la conservadora, moderada y preocupada esencialmente por la vertiente cultural; la radical, de fuerte carga política, orientada hacia la consecución de un cambio cualitativo socioeconómico.

   Se ha señalado que lo que Cortines y Murube. J. M. Izquierdo y todo el grupo literario del Ateneo sevillano pone en marcha es un “regionalismo ensoñador”. Era un idealismo poco o nada operativo a nivel político, que sólo aspiraba a librar a Sevilla y Andalucía de la leyenda negra que pesaba sobre la forma de ser de sus habi­tantes. ya sacarla del hundimiento económico y cultural en que se hallaba”. En esta órbita, y relacionado igual­mente con Bética y el Ateneo. se puede situar a otro núcleo de intelectuales y escritores (J. Carretero Luca de Tena, A. Jardón, C. García Oviedo...) que, desde un esencial “españolismo”, adoptan posiciones críticas ante el movimiento regionalista y sus desviaciones, y defienden unos criterios de descentralización adminis­trativa. Se articula, de esta forma, un bloque social e ideológico que postula, y expresamente se expone en Bética, “un regionalismo sano, patriótico, porque su fin es, al realzar las glorias regionales, ensalzar la Patria. a nuestra amada España. Y Andalucía, como una de sus hijas amantísimas y predilectas”[13].

   Estamos pues, ante una muy singular comprensión del regionalismo como propuesta que tiende a afirmar la patria, “lo español”, a través del ensalzamiento de lo regional. No hay, en esta perspectiva, un replantea­miento de la organización del Estado, ni un proyecto de transformación de la realidad; sólo la defensa de unos valores culturales y espirituales regionales que, al ser realzados, permitirán una mayor gloria “a nuestra amada España” y, con ello, se hará posible que los españoles piensen en españolizarse por completo”. Desde este esquema de valores se plantea que Sevilla “haga su afirmación de capitalidad”, pero sólo de Andalucía Baja y quizá, de Extremadura, ya que “la Andalucía alta tiene su foco espiritual, independiente y en pleno renacimiento en Granada”. No se ve, pues, Andalucía como una unidad, como una totalidad coherente; prima, por encima de todo, lo cultural; hay un españolismo inma­nente que propugna, como objetivo último, al que hay que encaminar las tareas, la afirmación de España y de lo español. En suma: culturalismo burgués, un espíritu españoIista, antieuropeo, moderación y reticencia ante el hecho regional que, en cualquier caso, debe ser orientado en el sentido previsto. Estas serían, en síntesis, las características más sobresalientes de esta alternativa regionalista andaluza, que básicamente postulan las revistas Bética y La Exposición.

   Frente a esta opción, otra diferente se va precisando. Tiene en Blas Infante su hombre más significativo. “El regionalismo andaluz no ha de ser monárquico ni antimonárquico, republicano ni antirrepublicano. Acatará las instituciones que consagre la voluntad popular (no ha de ser conservador de los con­servadores, ni liberal de los liberales, ni demócrata de los demócratas); ha de ser algo con criterio inde­pendiente. pragmatista. con la mirada siempre en el ideal y en la prudente remoción del obstáculo que embarace su camino”[14].

   Se bosqueja, en estos momentos de arranque, un regionalismo con un escaso contenido político y profundo sentido regeneracionista; es de se­ñalar igualmente una expresa indiferencia hacia la forma de régimen y de gobierno, quizá más táctica que real­mente sentida, ya que esta corriente regionalista mos­trará, de inmediato, su vocación republicana federal, enlazando así con la tradición decimonónica de la que se considera heredera.

   Sus partidarios coinciden en una idea: “La necesidad de ingerir a Andalucía savia pujante de renacer, para que, como unidad distinta, se levante y trabaje por la obra de su propio engrandecimiento, elaborando nuevas ener­gías, para concurrir con éxito en la empresa común de las Regiones españolas; el Progreso de la Patria Nacional, y, por este Progreso, el de la Humanidad, patria común de todos los hombres”. Se combinan y complementan tres ideas básicas: ideal regeneracionista, de la nación por la región, antiseparatismo el progreso regional llevará al progreso nacional, e internacio­nalismo de la patria a la humanidad. Serán, desde ahora, principios angulares del naciente anda­lucismo. Quienes apoyan este regionalismo defienden, como ideales próximos el fortalecimiento regional y los medios para conseguirlo. Para ello hay que desterrar los males de Andalucía. aplicando los remedios ade­cuados. “Hay que dirigir espiritualmente al pueblo an­daluz, hay que penetrar hasta el fondo de su genio  y hay que fortalecer el sagrado de su cualidad, defen­diendo su personalidad mediante el despertar de su patriotismo, que tanto quiere decir como dignidad,  y hay que encender los cerebros apagados mediante una acción pedagógica intensa y adecuada”. Y hay que re­solver el problema clave de Andalucía; el de la tierra, nacionalizándola o “regionalizándola”. Se hace así pa­tente la preocupación por la cuestión agraria, que también se halla en la otra corriente regionalista, aunque con soluciones diferentes, desde los mismos comien­zos del andalucismo.

   En este decisivo 1914, Blas Infante expone ya que “es el campo la primera fuente donde la Ciudad ha de buscar la savia que Andalucía necesita para la obra de su resurgimiento. Y ante los evidentes problemas que ofrece, se propone la fórmula georgista: El Impuesto Único sobre la tierra desnuda y los agentes naturales. Infante señala que “Andalucía, más bien que manufac­turero, es un país agricultor”[15]. Y presenta una desequilibrada estratificación social: “Una clase opulenta, te­rritorial, absentista y estéril. Una clase media escasa y pobre de espíritu, una masa inmensa de jornaleros. He aquí Andalucía”. El problema clave es la distribución de la tierra, “cuya solución hará independiente y rico al pueblo andaluz, ya que sólo con una sólida clase media campesina ese puede construir un pueblo en un país esencialmente agricultor”. Desde esta premisa fun­damental, Blas Infante expondrá sus ideas sobre lo que considera los tres problemas cruciales del campo an­daluz.

   Discurrirá, en primer lugar, sobre la estructura de la propiedad y el problema del latifundismo; y entenderá que el latifundio, en Andalucía, es la base «de todas la realidades tristes que acusan en nuestra Región la existencia de un cuerpo muerto». “El sistema tributario y la anarquía político-administrativa ayudarán, natural­mente, a la obra de la acumulación".

   En segundo lugar se ocupará del campesinado que, ante el triunfo del latifun­dio, se ve reducido a ser jornalero: “La gran propiedad territorial absorbe la pequeña. El latifundio triunfa”. Y así, en Andalucía, la acumulación de la propiedad ha im­pedido que se forme una clase media campesina de propietarios de tierras, que son “la base más firme de la existencia de un gran pueblo”.

   Por último, bosquejará los miserables modos de vida de ese campesinado, “nutriendo sus organismos con el clásico gazpacho; viviendo en míseras covachas, alimentando a una familia numerosa con el jornal de treinta cuartos, y, totalmente analfabeto”. Y apuntará que “Andalucía se redimirá cuando sobre los cimientos de la obscura gañanía, donde pena el pobre jornalero, se levante la granja luminosa, donde viva, trabaje, gane y estudie el cam­pesino andaluz”. En suma: una visión crítica, dra­mática, sobre el panorama desolador que mostraba el campo andaluz.

  Frente a los radicales planteamientos andalucistas ante el problema de la estructura de la propiedad y la cuestión agraria, los hombres del regionalismo cultu­ralista» mostraban unas posiciones mucho más burgue­sas, tecnocráticas y conservadoras que, en definitiva, trataban sutilmente de justificar y mantener el status quo. Por una parte. se argumentaba que si se llegase al reparto de las tierras, el campesino caería en la miseria y el desorden, y sobrevendría la crisis agraria.

   Se apuntaba, por otra, a soluciones productivistas de cariz tecnocrático, necesidad de la industrialización de la agricultura; estudio del tema de los cultivos inten­sivos; amplia información, etc. Se insistía, otro ra­zonamiento, en la rémora que era el campo para la clase ciudadana; en el bajo nivel de preparación del cam­pesinado, así como en la deficiencia de su preparación y conocimientos técnicos para el trabajo. Se rechazaba la actuación sindicalista, aduciendo que los fines que esa propaganda realiza no son fines de regeneración de la clase proletaria, sino fines políticos. proponiendo, a cambie, las soluciones que la acción social católica ha dado.

   Como se advierte sin dificultad, se trata del anverso y del reverso. Frente a la postura andalucista que per­seguía el cambio estructural, la del regionalismo cul­tural se aferraba a la conservación de lo existente bajo el manto de razones pretendidamente descalificadoras o de inocuas reformas puramente técnicas. En una palabra, frente a la ruptura. la permanencia. Toda una clave de la esencia profunda de las dos corrientes regionalistas en presencia en Andalucía.

   Pero ¿qué caracterizaba esa posición que venimos denominando andalucismo y que desde sus inicios lidera Blas Infante? Para el profesor Acosta el andalu­cismo fue un “movimiento de carácter nacionalista que desde mediados del siglo pasado. Primero a través del federalismo y luego del regionalismo, asumió las tareas de la reconstrucción de la historia, cultura e identidad del pueblo andaluz, así como de la unidad y la autonomía de Andalucía”, Es pues, así entendido, un fenómeno de larga duración en la Andalucía contemporánea que, con sus raíces en el ochocientos, rebrota en la segunda década del novecientos, reformulado y guiado por Blas Infante. Se forjará en dos yunques: a uno social, el pro­blema crucial de la tierra, que puso en contacto al idea­lista regionalismo bético con la historia de An­dalucía, y otro político, la cuestión federal, que le ofreció los conceptos movilizadores de soberanía y autonomía del pueblo andaluz.

   Aún habría que aña­dir el hecho fundamental de la dependencia económica: Mientras que los rasgos del catalanismo o del nacio­nalismo vasco enlazan con los procesos de industrialización de ambas áreas, andalucismo y galle­guismo son movimientos regionalistas de signo opues­to, que reflejan las situaciones de dependencia de ambas regiones en el marco del Estado y del mercado españoles. En concreto, el andalucismo surge de la protesta contra los mecanismos de dominación que frustran en Andalucía la revolución burguesa a lo largo del XIX: expresa la aspiración a constituir una clase media que no ha podido afirmarse con el fracaso de la industrialización, el control por el capital extranjero de las explotaciones mineras y el balance de las desa­mortizaciones.

   Por todo ello, el andalucismo nace como producto de unas minorías intelectuales ajenas al sistema de partidos de la Restauración. El esquema mental de Blas Infante preveía un desdoblamiento entre el protagonismo de esa clase media que adoptaría la conciencia regional (y anticaciquil) como fruto de la predicación de los intelectuales, y la captación de las masas jornaleras que habían de secundar a los primeros, al tiempo que proporcionaban el símbolo de la lucha.

   El andalucismo, a lo largo del primer tercio del XX, se desarrollará, básicamente, sobre tres planos. Uno, por la recepción de fenómenos con su vértice en Cataluña, los Juegos Florales; la Mancomunidad, más la fi­jación de unos sólidos principios teóricos medulares, mediante el recurso a debates vivos y abiertos. En se­gundo lugar. por la asunción de la crisis española y la decadencia andaluza, lo que lleva a la recuperación del pasado histórico como revulsivo de la nueva conciencia andaluza. Finalmente, por la sensibilización de la pe­queña burguesía por el problema de la tierra, que pasara a ser eje de la identidad andaluza. En relación con este aspecto, es él quien define la especificidad del regio­nalismo andaluz en el contexto de los regionalismos hispánicos, como ya vimos, así como su aproximación creciente al anarquismo. Por ultimo, se ha señalado que el andalucismo “nunca pudo cristalizar en fuerza política, en partido político”; y ello, además de por otras razones de fondo que más adelante examinaremos, por el hecho sociológico de encontrarse comprimido entre “una derecha interesada en la práctica centralista, es­peculadora y explotadora, y una izquierda con plantea­mientos internacionalistas”. En consecuencia. “la rei­vindicación regionalista andaluza hubo de limitarse a sobrevivir, a sostenerse como tradición ininterrum­pida”.

El debate sobre Andalucía.

   El debate y la formulación del regionalismo, que en su momento ya habían hecho otros pueblos de España, se plantea en Andalucía en estos años preliminares del renacer andalucista. Desde un principio, como hemos visto el tema está presente en escritos y discursos. Pero en 1914-1 915 la cuestión se abordará abiertamente, en especial, a través de las páginas de Bética. El debate permitirá exponer un abanico de concepciones sobre el regionalismo, como sustento teórico de una venidera praxis. Apuntada por Blas Infante será analizada am­pliamente por I. de las Cagigas. Opiniones varias terciarán en la polémica. destacando los trabajos de Cor­tines y Murube y R. Castejón.

   Blas Infante, en 1914, reflexiona sobre los conceptos Patria y Región. Señala que se ama el solar porque allí se nace y se modela la personalidad; se ama la raza, “porque en el seno de la raza tiene nuestra perso­nalidad su raíz”; se ama el genio de la raza, “porque éste es un compuesto psicológico del que somos elementos activos”. Al amar a la patria a través del solar, la raza, su genio, sus ideales y creaciones, amamos “las condi­ciones que moldearon nuestra vida en nuestra perso­nalidad y que prestan a sus naturales deficiencias el necesario complemento”. En “el objeto resumido de esos amores consiste la Patria” y, frente a la Patria está el amor consciente hacia ella, que constituye el patrio­tismo.

   Pero este concepto de patria hay que trasladarlo a regiones y ciudades y saber que hay que “despertar el patriotismo a ellas correspondientes como condición y estímulo de vida de las regiones y ciudades; antecedentes del patriotismo na­cional y base de engrandecimiento de la patria espa­ñola". “La región es una patria intermedia entre el mu­nicipio y la nación. La patria regional está, por tanto, constituida por las condiciones regionales que deter­minan nuestra personalidad y por las que conspiran a su tiempo en esferas supraregionales, es decir, en el pu­gilato entre las demás regiones por el progreso de la nación". En esta perspectiva, “Andalucía no es una ficción, es una realidad patente, cuya existencia no puede ser puesta en entredicho”. Por ello hay una patria regional andaluza.

   El proyecto de Infante perfila un programa regionalista-regeneracionista que busca el fortalecimiento municipal y el engrandecimiento regio­nal como forma y camino de la regeneración nacional. En conclusión, las ideas que se postulan son: a) España es una “sociedad natural de regiones”; el amor a la patria municipal, provincial y regional no dificulta, sino que ayuda, al patriotismo nacional; b) Por el fortalecimiento regional se consigue la regeneración nacional; el ca­mino de salvación nacional está en el desarrollo de las potencias regionales; c) Andalucía. en este contexto, es una región y una patria regional, cuyo sentimiento hay que vitalizar e impulsar, para fomentar sus fines propios y alcanzar el fin común de regenerar España.

   De esta manera, el andalucismo irrumpe como una fuerza más en el conjunto de los otros regionalismos españoles, con la finalidad de cambiar Andalucía y, con ello, ayudar al engrandecimiento nacional. Así queda claro que el sentimiento regionalista no sólo no rompe el patriotismo español, sino que es un ingrediente para su fortalecimiento. Frente al separatismo -aspiración antisolidaria que tiende a sustraer de la sociedad na­cional, para constituir un todo social y político en abso­luto independiente, uno de sus términos regionales-, el regionalismo -“sistema de organización social na­tural que proclama el reconocimiento político y ad­ministrativo de cada uno de los términos regionales. componentes de la nación dentro de la sociedad na­cional”- se presenta como una forma de estrechar y desarrollar la unidad y la grandeza nacional. A Infante, además del análisis teórico del fenómeno, le interesa poner de manifiesto su entidad sociopolítica y papel en la España del momento. Y todo ello desde la perspectiva de Andalucía como razón sustentadora da su proyecto peculiar.

  Como coronaci6n de todo ello y, a la vez, movimiento de regeneración andaluza, situará el regionalismo que, para Andalucía, es “la renovación más intensa de su cons­titución”, pero. siempre concertando el ideal de la región con el de la patria indivisiblemente querida y ofertando fórmulas para el porvenir nacional: federalis­mo, iberismo... La preocupación por la tierra y el campesinado y la fisiocracia como doctrina económica, se consideran elementos inherentes al regionalismo andaluz.

    Por su parte, también se explaya sobre esta cuestión F. Cortines y Murube. Edita en 1915 su vieja conferencia de 1907 sobre Patria y Región. Si en el momento de impartiría significó un paso en el camino que el movimiento regionalista iba abriendo, ahora, al darla a la luz años después, era una aportación interesante al debate en curso. A este respecto, analiza el problema regionalismo-nacionalismo a través de tres planos. En primer lugar, hace unas consideraciones sobre la nación, a la que ve como un conjunto de elementos (familia. municipio, comarca, región), que “son la pluralidad en que la unidad Nación se resuelve”, aunque lo que constituye el vínculo nacional es la solidaridad consciente en fines determinados.

   A continuación hace una defensa del regionalismo. La región implica la variedad en la unidad. Ese es el caso de España. Y esa variedad no se opone a la unidad y supremacía de la Nación. Por todo ello, el regionalismo es un sentimiento legítimo, útil y razonable que hay que fomentar; y al ser una protesta contra la corrupción política, demostró la existencia de energías nacionales, de anhelos de renovación y grandeza de la Patria. Entiende el regionalismo como “un sentimiento instin­tivo natural” y un repudio del centralismo, y caracteriza las regiones por elementos objetivos e impersonales, el territorio y sus accidentes, la raza, la lengua, la historia, el carácter, las costumbres, el modo de ser y al Estado no le cumple otra cosa sino reconocerlas. Por ultimo, rechaza el separatismo, insistiendo en que no debe nunca considerarse como una manifestación del regionalismo. Y concluye afirmando que Patria y Región no sólo son compatibles, sino complementarlas.

   Como se advierte, Castejón y Cortines y Murube entienden el regionalismo como una vía de regenera­ción nacional y como un elemento reforzador de la unidad; coherentemente, rechazan el separatismo. De nuevo, pues, se insiste en la estrecha correlación regionalismo-españolísmo, tanto en general como desde la óptica de Andalucía. En conjunto, hay una mezcla de teoría sobre el regionalismo sobre une manera de entenderlo y análisis de su funcionalidad sociopolí­tica en España. Y la peculiaridad de este enfoque estriba en que el regionalismo es considerado, de un lado, como el sistema de auténtica vertebración nacional y, de otro, como la vía de real recuperación económica, social y política del país. Frente a la uniformidad, la unidad desde la variedad. En una palabra, la España regionalizada en lugar de la España centralizada.

   En este clima intelectual surge y se inserta el análisis de I. de las Cagigas sobre el regionalismo. A partir de su conocimiento de la literatura política europea y española sobre el tema, enlazando con los plantea­mientos culturalistas decimonónicos -entonces domi­nantes- y teniendo a Andalucía como punto de mira, construye su discurso. Según Ruiz Lagos, la interpre­tación de Cagigas se apoya “en bases que buscan una autenticidad histórica y en unos orígenes filosóficos idealistas que, en cierta medida, desconocen la mecá­nica del factor socioeconómico, por otra parte, no aplicado en profundidad en aquella época”. Parece también claro el carácter populista de su modelo regionalista.

   Arranca reflexionando sobre tres conceptos básicos: regionalismo, federalismo y nación-pueblo. Entiende Cagigas, que en su irrupción decimonónica, el regionalis­mo representaba “la reacción de lo natural contra lo artificioso, que opone a la unidad soñada e inmutable la variedad de la vida llena de transformaciones y diferen­ciaciones". Es una concepción que podríamos consi­derar vitalista y regeneracionista, por cuanto significa un esfuerzo por articular y levantar seriamente el país, desde el impulso vivo y vario de las regiones. En cuanto al federalismo, indica que no hay que confundirlo con el regionalismo; lo considera la concepción política de quienes ven la nación “como un conglomerado de distintas sociedades unidas entre sí por medio de pactos hipotéticos”. Muestra con ello, a diferencia de Blas Infante, un apartamiento de la idea federal. Por último, señala las determinantes para definir una nación: terri­torio, unidad de la raza, idioma, religión, cultura, dere­cho, arte, intereses materiales, historia, etc. Pero, en última síntesis, “los pueblos son principios espirituales. La nacionalidad es propiamente un volkgeist, es decir, un espíritu social o público”. El idealismo y el hegelianismo están patentes en esta concepción a través de la que se ve la influencia de la teoría nacionalista de origen germánico.

   Desde estos planteamientos generales sobre con­ceptos matrices, desciende a ideas concretas sobre el regionalismo andaluz. Afirma que éste “no ha podido aún ser cristalizado” y señala la necesidad que para llegar a él hay de concentrar esfuerzos y actuaciones “en la intimidad de la región”, haciéndolo brotar “de la masa del pueblo”. Lo considera especialísimo, característico, con fuerte corriente de simpatía hacia las demás regiones y alejado de todo separatismo. Aquí está, de nuevo, el binomio tan insistente andalucismo - españolismo; también se afirma la solidaridad regional y se expresa la postura antiseparatista. Todo ello, moneda corriente en las diversas reflexiones sobre el regiona­lismo andaluz de la época.

   A partir de los principios teóricos antes bosquejados encuentra los siguientes componentes de la realidad regionalista y, en particular, de la andaluza: a) Terri­torio: plantea la variedad geográfica andaluza y apunta, finalmente, a las tres posiciones que sobre la entidad territorial de Andalucía, con el tiempo. se irán repitiendo: Andalucía “escueta”; Andalucía “escindida” en partes; Andalucía “ampliada” con Extremadura y Murcia; b) Ra­za: subraya la heterogeneidad étnica andaluza, cuyo tipo resultante viene a ser puente entre el europeo y el semita; c) Lengua: aquí defiende que es peculiar el castellano que hablan los andaluces; d) Historia: busca singularizar. en la historia los elementos en que Andalucía ha tenido un carácter propio y marcado; e) Hace, por último, unas sumarias referencias críticas a la religión y el misticismo, el derecho y la cultura, el arte y la música.

   Llega así a unas ideas finales a manera de balance, o conclusiones. En síntesis, postula el “hecho regional” andaluz y, para su despliegue y arraigo de cara al futuro, expone unas recomendaciones: a) hay que concienciar a las masas populares para despertar sus sentimientos regionalistas; b) el regionalismo, entendido como na­cionalismo, “asustaría a los andaluces que son antes que nada españolísimos”; c) aunque la historia funda­mente el regionalismo, “debe nacer mejor de la vitalidad que tenga posteriormente”; d) hace falta un Congreso Regional de las ocho provincias con representación sefardita, mora, cristiana y latinoamericana, para que salga un credo único para practicarlo sin diferencias ni anta­gonismos.

   Se trata de un conjunto de normas básicas para un programa de acción regionalista, actividad que se considera necesaria para afianzar, en la práctica, lo que teóricamente es una realidad innegable.

   La teoría de Cagigas arranca de planteamientos puramente regionalistas, de base historicista y deci­monónica, con un esquema y unos factores que pro­vienen del romanticismo nacionalista alemán. De todas formas, ésa era la corriente dominante en aquellos momentos.

   Muestra un rechazo del nacionalismo, ante el peligro de derivar hacia el independentismo o el separatismo, afirmando, con ello, la españolidad de Andalucía. Como vimos, éstas fueron ideas habituales en los andaluces que reflexionaron sobre el tema. Aunque Cagigas fundamenta su concepción regionalista en el pasado. considera que su reforzamiento ha de hacerse sobre el futuro. Hace también unas consideraciones sobre las diferencias entre nación y Estado y, en relación con éste, no acepta el federalismo.

 En suma, tres precisiones finales podrían hacerse:

   Cagigas representa una posición fuertemente histo­ricista en el abanico de teorías sobre el regionalismo andaluz. Además, concibe el regionalismo como fruto del pueblo que los intelectuales racionalizan, organizan y encauzan. Por ultimo, en las dos corrientes que en 1914 están configurándose en el movimiento regiona­lista andaluz, su ensayo aparece un tanto a caballo de ambas; de todas maneras, la coherencia interna de sus planteamientos teóricos, y sus consecuentes posicio­nes prácticas, le aproximan más al andalucismo.

 El ideal andaluz.

   Una pieza importante en la tarea de recobramiento de Andalucía, y una de sus cuestiones iniciadoras, fue la confrontación sobre el ideal andaluz. El tema de fondo era la búsqueda de la esencia y la realidad profunda de Andalucía a lo largo de su historia para, desde una concepción fundamental, construir un proyecto de futuro. La cuestión del ideal andaluz, que irrumpía como debate intelectual entre 1913 y 191 5, presentaba, básicamente, una triple dimensión. Por una parte, era una reflexión sobre el Ser y la esencia del pueblo andaluz en la historia; un intento de desvelar el enigma que permitiera conocer cuál fue el origen, ser y existir de los andaluces. En una palabra: cómo se había construido la realidad histórica de Andalucía. Por otra parte, era una faceta lógica del naciente regionalismo andaluz; a través de esta indagación sobre la fenomenología histórica de Andalucía, se buscaba conectar con una raíces lejanas que fundamentaran su existencia, trazando unos objetivos de cara al futuro. Una ultima dimensión era la regeneracionista, muy coherente con el momento en que el tema aparecía; las inquietudes regionalistas andaluzas, como en buena parte las de los otros regionalismo españoles, ofrecían una gran carga regeneracionista, ya que se trataba de conseguir la regeneración de Andalucía como forma y camino de alcanzar una regeneración española.

   Historicista, filosófico, esencialista, el debate sobre el ideal andaluz venía a poner de manifiesto la inquietud teórica. previa a la acción política. que embargaba a un puñado de intelectuales andaluces. Con ello mostraban estar ansiosos por levantar su tierra, como parte del esfuerzo más amplio de redención nacional. Con ello, también, querían devolver al pueblo andaluz su conciencia y su orgullo de serlo, a través del recobramiento de una historia singular.

·     Antecedentes y presupuestos.

  El debate sobre el ideal andaluz surge en el marco del Ateneo hispalense, decisiva ágora cultural en la Andalucía de comienzos del XX; igualmente, uno de los focos originarios del renaciente regionalismo andaluz. Si el Ateneo es la plataforma de discusión, la revista Bética será el vehículo de expresión de las principales aportaciones al debate. Estamos en los cruciales años de 1913-1915, momento preliminar del resurgimiento de una conciencia andalucista, y las controversias sobre el ideal andaluz iniciarán un camino por el que luego discurrirá el andalucismo militante. De aquí la importancia del tema. Unas palabras de J. Cortines Torres resumen y centran la cuestión:

“La búsqueda del ideal andaluz significó la aspiración por conseguir una gran Andalucía, muy distante en los tiempos presentes de las lejanas glorias pasadas. El ideal llevaba en sí el doble cometido de ser, por una parte, la luz que guiase los esfuerzos de los andaluces preocupados por la "regeneración" nacional, y, por otros, de acabar con la falsa leyenda pintoresquista, que sobre Andalucía pesaba como consecuencia de un maltratado lastre postromántico. Debería encontrar aquellos elementos que fueran característicos y suficientemente diferenciadores de la idiosincracia de Andalucía, definir su sutil y velada personalidad”.

   En síntesis: recuerdo y nostalgia de un brillante pasado: ansia de una necesaria modernización; indaga­ción de los particularismos configuradores de una realidad peculiar.

   Para los escritores andalucistas la época romana fue el momento en que Andalucía surge con fisonomía propia, en el viejo solar tartésico. Según Cagigas y Guichot, en la etapa árabe Andalucía desarrolla toda su vitalidad expansiva y es el momento histórico en el que el ideal andaluz alcanzó su más alto grado de realiza­ción. Con los Austrias y la decadencia española, Anda­lucía perdió su carácter de unidad diferenciada. Habría que aguardar a principios del siglo XX para encontrar una reacción contra esa decadencia y asistir a los primeros intentos de un renacimiento. Así surge el ideal andaluz y su medio de realización, el movimiento regionalista.

   Pero, a todo esto, ¿qué es el ideal andaluz? ¿Qué significa, qué sentido tiene, esta expresión un tanto metafísica? ¿Qué se quiere decir con ella? En líneas generales, y como una primera y muy global caracteri­zación, se podría considerar el ideal andaluz como la búsqueda y el reencuentro de Andalucía con sus más propias raíces históricas, así como el proyecto de futuro a conseguir que implica la plenitud de Andalucía y la liberación del pueblo andaluz que, por ello, se haría responsable de su destino. En consecuencia, el ideal andaluz es un óptimo de comportamiento colectivo que debe regir la solución de los problemas concretos e inspirar el proceso regenerador. Necesariamente, la concepción idealista buscará apoyo en tina concepción historicista de signo romántico, que sirve de fundamento al propósito de superar la degradación vigentes. La búsqueda del ideal es la indagación sobre el ser andaluz, sobre su cultura, sobre su plenitud histórica como pueblo. Y el deseo de, una vez fijados esos parámetros, regresar a ellos; volverlos a poner en vigor.

   Por ello, los andalucistas procuraron ahondar en las raíces de nuestras manifestaciones folklóricas popu­lares, como una base más para construir un ideal político serio y honesto. El ideal se entrelaza, de esta manera, con el impulso regionalista. Un periodista de la época, que sería luego un hombre significativo del andalu­cismo, así lo entendía al señalar que allí donde se conservan por entero las características de raza, las costumbres, el sentimiento, el concepto mental y demás cualidades que componen el alma de un pueblo, alienta, sin duda, el espíritu regional, el ideal, sin cohesión acaso, tal vez sin la esperanza inmediata de una concreción eficaz, pero tan real y ostensible, por lo menos, como el de otras porciones del territorio signi­ficadas ya por sus resueltas orientaciones regiona­listas.

   Hay ciertos antecedentes sobre la reflexión en torno a un ideal andaluz. Quizá el más importante sea el granadino Ganivet; y, junto a él, algún otro, aunque ya en tono menor. De la misma manera que J. M. Izquierdo idealizara su Sevilla, su Ciudad de la Gracia, Ganivet idealiza su Granada la bella. En este libro, realiza una reflexión sobre Andalucía desde Granada y desde la concepción de la ciudad como ente con autonomía: No hay nación seria donde no hay ciudades fuertes. La ciudad pasa así a ser un ideal o un núcleo esencial del entramado de una realidad a construir. La ciudad, apunta Ganivet, tiene funciones políticas y administrativas que todo el mundo conoce; pero tiene también otra misión, más importante porque toca a lo ideal, que es la de iniciar a sus hombres en el secreto de su propio espíritu.

  Sobre su pueblo andaluz comentará que “antes de ser español fue moro, romano y fenicio” y afirmará que debería existir el reino de Andalucía. Pensaba Ganivet que en la evolución histórica de España, en vez de un corte Este-Oeste, que dio lugar a las dos naciones existentes (España y Portugal), debió hacerse un corte Norte-Sur, que hubiera creado, al norte, el reino de España y. al sur, el reino de Andalucía. Así se habría dado la correspondencia de los hispánicos del sur con el antiguo Al-Andalus musulmán y de los del norte, con la ruda España cristiana medieval. Por todo ello, para Ganivet, en esta visión filosófico-antropológico-histórica, Andalucía merecería figurar entre las naciones de Europa.

   De acuerdo con lo expuesto, en Ganivet el esquema general de ideas es: 1) revalorización de la tradición española y, en esa línea, españolización de Europa; 2) entendimiento del pueblo andaluz como crisol de pueblos y de razas que debe, por ello, asumir ese pasado complejo; 3) concreción del ideal expresado en una ciudad: Granada la bella.

   Junto a Ganivet, otros autores, de menor entidad, son también precedentes sobre el tema del ideal andaluz. Así Manuel de Palacios y Olmedo, hombre del aforismo y del pensamiento audaz y persuasivo. expresado en su libro Rielar de ideas. Para J. M. Izquier­do era “alma clásica [...], sencilla, severa y ecuánime”. Según el profesor Ruiz Lagos, para Palacios el ideal andaluz era “euritmia, ataraxia, sofrosine. Concepción vital helénica y paradisíaca, grandeza del alma de Andalucía”. Su obra es “la estética poética de imaginar el alma de nuestro pueblo”. Palacios es un sentidor, en cuyo libro hay un deseo de ordenar la conducta. En conjunto, el contenido doctrinal en Manuel Palacios no conforma un sistema ordenado de pensamientos, sino un rielar de estados de alma. Todo cabe en él: reflexiones, juicios, creencias, impresiones. esencias. Así, la filosofía de este libro de ideas sería casi una poesía vital del andalucismo. En él. «el aforismo andaluz es la dialéctica del símbolo, es, también, una indagación sobre la andaluza “conciencia helénica diferenciada”. Busca la fuerza en el conocimiento interior. Por su parte, otro autor, J. M. Salaverría planteará el tema del latinismo e iberismo de Andalucía, en donde, afirma, se mejoran las civiliza­ciones. Frente a esta occidentalización de las raíces andaluzas, I. de las Cagigas subrayará las profundas raíces orientales andaluzas, que en ningún caso pueden olvidarse.

   En mayo de 1913, el escritor José M. Izquierdo trató, en el Ateneo de Madrid, con motivo de la discusión de la Memoria de Rivera Pastor «Orientaciones Políticas», del tema del ideal andaluz. Ya lo había esbozado en un artículo, en 1911. El ensayista Ramiro J. Guarddon, director de la revista La Exposición, en mayo y junio de 1913, publicó varios escritos en el diario sevillano Fígaro, en los que: 1)  recogía las ideas de J. M. Izquierdo y trataba de definir el ideal político de Andalucía; 2) hacía una llamada a los intelectuales del Ateneo para que expusiesen su pensamiento al respec­to, rogando a Guichot que definiese el ideal andaluz; 3) trazaba unas bases de autonomía para Andalucía, incluyendo en ella comarcas de Extremadura. El tema quedaba abierto al debate. En él se destacaran tres hombres: J. M. lzquierdo., A. Guichot y B. Infante. Arranca la controversia en la primavera de 191 3 con J. M. Izquierdo; de inmediato, invierno de ese año, entra en liza A. Guichot, junto con Cagigas; culmina la discusión Blas Infante, en 1914, con su Memoria al Ateneo de Sevilla, que publicará en 1915 con el título Ideal Andaluz.

   Izquierdo ofrecerá una concepción literaria, barroca y esteticista de claras resonancias postrománticas, cen­trada en parte en la idealización de Sevilla como la ciudad de la gracia. A su vez Guichot presentará unos planteamientos historicis­tas, como reflexiones al hilo del análisis histórico, indagando en el pasado los elementos caracterizadores v la plenitud del ideal andaluz. Por ultimo, Blas Infante aborda el tema también en su perspectiva histórica, alzando desde ésta una visión filosófica fundamentalista de clara influencia krausista para pasar, finalmente, a la formulación de un programa de medidas concretas.

   Tres posiciones, pues, que, en conjunto, delinean y configuran la teoría del ideal andaluz, soporte necesario para la puesta en marcha de un proyecto regionalista, cuestión a la que va íntimamente unida, con el que levantar Andalucía. El objetivo final lo sintetiza Blas Infante en las palabras con las que abre su Memoria al Ateneo de Sevilla: “Este es el problema; Andalucía necesita una dirección espiritual, una orientación polí­tica, un remedio económico, un plan de cultura y una fuerza que apostole y salve”[16].

 ·     Blas Infante: la plenitud del ideal.

   El 11 de enero de 1914. el presidente de le Sección de Ciencias Morales y Política del Ateneo sevillano, don Mariano de la Sota y Lastra, al inaugurar el curso de su Sección anunciaba que ”dentro de pocos días ernpe­zará la discusión de una Memoria de D. Blas Infante [...] acerca del ideal andaluz, en cuya controversia tomará parte el vicepresidente de la sección, D. Salvador García y Rodríguez, y los damas señores socios que lo deseen, abogando porque al fin de la discusión se eleven a los poderes públicos las conclusiones obtenidas”. Dicha Memoria, leída el 23 de marzo de 1914, venía a ser “el libro iniciador del ideal andaluz”, pedido por A. Guichot.

   A partir de entonces, la idea fue adquiriendo alguna fuerza, aunque no pasó de ser un movimiento en donde el sentimiento dominó sobre los datos sociopolíticos y las aspiraciones regionales de Andalucía no llegaron a una realización concreta.

   La prensa sevillana (El Liberal y Fígaro) se hizo eco del acto. Las crónicas resumen los aspectos esenciales que Blas Infante abordó en la sesión ateneística. Por un lado habló de regionalismo y georgismo. Fundamentó Infante el ideal andaluz en el regionalismo y el georgismo. “El regionalismo tipo, será aquel en el que aparezcan más perfectas las organizaciones sociales”. En cuanto al georgismo, “no es ni deja de ser regiona­lista; es un ideal para todos los hombres, es un ideal que no reconoce fronteras ni etnografías”. Se refirió luego al regionalismo en Andalucía. Tras exponer el modelo catalán y señalar que el regionalismo es “un sentimiento en el que caben todas las aspiraciones”, precisó: “El regionalismo en Andalucía no existe. Aquí sentimos la necesidad de un ideal que comprenda nuestro perfec­cionamiento”. Hay que concretar el pensamiento que ha de constituir el ideal. Expone la situación de Andalucía, minada por el caciquismo, con un pueblo ignorante e infeliz, un pueblo sin ideal, “que no sabe cómo erigirse en administrador de su propio derecho: Urge, por tanto, instruirle, demostrarle que puede destruirlos males que le agobian, ejerciendo su derecho. Esto se logra con una intensa labor de propaganda y de agitación”. Se ocupó, finalmente, del camino hacia el ideal. precisando que a este hay que buscarlo en la “autonomía para el régimen administrativo y político y para crear su derecho; su derecho a rechazar todo gravamen que pueda caer sobre la producción”. Pero matiza: “Para que el pueblo se administre libremente no es ni puede ser una garantía el regionalismo. Para eso la única garantía existe en la autonomía municipal”. “Los municipios. libres, se fede­rarían para realizar obras publicas y todo cuanto creyesen que no podían hacer aisladamente". Aparece así, desde bien temprano, la idea de pacto y el municipa­lismo de raíz federal en el pensamiento de Infante.

   En suma, interesado e inquieto por Andalucía, Blas Infante, como era lógico, participaba en el debate sobre el ideal andaluz. Su Memoria mencionada, trabajo con el que culmine esta indagación, estaba perfectamente vinculada a tres importantes corrientes de pensamiento. Desde el punto de vista filosófico, está influida por el Krausismo; en lo político, se relaciona estrechamente con los planteamientos regeneracionistas y regionalis­tas; en su fundamentación económica, está ligada al georgismo. En su conjunto. venía a ser una obra profundamente andaluza ya que, arrancando del análisis de una historia y de una dramática realidad en la que ésta había confluido, buscaba caminos de regeneración para Andalucía.

   El andalucismo, en tanto que estructura orgánica» del ideal era, a comienzos de la segunda década del siglo, un proyecto maduro. Faltaba la mente organizadora, sabia y vitalista, capaz de vertebrar el ideal. Ello ocurría con la publicación de Ideal Andaluz, de Blas Infante, en 1915. Cuando apareció el libro, los círculos políticos sevillanos se fijaron primordialmente en el tratamiento del tema de la tierra; y mostraron su escepticismo ante la alternativa de Infante de crear una clase media campesina. Desde la revista Bética, el notario Gastalver afirmó que Infante había planteado el problema agrario desde una perspectiva sentimental, que anulaba la percepción total del problema, y que hacía del libro “un arrebato lírico, tanto más desdichado, cuanto más hermosamente escrito”. Rechaza la visión desolada de Infante del campo andaluz y considera un prejuicio su idea de que “la mala distribución de las tierras” es la causa del mal; y ello, en razón, dice, de que en Andalucía “el jornalero no siente el estimulo de la pequeña propiedad y de la vida mejor”[17].

   También desde El Impuesto Único se criticaron los planteamien­tos de Infante. Se reconocía la validez y profundidad de su análisis de la realidad andaluza; no se compartía el objetivo de fortalecer la conciencia colectivo-regional como medio de regenerar Andalucía. Además, se pen­saba que “la acción de propaganda regionalista” iría separándose cada vez más de la esencial cuestión de la tierra, para referirse exclusivamente a motivos étnicos a históricos con fines reivindicadores políticos y adminis­trativos. Se trataba, en suma, de las puntualizaciones del georgismo “ortodoxo” ante lo que se veía como una desviación política del purismo doctrinal.

   El libro de Infante, criticado desde la derecha ate­neísta culturalista y el georgismo más purista, pre­tendía, según se ha escrito, “dar una dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico y un plan de cultura a la región”. Se ha dicho, también, que el pensamiento de Infante es el del ideólogo deseoso de configurar al País Andaluz como un ente soberano que ejerciera un mandato sobre sus futuros destinos. En este sentido, casi podríamos decir que ideal y utopía social son sinónimos en su pensamientos. Para el profesor Tierno Galván se trata de una obra “desigual”. Pero, matiza, “mucho grano hay y no infecundo en este libro de Infante. Y apunta los que considera sus valores esenciales: a) el entendimiento de Andalucía como una etnia, o sea, como “una comunidad histórica y psicoló­gicamente diferenciada que tiene usos y costumbres propios, que se expresan en un modo propio de vivir y convivir”; b) la singularización de unas raíces históricas: “diríamos que bravura ibérica o tartésica, esplendor griego, raciocinio romano, sensibilidad árabe”, de las que surge el andaluz; c) una conclusión patente: “Andalucía ha existido y existe como una pieza funda­mental de España y ser andaluz es el modo primario más profundo y quizás más digno de ser español”.

   Básicamente nos interesan cuatro aspecto del libro de Blas Infante: 1) Su teoría sobre el ideal; 2) Su planteamiento del ideal de España y de las regiones; 3) Su concepción sobre la historia y la realidad de Andalucía; 4) por último, su ideal andaluz.

 ·     La teoría sobre el ideal.

   Se ha dicho que el ideal de Blas Infante es universalis­ta. No queda cerrado en el marco de un ámbito concreto, aunque a él se dirija, sino que aspira a implantar unos ideales humanitarios y progresivos para toda la Humanidad, a través del pueblo andaluz. La concep­ción del ideal de Blas Infante es, en verdad, una compleja meditación filosófica, de claras resonancias Krausitas, sobre el Ser, la Vida y el Universo. Hay un ideal de vida -el más amplio y que da sentido a los demás-, un ideal humano y un ideal de las naciones. “La Vida, pues, tiene un ideal absoluto: la Eternidad; y un ideal próximo: la relativa perfección; y una base de inmediata defensa, la conservación de la perfección y vida ganada”[18]. Así aparece “un movi­miento dirigido hacia las avanzadas de la Vida”; y todos -individuos, pueblos, naciones- buscan alcanzar “el triunfo de su personalidad”.

   El ideal de España está “en arribar al pugilato mantenido entre las naciones, con fuerzas bastantes para sellar con su triunfo la realización del Ideal Humano”. Las fuerzas a que se refiere son la Cultura Moral y Física y la Civilización; “únicamente en este sentido puede admitirse que es preciso europeizar a España: en que hay que elevar su nivel de cultura, su nivel de civilización, a la altura de las primarias naciones del mundo; para ello, sólo en cuanto suponga elementos de fuerza indispensables para la realización del Ideal Humano”. España es una nación de naciones, resultado del poder de las partes que la integran: por eso, como medio de cumplir su ideal, necesita de dos cosas: de la creación y desarrollo de fuerzas privativas suficientes y del decidido fortalecimiento de las regiones.

   Entra así, como pieza insoslayable del ideal español, el ideal de las regiones; y ello, porque “el alma española no es otra cosa que el resultado de la convergencia, en la suma, de las energías regionales”. En este plantea­miento, cada región debe realizar y tratar de implantar su ideal; este es el camino de las regiones para elevar el nivel del progreso español: por tanto, las regiones no han de esperar a ser redimidas por la nación; sino que, al contrario, por ellas ha de ascender la fuerza inicial por cuya virtud se redimirá la patria. Así, el renacimiento regional -la regeneración de las regiones- llevará a la salvación de España; “a las regiones se presenta, inmediatamente, como un fin, al cual deben ordenar sus energías, el fortalecimiento nacional” y la región más española, será la que ponga más alto el nombre de España; la que más eleve el nivel de grandeza de la patria común”[19]. “Andalucía ha de tener por Ideal, como Región española, el predominio de su cualidad como inspiradora de la obra del Progreso Español: el triunfo de ese Progreso de su dogma esencial: en una palabra, ha de tener por Ideal el imponer su Ideal en el pugilato que establezca con las demás Regiones”.

 ·     Historia y realidad de Andalucía.

   Andalucía existe. Es una realidad innegable, resul­tado de una historia. Y es una aspiración, es un Ideal, para los Andaluces, la Andalucía de alma robusta, fuerte y prepotente, la Andalucía culta, industriosa, feliz, que ha de imponer el encanto de su genio en la realización del Ideal Español. El pueblo andaluz ha existido a través de la historia. En su transcurso, han ido surgiendo los caracteres que configuran el genio andaluza; este genio se revela en las manifestaciones de la psicología popular, vehemente, repentista, en cuyo fondo está latente el sentimiento apasionado de la alegría de vivir; en suma, perdura en el optimismo que ha llegado hasta nosotros, constituyendo el ambiente especial, particularisimo, que se respira en todas las provincias andaluzas; lazo de unión que no puede romper su disociación persistente en otros órdenes y que deter­mina, entre todas ellas, la unidad psicológica, el espíritu distinto y, por tanto, la personalidad, la substantividad independiente del pueblo andaluz.

   Andalucía tiene capacidad para realizar su ideal. El medio geográfico -Andalucía y Grecia tienen una misma latitud y casi un mismo medio: “tal vez por eso sea igual el fondo de los genios y la configuración étnica -Andalucía ha sido un “crisol de pueblos”-, no coartan, más bien al contrario. la realización del ideal. Es verdad que Andalucía aparece postrada: pero antes vivió un apogeo. Por ello -concluye Blas Infante- “las causas del decaimiento de Andalucía no son, por tanto, fatales; no dependen de la Naturaleza, sino de la Historia. Por tanto, han de ser contingentes, removibles. Busquemos, pues, para removerlas, las circunstancias que embarazan la senda del Progreso andaluz”.

 ·     El ideal de Andalucía.

   Andalucía debe, como región española, imponer un ideal. Para ello, necesita una afirmación político-admi­nistrativa y despertar la conciencia colectiva regional, para así poder alcanzar la libertad política y administra­tiva. La inexistencia de una conciencia colectiva en Andalucía, para Infante, se debe a los fallos del munici­pio. Escindidos en dos bloques sus habitantes, propietarios, los menos; jornaleros, los más, no hay medios apropiados para llegar a ideales colectivos. Por eso es preciso: a) transformar las estructuras; b), educar al pueblo; c) crear una clase media campesina. Ese es el proyecto. Y el objetivo, la tierra andaluza para el jornalero andaluz.

   Así pues, la meta primera del ideal persigue crear la conciencia de que el pueblo andaluz ha existido; devolver a los andaluces el conocimiento de su ser en la historia. Esta existencia del pueblo andaluz como tal se manifiesta a través de sus peculiaridades culturales: la diferenciación no procede de la etnia, sino de la asunción de específicas formas culturales. A partir de esta primera fase, el ideal tiene como objetivo, a más largo plazo, “la emancipación y liberación del pueblo andaluz a través de tres caminos: a) concienciación en el ideal humano, lo que le dará dignidad y responsabi­lidad; b) fortalecimiento de la unidad del país andaluz, creando una única y gran voluntad, que se manifieste en todas las esferas y revele su fortaleza como pueblo; c) educación en los ideales colectivos municipales, subrayando de esta manera su sentido municipalista, con lo que Infante entronca con el viejo federalismo y manifiesta su concepción generatriz de la autonomía que, partiendo del individuo, se concreta en la primera fórmula de comunidad política que es el municipio.

   Todo conduce, pues, a la formulación del ideal andaluz, porque Andalucía “es capaz de realizar ese ideal, imponiendo el matiz de su genio en el triunfo del Progreso español”. Por eso, Andalucía, como región española, debe engrandecerse por la virtud de su ideal privativo. Para ello, es necesario “purificar los estig­mas” que pesan sobre ella y fortalecer el espíritu y la conciencia colectivo-regional, lo que se conseguirá “enseñando al pueblo andaluz su Historia, mostrándole sus ideales, propagando las especiales obras de su genio, despertando en la conciencia de sus elementos todos, el sentimiento de la solidaridad y de la dignidad de la región. Y. además, hay que despertar la conciencia colectiva regional, con tinos de afirmación política y de reivindicaciones de libertad administrativa, haciendo ver a este pueblo la necesidad, si ha de dirigir el progreso de la nación, de llegar a regir su propia vida y progreso”.

   Junto a ello, hay que fortalecer igualmente “el espíritu y la conciencia colectivo-municipales” y hay que rehacer las estructuras agrarias y crear las condiciones que permitan “redimir al jornalero andaluz para la vida colectiva”. Y es así, por la deficiente estructura socioeconómica de Andalucía, pueblo de jornaleros, en el que predomine le clase agricultora, perdura el agobiante problema de la tierra en constante procese de acumulación, lo que origina una dramática composición de la propiedad- y no hay clase media campesina. En estas circunstancias el pueblo andaluz no es capaz de ser libre. Por ello, hay que crear en Andalucía una clase media campesina; hay que romper la injusta distribución de las tierras; hay que terminar de una vez con el continuo proceso de acumulación. “Si el fondo de la cuestión consiste -escribe Blas Infante- en la crea­ción de la clase media campesina, el único sistema adecuado será aquel que ponga la tierra andaluza a disposición del pueblo, de cada uno de los individuos y familias andaluzas, para que cada uno de ellos cultive y explote tanta como necesitare o exigieren sus respec­tivas necesidades y actividad, asegurándoles al mismo tiempo la posesión permanente de la tierra que recla­maren estos fines, con el objeto de estimular su mejoramiento, realizando con ello esta obra de justicia: la de atribuir al poseedor el producto íntegro de su trabajo, la creación de su propio esfuerzos”.

   Es el interés de la región, y el mismo de la propiedad, los que exigen las medidas apuntadas. Aquí entra en juego la teoría fisiocrática y, consecuentemente, la fórmula que Blas Infante da es típica del georgismo: “absorción absoluta por la comunidad del valor o renta de la tierra desnuda de las mejoras debidas al trabajo humano”[20]. Así se justifica la inclusión del sistema fisiocrático en el proyecto de redención económica para Andalucía. A partir de él. Blas Infante desgrane toda una serie de medidas que constituyen un amplio, minucioso y matizado programa de reforma agraria: critica lo existente, señala las aspiraciones e indica los medios para llegar a ella; básicamente; tierra y capital a disposición del pueblo. para así constituirla clase media campesina. Y, como el más inmediato y central de los ideales próximos: La tierra andaluza para el jornalero andaluz.

   Si éste es el programa para alcanzar el ideal andaluz. Blas Infante se ocupa. por último, “de los que han de dirigir a Andalucía por el camino espinoso que hasta él conduce”. Pide. en principio, “la unión y el sacrificio de todos los andaluces de buena voluntad”; además, “se necesita de una vehemente organización de gran ecuanimidad. que extienda su representación por los más íntimos lugares”. Hay que “defender los intereses de cada municipio” para que, desde este sentido comunitario, surja “la solidaridad”. Andalucía requiere a todos sus hombres. “Creed que Andalucía puede redi­mirse, que se redimirá, aunque levantarla de su postra­ción sea obra de Titanes. Quien no tenga fe, puede adquirirla con sólo pensar en su necesidad absoluta. Ella resume el numero y la fuerza. Es la piqueta irresistible que abre el camino del ideal”.

   En 1916 se articula definitivamente el movimiento andalucista, afianzándose, a partir de aquí, de forma predominante, esta vía del regionalismo andaluz. Con­cretados en los debates antes mantenidos los supuestos teóricos y asumida la doctrina georgista como médula de su programa económico, el andalucismo desarrollará su singladura histórica, desde ahora, teniendo como plataforma de actuación los Centros Andaluces, que se van creando paulatinamente, y como órgano de ex­presión la revista Andalucía que, como contraposición a Bética, se funda en este mismo 1916. Se penetra así decididamente en la plena fase andalucista de la historia del regionalismo andaluz.

 Regionalismo y modernización.

   El andalucismo, como el resto de los regionalismos hispanos. busca ser -ése es su espíritu, la idea motriz que impulsa su esfuerzo, su voluntad manifiesta- un factor de cambio que conduzca, por la “regeneración», a la modernización de Andalucía y, en consecuencia, de España . Y ello, desde el enraizamiento a un pasado que es savia y ejemplo, y con una meta de futuro, que es propuesta abierta a todos aquellos que laboren en esta misma dirección”. Como años después escribiría Blas Infante, “el regionalismo andaluz [..] no fue obra de alguien, sino un resultado natural expresivo de la His­toria de Andalucía”.

   Para hacer factible ese proyecto, eran necesarios unos ideales nuevos y unos hombres nuevos en el contexto de una nueva política que desbancase a la vieja. Ello es lo que propondrá Blas Infante en una conferencia en Sevilla, el 23 de junio de 1916. Se trata de un hito sustancial en la historia del andalucismo, ya que allí se plasman, en sus líneas maestras, el programa que este movimiento propugna de cara a la transfor­mación de Andalucía. Infante, tras una dura crítica a la política vieja. plantea una nueva que debe ser “el arte del progreso social”. En esa perspectiva, los andalucistas “queremos gobernar sólo en todos los campos en el crisol del ideal, para fundirlos en la unidad de la conciencia de un pueblo. No queremos hacer un partido, sino un pueblo director”. Desde este supuesto básico -no organizar un partido, sino construir un pueblo, la  doctrina  del  regionalismo andaluz proclama: a) «la liberación o socialización de la tierra [...] pretendiendo entregar la tierra de nuestra patria regional al trabajo de todos sus hijos; b) “levantar la cultura, la civilización, el mejoramiento de Andalucía, a un más alto grado que el que actualmente tienen las demás regiones de España, y que todas las Naciones del mundo”. Andalucía está llena de hambre y de incul­tura He aquí unos ideales formulados. “Hay ahora que apostolarlos y defenderlos”. Y a esta tarea llama Infante a anarquistas y socialistas. Porque, en definitiva, “se trata de liberar las personalidades de la patria opri­mida”.

   En este acto es de destacar: a) que se hace en un Centro Obrero, lo que señala el interés del emergente andalucismo por conectar políticamente con este es­trato social; b) que se subraya la nueva aportación que a la vida sociopolítica realiza el naciente regionalismo andaluz; c) que busca ilusionar y vincular al proletariado al proyecto que ahora se pone en marcha. Es claro, por ello, desde el principio, que el andalucismo es un movi­miento regionalista muy singular; bien diferente. so­ciológica y políticamente, a los ya más asentados de Cataluña y País Vasco. Tiende hacia las clases populares porque de un lado, no hay burguesía “moderna” en Andalucía y, de otro, éstas son su única posible base social; además, no aspira a una hegemonía, sino a un profundo, radical cambio estructural. Ese es su verda­dero objetivo. Y para alcanzarlo piensa que el medio adecuado no es crear un partido -nueva singulari­dad-, sino concienciar a las masas en este sentido, sumar voluntades en torno a un programa de transfor­mación que hará posible construir un pueblo y forjar una realidad diferente.

   Hay en el discurso, explícitamente expuesto, un re­chazo de lo viejo. O sea; de los partidos del turno, del centralismo, de la oligarquía y el caciquismo, etc. Esos son los males que desgarran Andalucía. Y éste será argumento en el que incidirán otros andalucistas, reafirmando con ello los parámetros diseñados. “Somos regionalistas en Andalucía -escribirá Dionisio Pé­rez- porque hemos perdido toda fe y toda esperanza en los dos partidos centralistas que se abrogan la dirección de la vida nacional”. No se esperan mejoras, ni en An­dalucía se confía en la justicia. “Madrid verá quiénes son los patriotas: si los que quieren mantener esa puerta abierta de España en la abyección de hoy, y llamar a esa abyección unidad nacional y españolismo, o los que, movidos del amor a nuestra tierra, anhelamos hacer de ella una región poderosa, fuerte, culta, rica”.

   En estos momentos iniciales no se entiende, desde fuera, aun bien el regionalismo andaluz; la singu­laridad que representa la propuesta andalucista. El re­gionalismo español genera polémicas. Y la prensa se hace eco de ellas. Desde el republicanismo se observa el movimiento regionalista hispano con actitud crítica. Entienden que el regionalismo es posible, ya que España es un conjunto de regiones perfectamente definidas: pero lo consideran políticamente conservador. “Verda­deramente, el regionalismo catalán y el nacionalismo vasco son concreciones de conservadurismos”. La Lliga acoge a la burguesía catalana; “el bizkaitarrismo está acabando con el carlismo, porque se ha asimilado su alma”. “Ahora se habla de regionalismo andaluz. Y las derechas quieren dirigirlo. Claro que perderán el tiempo, porque los andaluces no pueden ser regionalistas”. Es la confusión causada por no comprender la especificidad del andalucismo; por pensar, erróneamente, que lo que está surgiendo en Andalucía es un puro reflejo mimético de lo catalán o vasco. No se advierte todavía su dife­renciación social y política; la distinta clase impulsora. De aquí la valoración global final: “Todos estos regiona­lismos son desviaciones y falsificaciones de una protes­ta vaga y sentimental contra la oligarquía parapetada tras la Constitución, que gobierna a España. Si aquí hubiera izquierdas organizadas; si nuestra clase media no fuese una caricatura de las burguesías de otras naciones, en vez del regionalismo frailuno tendríamos un federalismo vigoroso. Mas el federalismo acabó con Pi. Ya no es sino un recuerdo”.

   Estas palabras prueban el equívoco existente. Lo que en Andalucía está apareciendo, en concreto, en su dimensión andalucista, viene impulsado, socialmente, por esa menospreciada clase media y es, políticamente, republicano y federalista. Es, pues, evidente el error de óptica de los republicanos. Como lo es, igualmente, el de los demás grupos políticos, que in­tentan «tiran> del regionalismo andaluz. Las derechas quisieran verlo conservador y las izquierdas liberal. Pero es algo diferente. “El ideal regionalista en Andalucía, por lo menos en Sevilla, ha partido de donde tenía que partir: de los espíritus superiores capacitados para pensar y sentir por el pueblo. No es una parodia del regionalismo catalán”. Y, además, no quiere llamarse conservador, ni liberal, ni político; solamente andaluz, que dice mas”, y ello porque implica algo nuevo y distinto, por encima de partidismos y tendencias; su objetivo es mucho más ambicioso, profundo y global;

   “La doctrina del Regionalismo Andaluz es parte de la doctrina del Progreso, cuyos términos son libertad y solidaridad. Por esto aspira a fortalecer a Anda­lucía; a que se le otorguen los medios precisos para tal fin; y a que, cuando esté fortalecida y capacitada, se le re­conozca libertad para determinar, y aplicar esos medios, hasta llegar con su propio esfuerzo a conquistar una hegemonía. no de poder material, sino de poder moral, de Arte y de Civilización, sobre todas las Regiones Espa­ñolas, a fin de que todas éstas, por España. puedan ejercerla sobre el Mundo. Esto es, Andalucía quiere fortalecerse, por su propio progreso; por el de España y la Humanidad; para lo cual, tanto como de la Libertad, se precisa de la Solidaridad, de las Patrias Regionales en el Seno de la Humanidad, de la gran Patria común de todos los hombres”.

   Paso a paso, el andalucismo va perfilándose con mayor nitidez; paralelamente, se mantiene la preocu­pación por el ser de Andalucía, de manera particular, entre los núcleos intelectuales. En este sentido, el 11 de noviembre, en la inauguración del Curso del Ateneo de Sevilla, su presidente, don Francisco de las Barras de Aragón, disertará sobre un aspecto un tanto olvidado en los debates anteriores: Andalucía como región natu­ral. Tras afirmar la existencia de una Región andaluza, señalará “que Andalucía es una región geográfica, geológica, botánica, zoológica y hasta antropológicamente considerada y que el pueblo andaluz tiene cualidades y aptitudes especiales, perfectamente claras y definidas, que pueden servirle de caracteres dife­renciales”. Apuntará luego la variedad de la región andaluza, por encima de la cual se establece la unidad ideal de Andalucía, del mismo modo que por encima de las diferencias regionales ese ve clara la unidad es­pañola. Por último, planteará el cuadro de la civilización andaluza, definiendo a Andalucía como el crisol en el que se han fundido los pueblos que hasta ella llegaron, “como un conjunto sintético de España toda”; y así, “Andalucía. sin dejar de ser Andalucía, es toda España y siempre España”.

   Es la persistencia, aunque cada vez más débil y difusa, del regionalismo culturalista en un ambiente en el que va imponiéndose, por su mayor originalidad, garra, con­creción y voluntad decidida, el proyecto andalucista. Mientras el culturalismo prosigue con sus reflexiones sobre el ser y la esencia de Andalucía, ya el andalucismo está promoviendo y difundiendo un programa de actua­ción. delimitado en lo fundamental, que persigue la modernización andaluza y española. Es un nuevo sín­toma del cada vez mayor distanciamiento entre las dos corrientes en que se ha resuelto el impulso regionalista originario.

   Como vimos, desde su arranque el regionalismo andaluz mantuvo contactos con el catalanismo. Y, al parecer, La Veu de Catalunya. órgano de la Lliga, acogió con simpatía el movimiento desde sus comienzos. La actuación de Cambó dará lugar, en 1916, a que, en Andalucía, se fijen las posiciones con respecto al ca­talanismo y al suscitado tema de la soberanía. Desde el regionalismo culturalista se criticaron los planteamien­tos de Cambó en petición de soberanía para Cataluña, rechazando toda razón para concedérsela y afirmando la sustancial unidad española. Se aceptará que el mal de España es el centralismo, del que a la vez se derivan otros, entre los que destaca el caciquismo. Por ello hay que romper ese centralismo, con lo que se liberará España. Por su parte, los andalucistas, por medio de Blas Infante, defenderán el regionalismo catalán, al tiempo que muestran sus diferencias y retracción con respecto al separatismo. Y refiriéndose a Andalucía, escribirá Infante: “Andalucía no hace para sí estas inmediatas reclama­ciones porque está ocupada en una obra antecedente: en combatir la miseria espiritual y fisiológica de su hijos, en rehacer la personalidad andaluza y un despertar el pa­triotismo andaluz. Cuando el pueblo andaluz haya resu­citado por consecuencia de la aplicación de estos próximos ideales, pedirá una igual libertad, para poder ex­playar sin obstáculos su eficiencia creadora”.

  Y concluye: “Que cada cual sea libre, según el grado de (sic) su capacidad demande”. Es, pues, todo una cuestión de etapas; de previsiones hechas. El objetivo final es el cambio y la responsabilidad del propio destino, pero antes hay toda una tarea -el proceso de modernización- que es previa. y hacia la que hay que orientar todos los esfuerzos. Ello muestra hasta qué punto no hay improvisación. Aunque sí fluctuaciones en el programa de acción que se he trazado el movimiento andalucista.

La creación del «Centro Andaluz» de Sevilla. El «Manifiesto» andalucista.

   Se ha señalado que el nacimiento del Centro Andaluz de Sevilla representó la más alta manifestación del re­gionalismo andaluz. Los fines con que nacía eran despertar la conciencia del pueblo y encauzar las aspira­ciones andalucistas. Irrumpía una plataforma de ac­tuación que, poco a poco, se iría multiplicando por toda Andalucía y aún fuera de ella, tanto en España, como en el extranjero. Impulsor, junto con otros, organizador y, luego, presidente del Centro fue Blas Infante. Desde sus mismos comienzos, el Centro buscó conseguir el mayor número de adhesiones.

   Aunque el Centro Andaluz sevillano inicia verdade­ramente su historia en abril de 1916, con la publicación de un Manifiesto y, sobre todo, en octubre, con la inau­guración de su local social, el proyecto es anterior, como lo evidencia el que el 2 de diciembre de 1915 se apruebe y edite su Reglamento, que servirá de modelo a los otros Centros que se vayan creando. Contiene dos partes: una exposición inicial vertebrada en torno a ocho puntos, acogiendo las ideas fundamentales del regionalismo andaluz; los Estatutos por los que se regirán los Centros Andaluces, estructurados en siete largos artículos. En conjunto, se resumen, ordenan y precisan un haz de ideas y principios que han aparecido ya en Ideal An­daluz, de Infante (lo que demuestra que fue él su re­dactor), y en anteriores escritos doctrinales del anda­lucismo.

   En la exposición previa se perfilan los principios, la finalidad y las medidas para alcanzarla Como finalidad: hacer de Andalucía una patria regional y de España una patria nacional”. Con respecto a las medidas, desarrollar cuantas obras o empresas conduzcan a este objetivo: concienciar a los andaluces; estrechar los lazos entre las provincias an­daluzas; propiciar la solidaridad entre las regiones es­pañolas; fortalecimiento de la conciencia colectivo-regional y colectivo-municipal y cuando existan an­daluces que sientan “la necesidad de facultades autonómicas” se exigirán las debidas para la más completa autonomía regional; desarrollo de la educación y la cultura de los andaluces; defensa de la medida legis­lativa que implante el principio “a tierra andaluza para el cultivador o explotador” y creación de bancos de crédito agrícola.

   En la parte estatutaria, se reglamenta la vida de los Centros. En los fines de la Sociedad se señala el impulso de crear Asociaciones “con igual nombre e iguales fines, en cada una de las localidades andaluzas”; serán autó­nomas, pero constituirán secciones de una sola Asociación, “unidas por el espíritu mismo de unos mismos ideales” (art. 1.º). Podrán ser socios los hombres hon­rados pertenecientes a cualquier partido político (art. 2.º). Fija luego los órganos directivos, sus competencias, sus funciones y duración del cargo, aunque “la soberanía de la Sociedad reside en la Asamblea” que, hasta que se reúna, la delega en la Junta directiva; para que sean válidos los acuerdos de la Asamblea se necesitará el voto en favor de las dos terceras partes de los concu­rrentes (art.4.º). Los recursos provendrán de donativos y cuotas de socios (art. 5.º); dos quintas partes se destinarán en las atenciones de enseñanza e Instrucción, a escuelas y bibliotecas y al fomento y protección de los intereses regionales y locales (art. 6.º). «La Asociación no se extinguirá hasta haber realizado todos los fines propuestos» (art.7º).

   Este documento es una mezcla de varias cosas. En él se conjugan doctrina político-regionalista, fines y me­dios a desarrollar en los Centros, forma de organizarse y funcionar. Con él, según parece, se persiguen tres ob­jetivos: adoctrinar a los adheridos; configurar una amplia y vertebrada plataforma de actuación, abierta a quienes coinciden en los planteamientos esenciales; orientar, una vez conseguida ésta, todos los esfuerzos en la misma dirección, para ser un movimiento capaz de cam­biar la realidad de Andalucía, según los presupuestos expresados.

   La Veu de Catalunya se hizo pronto eco de la creación del Centro Andaluz sevillano. Se ocupó del análisis de «Andalucía regionalista», apuntando la singularidad y originalidad andaluza como causas de ese impulso na­ciente. Y matizó la diferencia con Cataluña: “Es claro que el regionalismo andaluz no puede ser lo mismo que el nacionalismo catalán; en él existirá siempre la diferencia que separa al regionalismo del nacionalismo; pero el alzamiento regionalista de Sevilla puede ser una gran fuerza para la reconstitución natural de Iberia”. Si desde Andalucía los andalucistas insisten, y seguirán insistiendo, en deslindar su movimiento del catalanis­mo. desde Cataluña también se marca, desde un prin­cipio, la distinción, aunque no se advierta que está más allá del simple nombre -regionalismo/nacionalismo-: se halla en el componente social que sustenta el pro­yecto, en la ideología que lo nutre y en el programa que se propone.

   En abril de 1916 el Centro Andaluz de Sevilla publica un Manifiesto en el que formula las bases de lo que entiende deber ser la política andalucista. A través del documento, largo y detallado, el Centro Andaluz quiere dar a conocer quién es, qué pretende y cómo aspira a realizar sus fines. Con respecto a la primera cuestión: Quiénes componen y porqué aparece el Centro An­daluz, se afirma que se trata de “hombres libres, por encima de la disciplina de los partidos, que ante la triste situación del país, reaccionan contra la postración nacional”; para realizar sus aspiraciones necesitan soli­darizar esfuerzos y para reunirlos y darles cauce ha nacido el Centro Andaluz.

   La segunda cuestión: Qué se pretende con la acción regionalista, es la mas larga y prolijamente desarrollada. Tiene dos partes: a nivel nacional y a nivel andaluz. A nivel nacional, con la acción regionalista se pretende la regeneración española. Para ello hay que despertar el ideal regional español; “capacitando al pue­blo para el ideal patriótico regional y municipal ha­bremos puesto los cimientos naturales de la recons­titución nacional”. Y ello es así porque España es “una sociedad natural de regiones y las regiones españolas han de componer permanentemente una nación y han de colaborar en la misma obra progresiva enfrente de las demás naciones del mundo”. Despertando el ideal re­gional se ayuda al engrandecimiento nacional y al pro­greso de la Humanidad, patria común superior de todos los hombres; y “esto que decimos de las regiones, apliquémoslo a los municipios de una región”. Para alcanzar estos objetivos hay que aceptar el principio de le pluralidad española, concediendo la autonomía. Hay que reaccionar contra el centralismo grosero y tiránico, pero sin caer en el separatismo, que también se rechaza: no se crea en los infundios centralistas, que invocan al peligro separatista; “lo que hay es falta de comprensión entre las regiones, producida por manejos del centralismo”. Una acción solidaria regional así em­prendida será, también, un eficaz modo de erradicar el caciquismo, pues entonces los caciques “no tendrán apoyo en las alturas ni podrán ser impuestos a los pue­blos por el gobierno oligárquico Central”. “En suma: en el Orden político nacional proclamamos un sistema de organización conforme con la Naturaleza: un regionalismo, Si así se quiere denominarse, conciliador. fraternal, progresivo, el cual lejos de disgregar, tienda a fortalecer los lazos de hermandad de aquellos que la Naturaleza unió. Nuestra doctrina puede resumirse en estos términos: libertad y solidaridad de elementos libres”.

   A nivel andaluz. desde esta plataforma general se pretende redimir Andalucía y desde la regeneración andaluza, ayudar a regenerar España. Para estos fines hay que crear una conciencia andaluza, dar a conocer el brillante pasado y contrastarlo con el dramático presente. A ello se llega fortaleciendo el espíritu andaluz, fomentando la idea regional, creando la conciencia de la unidad de Andalucía. y capacitando al pueblo andaluz para regirse por sí mismo. Como medios: “liberar a todos los andaluces del hambre y de la incultura”; “convertir al jornalero en agricultor, liberando las tierras andaluzas; por último, conseguir los recursos financieros y eco­nómicos para la descolonización andaluza. En suma: nos proponemos crear un pueblo culto, viril, consciente y libre, capaz de sentir y de amar y de defender el ideal”. Para conseguir estas finalidades se crea el Centro Andaluz, cuyo objetivo es “hacer de Andalucía una patria regional y de España, una patria nacional”. Como medidas para conseguirlo se proponen: levantar el es­píritu del pueblo andaluz y estrechar los lazos de solidaridad entre las provincias andaluzas, potenciando un sentimiento regional; incrementar los lazos de solidaridad entre las regiones españolas, que hagan posible llegar a la unidad ibérica por la convergencia voluntaria de Portugal; fortalecer la conciencia colectivo-regional y colectivo-municipal; desarrollo de la instru­cción y de la cultura; defensa de las medidas legislativas que implanten el principio la tierra andaluza para el cultivador o explotador.

   Por ultimo, la tercera cuestión -«Cómo se aspira a realizar los fines expuestos»- en donde se exponen las líneas de actuación: a) «crear un pueblo que no existe», despertando una conciencia popular que escuche y comprenda; a) el Centro Andaluz se siente expresión de Andalucía y, por él, está despierta y se reconoce; por eso, como primera labor, se impone “ampliar este pueblo que representamos nosotros, atrayendo adeptos a nuestra obra, lo que será crear conciencia para An­dalucía y tuerza para su acción”; c) realizar una cons­tante actividad -conferencias, charlas, peticiones -reclamando lo que se desea y manteniendo una acción continuada en bien de Andalucía. Para ello, se reclama la ayuda de todos. “Para contar con el concurso de todos invocamos no ya el sentimiento de amor por la patria grande o nacional, sino el de amor a la Humanidad, y por estos amores, el amor propio regional, ciudadano y hasta individual”. 

  He aquí, pues, las líneas maestras de un programa y una acción regionalista, que se inscriben claramente en coordenadas pequeño burguesas, entre planteamientos reformistas y opciones maximalistas. Se trata de una propuesta en buena medida regeneracionista, muy de acuerdo con la coyuntura histórica del momento y la formación intelectual de sus promotores. En conjunto, se reordenan y reformulan, sistematizadas, ideas ya expuestas en escritos anteriores, insistiendo en tres principios que se consideran esenciales: a) solidaridad interregional y rechazo del separatismo; a) concepción federal de la organización regional de España; c) pre­sencia del aparentemente paradójico nacionalismo in­ternacionalista. Y a nivel andaluz, es patente la preo­cupación por crear una conciencia municipal y regional. “Es  como llevar hasta todos la comprensión de la unidad de Andalucía”.

   El Manifiesto asumía los ideales autonomistas y nacionalistas políticos, junto con los económicos fisiócratas. El ideario que en él se expone es el de un regionalismo progresivo, regeneracionista, que busca el engrandecimiento regional, como vía del resurgir nacional. En la época, Zurita y Calafat criticó con dureza -y dentro de una cierta confusión. pues entendió el movimiento regionalista andaluz como partido regionalista andaluz- el nacimiento y programa del Centro Andaluz. Con respecto a lo que él llamaba partido regionalista andaluz afirmó que “no pasará de la categoría de partido literario, que dará a luz muchos trabajos excelentes, pero que nada práctico producirán”; y remachaba que “un partido que se constituye para acabar con los desmanes caciquiles, es un partido de ilusos. Y eso es el programa de estos regionalistas pura ilusión”. En relación con el Centro Andaluz decía que su programa “más parecía un programa de oposiciones que un programa polí­tico”.

 La Asamblea Regionalista de Ronda.

   1918 será un año denso en acontecimientos en la historia del andalucismo. Y, tal vez, el más trascendente y significativo sea la Asamblea Regionalista de Ronda del mes de enero. En ella, entre otras cosas, se debatirán y fijarán las directrices políticas e ideológicas a seguir por esta corriente del regionalismo andaluz; al tiempo, e decidirán los símbolos   escudo y bandera; quizá, aunque parece bastante improbable y no hay fuentes que lo atestigüen expresamente, el himno- de Andalu­cía; por último se tomará conciencia de la entidad y dimensiones que está alcanzando el movimiento anda­lucista. Por todo ello, la Asamblea de Ronda merece, por sola, un estudio detallado.

 Valoración final de la Asamblea de Ronda

   La Asamblea de Ronda fue realidad gracias al impulso de Blas Infante. Allí sus componentes crearon y es­tructuraron los órganos de funcionamiento y represen­tación de lo que había de ser el Movimiento Anda­lucista; a la vez, se fijaron una serie de tesis que, apoyadas en la Constitución Cantonal de 1883, de­terminan de manera permanente el ideario andalucista.

   Esta Asamblea hay que relacionarla estrechamente con dos fenómenos. De un lado, con la Asamblea de Parlamentarios de julio y octubre de 1917, con la que se solidariza, y con cuyos fines políticos se identifica; de tal manera es así, que se ha podido afirmar que viene a ser un “fiel reflejo, solidario y mimético”, de las Asam­bleas de 1917 de Barcelona y Madrid. De otro lado, con el desarrollo creciente del andalucismo, que. por ello, siente la urgencia de fijarse un programa de acción política y de formular unos símbolos para Andalucía. Irrumpe vinculada, de una parte, a la crisis española de 1917 y, de otra, a la necesidad del regionalismo andaluz de llevar a cabo un debate clarificador sobre su ideología, principios y directrices políticas y programa de actuación a corto y largo plazo. 

En síntesis muy apretada, los acuerdos a que se llegó pueden resumirse como sigue:

 De tipo político

 1) Reconocimiento de Andalucía como patria, nacionalidad y democracia autónoma, que fundamenta su origen político cercano en la Constitución de Antequera de 1883.

 2) Autonomía municipal y regional y reconocimien­to a Andalucía de los tres poderes, según lo dispuesto en la Constitución antequerana, que se asume como es­pecie de Carta Magna a conseguir.

 Determinación de la bandera, el escudo y el lema de Andalucía. Fijación do un proyecto federal para Iberia en el que debe tener cabida, por la tanto, Portugal. 

Política exterior pro-africana e, igualmente, de estrechamiento de relaciones con las naciones ibero-americanas. 

5) Apoyo a la Asamblea de Parlamentarios, de Bar­celona y Madrid, de 1917, asumiendo las conclusiones en ella alcanzadas. 

B) De tipo económico

 Absorción en beneficio de la comunidad -de los municipios- de la renta del valor social de la tierra, negando su propiedad privada, aunque asegurando la posesión privada de las mejoras (cultivos o edificaciones).

 2) Industrialización. fomento de las obras públicas y de las comunicaciones interandaluzas y navegación del Guadalquivir.

 C) De tipo jurídico y social

 1) Justicia independiente y democrática, instruc­ción gratuita y política educativa progresista.

 2) Reforma de Códigos, adaptándolos a las reformas que para Andalucía se solicitan.

 3) Dignificación e independencia social y civil de la mujer.

   En conjunto constituyen las bases fundamentales que estructuran el programa del regionalismo andaluz.

 Los símbolos de Andalucía.

   En noviembre de 1919, Pedro Demófilo Gañán se diri­gía a Blas Infante, en carta publica, sobre el tema de la bandera andaluza: “Tenemos constituido en Barcelona un Cen­tro Andaluz para que se cobijen en él todos lo elementos andaluces que residen en la capital de Cataluña. No tenemos aún bandera andaluza y desearíamos dispo­ner de ella, además de la española, para que en los días de fiesta ondeara el pabellón de la patria regional con el de la patria española.

   Siendo usted tan valioso impulsor del movimiento regionalista andaluz, solicitamos su opinión y consejo al dispo­nernos a izar en el Centro Andaluz de Barcelona la bandera verde y blanca de Andalucía, con el escudo que éste nuestro periódico ha popularizado. siguiendo los acuerdos de las asambleas regionalistas de Antequera, Ronda y Córdoba”. 

Infante responderá, también públicamente, en diciem­bre de ese mismo 1919, ofreciéndonos con ello la cró­nica de primera mano sobro la adopción de los símbolos de Andalucía: “En la Asamblea Regionalista de Ronda, confirmada en sus acuerdos por los actos generales posteriores, se hubo de votar para Andalucía, como bandera nacional, la ban­dera blanca y verde (tres franjas horizontales de igual medida: blanca la franja central y verdes las dos de los extremos) y, como escudo de nuestra nacionalidad, el escudo de la gloriosa Cádiz, con el Hércules, ante las columnas, sujetando los dos leones: sobre las figuras, la inscripción latina, en orla: "Dominator Hercules Funda­tor". A los pies de Hércules, esta leyenda que resume la aportación de Hércules andaluz a la superación mundial de las fuerzas de la Vida: "Betica-Andalus", Este escudo deberá ser orlado por el lema del Centro Andaluz: "Anda­lucía para sí, para España y la Humanidad", por haber sido el Centro Andaluz la Institución que ha venido a desente­rrar en la Historia los valores espirituales andaluces en lo Pasado: entroncar el Pretérito andaluz con lo Presente ya fijar las normas de su continuidad en lo Porvenir”.

   En la cuestión de los símbolos “los regionalistas o nacionalistas andaluces, nada vinimos a inventar: nos hubimos de limitar, simplemente, a reco­nocer en este orden lo creado por nuestro pueblo, en jus­tificación de nuestra Historia".

   Sobre la bandera, escribe Infante que sus colores fueron los “preferidos por nuestros padres, aquellos glo­riosos factores de la libre Andalucía”. Y expone luego su sentido simbólico: «Verde es la vestidura de nuestras sie­rras y campiñas prendidas por los broches de las campe­sinas habitaciones blancas; limoneros en flor son los árboles preferidos por los andaluces y blancas son nues­tras villas y antiguas ciudades de blancos caseríos con verdes rejerías orladas de jazmines. Pura y blanca, como un niño, es la Andalucía renaciente que en nuestro regazo se calienta»; y aspira a realizarse una Andalucía potente, «esperanza por siempre reverdecida y ya cons­cientemente sentida y definida por los nacionalistas andaluces».

   Los andalucistas explicaron en diversas ocasiones su interpretación del origen histórico de la bandera anda­luza. A fines del siglo XII, el ejercito árabe que luchó con­tra Alfonso VIII enarbolaba la Bandera verde de las tuerzas peninsulares y el pendón blanco del jalifa, que llevaban las tropas mandadas por éste. La noche antes de la batalla, Jacub-Almansur vio en sueños un ángel vestido de blanco con una bandera verde. Triunfa­ron los Arabes y, para conmemorar su victoria en 1198, en la Giralda ondeó la bandera verde y blanca: era la confluencia de los colores verde del Islam y blanco del jalifa, que simbolizaba la unión de las provincias de Al-­Andalus de uno y otro lado del Estrecho. En 1931, Infante volvería sobre el significado de la bandera: “verde como la esperanza, cuando se asoma a nuestros cam­pos; blanca. como nuestra bondad, según los versos Arabes que la cantan. Desde el siglo XVII, afirma, se han quitado el negro, como el duelo después de las bata­llas, y el rojo, como el carmín de nuestros sables, según el poema citado”. 

2. Sobre el escudo, ya en 1915 Blas Infante escribe: “si yo pudiera elegir un escudo para Andalucía, señalaría sin vacilare el de la gloriosa Cádiz, con su divisa elo­cuente: Dominator Hércules Fundator. Por ello, en cuanto llegó la ocasión, consiguió hacer realidad su pro­yecto. “En cuanto al escudo -explicará Infante en 1919-, además de una justificación histórica, tiene un alto valor metafísico, pasado y actual”. Sobre su raíz his­tórica, dice: “El Hércules andaluz es más antiguo que el divino héroe creador de la leyenda hesiódica. Nuestras ciudades más primitivas  [...1. Cádiz y Sevilla, le rendían suntuoso culto: Hércules fundator... En Andalucía, este Hércules fundador hubo de ser también dominador de la conciencia del mundo, al desarrollar las civilizaciones más creadores de la tierra”. En cuanto su valor metafí­sico: “Hércules es el símbolo divino del hombre cons­ciente del Supremo Fin, que sirve para crear la conciencia -de la vida, la conciencia universal, sujetando a un yugo de consciente armonía las fuerzas indomadas del Universo. Hércules es el símbolo del hombre que en esa eternidad aspira a alcanzar su propia eternización; del hombre que no cree ni espera en otra Providencia, que en la Provi­dencia de su propio creador esfuerzo [...] Hércules nece­sita volver a dominar en la conciencia del Andaluz, para volver a fundar otra vez a Andalucía”.

   El profesor Ruiz Lagos ha planteado que “Infante, más que un Escudo, crea un Em­blema o un Escudo-Emblema. Difícilmente, el federalismo andaluz, del que es hijo Blas Infante, podría formular un escudo con los determinan­tes que desde el medioevo impone la ciencia herál­dica". Por ser el andalucismo un proyecto diferente al de las nacionalidades norteñas, no podía diseñarse un escudo, sino apoyarse en un emblema cuyo aforismo invitase a todos los andaluces a colaborar en la regene­ración que a todos convenía. Porque Infante prefiere el apelativo de pueblo para Andalucía al de nación, al que considera insolidario, es por lo que no formula un escudo sino un emblema-escudo que distingue y que, a la vez, une en la federación creativa y fecunda. Con ello recurre a lo que él mismo denomina función metafísica-simbólica “El escudo-emblema de Andalucía está, pues, concebido por Infante como la señal de un colec­tivo que quiere ser y que invita a otros a sumarse a su acción. No es, pues. un simple distintivo que demarca, sino que dinamiza para la participación”.

 En lo tocante al lema, ya vimos su origen anónimo en 1914. Infante explica su inclusión entre las insignias andaluzas: “Andalucía para sí para España y para la Humanidad. Nuestro regionalismo federalista, frater­nal, verdaderamente humano, tipo de organización uni­versal, social y política de todos los pueblos, al tener tan alta inspiración, había de ser formulado por este lema”. Dos años después, en 1921, escribía al respecto: “El fin de la existencia de un pueblo es engrandecerse por sí, por el propio esfuerzo y el propio dolor, pero no para si, sino para la solidaridad entre los hombres, entre los demás pueblos. Estas ideas fueron conscientemente aplicadas en Andalucía al constituirse la organización nacionalista andaluza”. 

4. Queda, por último, la debatida cuestión del him­no. Todo parece indicar que en 1918, en Ronda, no se tomé una decisión al respecto.

 Repliegue y renacimiento del andalucismo.

   Tras la plenitud del movimiento andalucista en 1919, hay una reafirmación de sus principios y propuestas en 1920, a la que sigue un progresivo repliegue hacia el silencio en los años posteriores, que culminará en la etapa de la Dictadura primorriverista. El mismo Blas Infante, en este tiempo previo al retraimiento de la época dictatorial, desarrollará ampliamente su dimensión de escritor-pensador, siendo Motamid y Lo Dictadura Pe­dagógica las muestras más significativas de esta faceta. En 1923, una nueva generación de andalucistas inten­tará un replanteamiento del proyecto regionalista, ma­nifestándose fundamentalmente a través de la revista Guadalquivir. Pero el impulso se verá rápidamente trun­cado por el golpe de Estado de Primo de Rivera. Se iniciará entonces un largo paréntesis de silencio y re­flexión, que concluirá con la caída del dictador.

 El itinerario andalucista: 1920-1923

   En 1920, el andalucismo vive aun en la estela brillante que ha dejado su dinamismo de 191 9. Por un lado, insiste en la validez de los ideales del regionalismo andaluz como cauce para «una revolución social». Y desde El Regionalista se escribe: “Sólo hay un poder en España con esencia bastante para normalizar la vida española y éste no es Otro que el Regionalismo an­daluz”. Y se señala: Queremos liberar el obrero andaluz, para liberar a Andalucía, porque Andalucía libre quiere decir España redimida; así, engrandecer a la patria andaluza es el camino para una mayor prosperidad de la patria española”. Todo ello, por el atraso de España, porque están en crisis los conceptos fundamentales de una sociedad vieja. Frente a ésta, el Regionalismo entiende la política como un medio de transformar los pueblos; de ahí que cuando los regionalistas anda­luces comiencen a actuar en los municipios excitarán una vez más la conciencia ciudadana para salvar a An­dalucía.

   Por otro lado, prosigue su dura crítica a la realidad española. Se expone que el predominio del interés in­dividual o familiar sobre el interés social, da lugar a la carencia de ideales colectivos. En base a ello, estalla el desconcierto y la crisis social por los egoísmos y la falta de solidaridad. Surge así la anarquía política, con los caciques como directores de los asuntos públicos. Y en el fondo de todo, los desajustes con la naturaleza, ejem­plificados en el problema de la tierra y sus dramáticas consecuencias do todo tipo. Sólo se restablecerá la justicia y la libertad económica, cimiento de todas las libertades, regresando al imperio de la Naturaleza, que hizo la tierra para todos los hombres, poniendo en ella el almacén de todas las cosas necesarias para su vivir.

   Ante las elecciones municipales de febrero de 1 920. irrumpirá una crítica generalizada en la prensa andalu­cista a las maneras y manejos de la vieja política. En diversos municipios de Andalucía se presentan candi­datos regionalistas. No hay fe en la limpieza electoral, ni confianza en la conciencia política de los votantes.

   Así pues, entre reafirmación de su programa y crítica al estado de la Nación y de Andalucía, en este año de 1920 el regionalismo andaluza parece ir afianzándose. A través de las noticias que proporciona la revista Anda­lucía, se puede atisbar el proceso de penetración del andalucismo en pueblos y provincias. Aparecen misivas y documentos provenientes de Lucena, Villanueva de Córdoba, Motril, Gaucín, Castellar, Archidona, Cazalla, Almería, etc. Se advierte una progresiva implantación en Sevilla, Córdoba, Málaga y Jaén, fundamentalmente; en más débil medida, en Granada y Cádiz; casi inexistente en Huelva y Almería.

   A mediados de año, Infante desarrollará una intensa labor por los pueblos, insistiendo básicamente en dos ideas: la lucha anticaciquil y la necesidad de engrandecer Andalucía para hacer grande a España. Con ello, pondrá de manifiesto el persistente deseo de regeneración andaluza y el sentimiento antiseparatista y solidario del andalucismo. Pese a todo, pues, el regionalismo andaluz prosigue su tarea con fuerza y entusiasmo.

   La cuestión de la tierra seguía siendo el problema crucial de Andalucía. Así lo entendían los regionalistas. En 1920, el andalucista R. Ochoa publicaba su ensayo Algo acerca del ideal regionalista en los pueblos an­daluces, en donde desarrollaba los clásicos postulados georgista sobre la tierra y escribía: “Nuestro ideal eco­nómico es la libertad de la tierra, la igual libertad de todos los hombres a utilizar la tierra para satisfacer su vida, el igual derecho de todos los hombres a la vida”. Por su parte, Pascual Carrión volvía de nuevo sobre la cuestión agraria a lo largo de 1920 y 1921 En un trabajo de principios de 1920, señala: a) por una parte, que las condiciones naturales de Andalucía permitirían una población de 806100 habitantes por km.2, cifra que no alcanza ninguna provincia; b) por otra, hace referencia a los míseros caseríos de los cortijos. con sus tierras cultivadas al tercio, o cuando más de año y vez, fruto de un proceso de decadencia ocasionado por los azares de la Reconquista, de la desamortización y el gravoso impuesto territorial. Ello le lleva a señalar que “el problema agrario andaluz es sólo un problema de divorcio entre el trabajador y la tierra”. Confluye todo ello en el dramático hecho de la concentración de la propiedad, que ex­plica que los cultivos intensivos de cosecho anual ocu­pen aproximadamente la quinta parte de la extensión total de las provincias y que queden sin dar cosecha tierras buenas de la Baja Andalucía, un millón de hec­táreas por lo menos de terrenos susceptibles de darlas. Y concluye: “Se comprende hasta qué punto el problema agrario es para Andalucía la clave de su vida total y por qué no puede existir ni paz ni cultura ni nada que revele la existencia de un verdadero pueblo mientras no se resuelva esta magna cuestión”.

  Seguirán luego colaboraciones de Carrión en El Sol sobre este tema; y, junto con algunos compañeros del Catastro, volverá a colaborar en un nuevo Informe sobre la cuestión agraria en Sevilla, que ofrecerán a C. Bernardo de Quilos y Rivera Pastor, enviados en 1921 por el Instituto de Reformas Sociales a Córdoba y a Sevilla para estudiar el problema del subarriendo alusivo de fincas rústicas. Al mismo tiempo, pronunciará conferencias sobre el estado de la agricultura andaluza en Carmona, Sevilla y Ateneo de Madrid. Durante 1921 prepara igual­mente los artículos que sobre esta temática publicará en 1922 en la revista España. Así, en 1920 y 1921 se mantiene candente, en el andalucismo, la preocupación por la tierra.

   Se ha señalado que en 1922, coincidiendo con una fase de cientos retraimientos en la actividad andalucista, se cierra una etapa del regionalismo cultural. En ese año muere José M. Izquierdo, personaje decisivo en la historia del regionalismo andaluz; también desaparece Adolfo Vasseur Carrier, director del Jaurnal dés etrangéres y de las revistas Don Quijote y Revista franco-española; fallece igualmente ese año Ramiro J. Guarddon Marchena, ilustre periodista, fun­dador de la revista La Exposición -que también concluye este año- y de los periódicos Fígaro y La Unión. Son todos ellos figuras significativas del regionalismo cultural y tanto Izquierdo, como Guarddon, muy próximos, en muchos momentos, a los plantea­mientos andalucistas, aunque con la decantación culturalista. En este mismo 1 922, el Centro Andaluz de Sevilla vivirá un proceso de reorganización interna. Hombres a éste vinculados serán Hermenegildo Casas y Antonio Jaén. Preocupados por la política sevillana, los andalucistas participarán en las elecciones municipales, aunque sin éxito alguno. Se vive, en fin, un momento de dificultades y de reajuste que se cerrará en septiembre de 1923. 

  En conjunto, a partir de 1920 hay un paulatino apaga­miento de las acciones y de las actividades andalucistas. En 1923, por un lado, se intentará, y luego lo veremos, reactivar sus planteamientos ideológicos; por otro, se buscará revitalizar la organización georgista, como fren­te complementario de actuación. En este sentido, el 20 de junio de ese 1923, R. Ochoa convocó una reunión en el Centro Andaluz hispalense para reorganizar la Sec­ción sevillana de la Liga para el Impuesto Unico. Se tra­taba de relanzar el georgismo tras el largo paréntesis de indiferencia que había atravesado. Esta gestión no fue acompañada por el éxito.

   Se ha afirmado, y es un error, ocasionado por el des­conocimiento del tema, que desde 1919 a 1923 el regionalismo andaluz se muestra escaso de madurez y muy rezagado respecto a los restantes movimientos regionalistas periféricos, sumido en unas formulacio­nes políticas que, para su época, resultaban ya anacróni­cas a la par que inviables, de ahí el giro corrector intentado durante la Segunda República. No es así en este tiempo, las formulaciones transformadoras y avanzadas, estaban más allá de las propuestas por los regionalis­mos periféricos de base burguesa; y, además, la llegada de la II República. no las modificaron, sino las reafirmaron y radicalizaron, evidenciando con ello la íntima coherencia de sus planteamientos.

   En suma, se puede hablar de un cierto agotamiento y una relativa desilusión en el movimiento andalucista en estos primeros años de la década de los veinte. El parén­tesis dictatorial obligará luego a la introspección refle­xiva, de la que emergerá el nuevo andalucismo a partir de 1930.

 Blas Infante, entre la política y la literatura.

   A la altura de 1920, Blas Infante es ya un hombre de compleja y variada formación intelectual. Lector infati­gable y curioso, su biblioteca mostraba el amplio espec­tro de sus gustos. Desde anatomía y sexología, hasta pensamiento, arte, historia, lingüística, teología, poesía todo un mundo de culturas contrapuestas ofreciéndonos el panorama de una personalidad intere­sada en todas las ramas del saben. En cuanto a su for­mación, mantenía un asiduo contacto con el pensamiento krausista, el regeneracionismo costista y el sentido crí­tico de lo andaluz de Ganivet.

   De este complejo lecturas-formación intelectual, arranca su peculiar estilo literario no, expresado en el ensayo sociopolítico, el reportaje testi­monial y la creación literaria. Ortiz de Lanzagorta lo caracteriza como un escritor-agonista. Su obra muestra una preocupación por determinadas cuestiones especí­ficas -y, en síntesis, por Andalucía-, lo que da como resultado «una forma imperfecta, una desarmonía carac­terística de los que, a una teoría de la estética. antepo­nen una ética de la situación vivida, con todo el que este modo de expresión escrita tiene de caótico y anárqui­co.

   Inscrito entre estas coordenadas, 1920 y 1921 cons­tituyen una de las etapas de mayor actividad literaria do Blas Infante. En cierta manera, la creación intelectual solapa la acción política. Utilizará como plataforma la Editorial y Biblioteca Avant. Aprovecha todo su tiempo libre para escribir. Fruto de ello serán, en 1 920, Motamid. U/timo rey de Sevilla y, en 1921. La Dictadura Pedagógica y Cuentos de Animales. Motamid es obra teatral de carácter his­tórico-simbólico de factura modernista, con notable preocupación místico-teológica y un sutil erotismo. La Dictadura Pedagógica es un largo y denso libro en el que la reflexión política se hace desde postulados filosófi­cos, en el que se critica la teoría del poder y se ofrece como alternativa «un sistema denominado por nosotros La Dictadura pedagógica». Los Cuentos..., en fin, son narraciones, con mucho de fábulas, plenas de preocupaciones religiosas y naturalistas, entre un viejo francisca­nismo laico, y un intuido ecologismo. Todo ello, en suma, nos muestra a un Infante, con evi­dente vocación de escritor, pero que deja pronto la narración y el drama para volver a las urgencias del ideal andaluz.

   En estos años iniciales de los veinte, previos a la Dic­tadura, a más de esta tarea creativa, Infante perfile otros proyectos: nuevas publicaciones y revistas; una casa de Andalucía, como residencia de escritores y artistas; un Instituto de Estudios Andaluces, etc. También desarrolla actividades de tipo cultural y político. Desde 1922, In­fante se relacionaba con la Casa de Andalucía en Madrid y, de enero, a septiembre de 1 923, colaboraré con los hermanos Alvarez Quintero y el escultor L. Collaut Valera “para dar mayor impulso a nuestra sociedad”; igualmente en 1922, en una conferencia sobre Un Annual en el siglo X, en el Centro Andaluz de Sevilla, rememora Infante una historia lejana y plantea las bases de actua­ción española en Marruecos. Según él deben ser: cola­boración con los rifeños, supresión de la ocupación militar y penetración pacífica. Como colofón, delegará en Andalucía el ejercicio del protectorado de Marruecos.

   Así, entre la acción política, un tanto atenuada y la creación literaria, más ésta que aquélla, discurre el vivir de Infante en estos años críticos que desembocarán en la Dictadura. Es tiempo de un cierto ensimismamiento, que también parece alcanzar al movimiento andalucista en general. La febril actividad desarrollada en los años de 1918-1920, se trunca y aminora sensiblemente. Hay, en suma, como un retraimiento hacia la reflexión, en busca de los fundamentos esenciales, para afianzar luego una continuidad primordial.

 Motamid: una interpretación de Andalucía.

   Para el profesor Ruiz Lagos, el Motamid de Infante es una interpretación de Andalucía, «una recreación del alma andaluza como pueblo». Motamid aparece como el símbolo del pacifismo y de la tolerancia. «Alguien que ha elabo­rado sobre todas las civilizaciones recibidas un modo peculiar de ser y de considerar la vida». En conjunto, Andalucía es sentida y presentada por Infante como «el ejemplo de la liberalidad y de la tolerancia, el punto más distante de los extremismos y del fanatismo»; y Motamid «como la encarnación del espíritu libre andalusí, frente a los intransigentes y puristas que reclaman para el Islam el espíritu de Andalucía. Motamid no es un descendiente del invasor, es la realización plena del espíritu de la vieja Bética helénica, liberado del racionalismo romano y germano.

   Blas Infante, pues, escribe Motamid como el fruto depurado de su reflexión sobre Andalucía. Es historia pero, sobre todo, es símbolo. A la altura de 1920, lo que en Motamid se trasluce es la imagen, la aspiración, el entendimiento del ser de Andalucía que Infante tiene. En vez de un largo ensayo plantea ahora una especie de parábola teatral con la que trata de expresar su concep­ción de Andalucía y de lo andaluz. “Andalucía de alma griega, incendiada a veces por orientales esplendores, repugna al exotismo y la extravagancia y ama el ritmo, hasta el punto de quererlo traducir aún en el andar del pueblo”.

   En esta parébola-reflexión que viene a ser Motamid, Infante expondrá su idea sobre la multitud, que ya había avanzado años atrás, y que volveré a retomar, más en profundidad, años después, en 1935. Traduce su radical escepticismo sobre la masa, muy en la línea orte­guiana que sigue idéntica dirección. Infante huye del populismo y la adulación a las masas, para mostrar, en cambio, su incredulidad en su papel transformador de la sociedad. Por contra, fruto de su análisis y experiencia personal es el conocimiento de la fácil manipulación de la muchedumbre por caciques y oligarcas y de su secular control y encauzamiento por y desde el poder. No hay, en consecuencia, fe en la muchedumbre para levantar Andalucía, y sí en la minoría rectora, el auténtico pueblo, guía y conciencia, que es quien puede y debe cambiar la realidad, aunque ello, como dijo años atrás, sea obra de titanes. 

La Dictadura Pedagógica.

   Se ha afirmado que La Dictadura Pedagógica es un ejercicio intelectual en búsqueda de un nuevo modelo de sociedad que traduce la necesidad andalucista de superarla contraposici6n dictadura burguesa/dictadura del proletariado. Escrito bajo la impronta de la Revolu­ción rusa, constituye una reflexión personal, fruto de lecturas muy significativas de la filosofía alemana y de M. Bakunin y P, Kropotkin. El libro aborda la concepción del ideal andaluz “desde el prisma de las opciones éti­cas"” Parte del supuesto de que los males sociales pro­ceden de una educación que no ha sido concebida para la vida, sino planteada sobre presupuestos exclusiva­mente positivistas e insolidarios. En suma: “Su modelo de la nueva sociedad universal y andaluza no está inspi­rado en una exclusiva idea económica, sino en una opción ética”. “Así La Dictadura Pedagógica es toda una crítica de la teoría del poder y una respuesta a la situación polí­tica de los años veinte. Desde estos principios fundamentales, Infante formula una alternativa basada en: gobernantes que sean maestros; Estado que sea es­cuela; política que sea arte de educación. De aquí que no pueda haber más dictadura que la pedagógica, que conduce a la felicidad de los hombres, aumenta las riquezas de su espíritu, así como el poder para liberarles”.

   La Dictadura Pedagógica se compone fundamental­mente de artículos publicados previamente en la revista Avante, completados con otros con el fin de conseguir la trabazón «de un sistema denominado por nosotros La Dictadura Pedagógica». El libro es, básicamente, un largo ensayo filosófico, de fuerte influencia krausista, regeneracionista y georgista. Tras una larga introducción crítica de la revolución rusa y del nuevo régimen soviético, que configura la «dictadura del proletariado», expone las piezas esenciales del sistema que Infante denomina «la Dictadura Pedagógica» cuya idea nuclear seria: una dictadura de padres-maestros que eduque el hombre en lo humano, para superar lo instintivo y ani­mal, y afirmar lo espiritual y solidario. Por último, en la Recapitulación final, vuelve a recoger los principio de municipalismo, socialización del valor social de la tierra y todos los demás que responden a sus raíces intelectuales georgistas y federalistas, a más de coutista y re­generacionistas.

   De acuerdo con todo lo anterior, el libro tiene básicamente dos partes: una primera, que es una amplia Intro­ducción critica sobre la dictadura del proletariado, y cualquier dictadura, con la fijación de conceptos clave (revolución, libertad, etc.); otra segunda, en la que In­fante plantea el sistema que denomina «la Dictadura Pedagógica». Vale la pena verla con un relativo dete­nimiento.

 1.- En su arranque, Infante señala tres cuestiones primordiales:

   La existencia de dos clases de comunistas: «Co­munistas del resultado del trabajo propio; y comunistas del resultado del esfuerzo ajeno. Comunistas que aspi­ran a dar; y comunistas que aspiran a recibir». Y afirma: “Somos o aspiramos a ser comunistas de la primera especie”.El entendimiento del comunismo como solida­ridad.

  El que la dictadura del proletariado no podrá crear el alma de la Sociedad comunista por tres razones: por­que la convierte en una entelequia; porque «no puede ser obra de un poder ordenado por la conciencia particula­rista de una clase social; porque «el método creador de ese alma no puede ser el procedimiento de las construc­ciones formales».

   Desde estos supuestos básicos, señala Infante: “No creemos que el comunismo pueda llegarse por los métodos o por la táctica. Entra luego en una dura crítica de la política so­viética y del leninismo y, en contraposición a ello, for­mula sus concepciones sobre la revolución y la dicta­dura:

   Entiende que la finalidad de la revolución ha de alcanzar la verdadera felicidad ser, o lo que es igual, el progreso de la vida hacia su destino; de aquí que una revolución verdadera tenga dos finalidades inmediatas: “Igualdad; Libertad, tras de las cuales están la paz y la felicidad individuales y colectivas, condición precisa de realización del destino vital”.

   A partir del entendimiento del comunismo como una aspiración de dar, como un crecimiento del ser humano, la obra de su construcción ha de ser enco­mendada a los pedagogos, a los educadores. Hay que construir una Dictadura educadora: «Dictadura, sí, pero ni burguesa ni proletaria, ni comunista ni individualista. Dictadura consciente de la Humanidad que se dirija inflexiblemente hacia sus destinos. Dictadura Pedagó­gica, revolucionaria que tenga por fin la creación hu­mana, concepto uno con el de la felicidad de los hom­bres: Esto es aumentar las riquezas de su espíritu, y el poder para liberarlas».

 2.-En la segunda parte, a lo largo de nueve capítulos y una recapitulación, Infante diseña y perfila su proyecto de Dictadura Pedagógica. He aquí su síntesis:

   Frente a la Dictadura burguesa y a la proletaria, defiende la Dictadura Pedagógica como alternativa superadora de ambas: «Ni dictadura burguesa, ni dic­tadura del proletariado. Dictadura pedagógica de un hombre o de varios hombres que sientan en si la vida de su pueblo y la vida de la Humanidad: que perciben claramente la finalidad de la Creación Universal y que a esta finalidad y a sus medios adecuados, ordenen con energía incontrastable las fuerzas subordinadas a su absoluto poder».

   Con respecto a la cuestión «¿De qué clase saldrán los dictadores?», se afirma que son los hombree, el hombre, quienes deben concitarse «para salvar su causa en la de la Humanidad en peligro». Deben ser los mejores, «los aristócratas del cerebro y del corazón; los aristócratas verdaderos del espíritu» quienes deben guiar el movimiento: «por la dictadura de esos hombres [...],la humanidad habrá de salvarse». Se propone, pues, el gobierno de los mejores, o sea: «gobierno del pueblo por sí mismo, representado pro sus hijos mejores. Esto es, la aristo-democracia».

   Estos mejores deben realizar las reformas fun­damentales. convirtiéndose en «los dictadores peda­gógicos» que «no vendrían a dictar leyes hondamente divorciadas con los instintos, sino leyes que viniesen a marcar un grado ascendente, positivo y práctico, de reforma en la evolución social».

   A través de esa «Dictadura Pedagógica» se debe alcanzar el comunismo integral o comunismo efectivo, para lo que hay que implantar en el entendimiento y en la conciencia de todos los hombres los conceptos de «la unidad de la vida» y de «la unidad del fin».

   El problema básico estriba en ver cómo del «ac­tual estado del alma de la Sociedad» se puede arribar sí «alma de la Sociedad comunista: cómo regir ese proceso para llegar a la consecución de aquel resultado», Para ello, «no hay otro medio que la educación».

   En la sociedad actual existen «valores sociales o propiedad social; y valores individuales o propiedad individual». El planteamiento georgista sobro la cuestión es claro: «Para la Sociedad los valores sociales o pro­piedad social, y para el individuó los valores individuales o propiedad individual». Y puede llegar actualmente al comunismo en cuanto a los valores sociales, porque su «comunización» es posible llevar a cabo por un acto de poder social; no se puede hacer lo mismo con los valores individuales económicos.

   En toda esta problemática, lo preciso es crear la escuela y el maestro. La escuela es la nación, el mundo; el maestro existirá en cuanto se sustituya «al miserable legislador político» por «el legislador profeta o tauma­turgo, por el Director Pedagógico». “La Sociedad co­munista de lo Porvenir, si no se llega a consagrar al Director taumaturgo que venga a fraguar su alma, jamás podrá llegar a ser”.

   Los maestros de esta escuela de hermandad deberán ser los padres: «Esto sería hacer de cada padre un maestro de sus propios hijos», y así, acelerar le evolución hacia esa nueva sociedad.

   La Dictadura Pedagógica, para laborar por la crea­ción de un comunismo integral o afectivo, «necesita de muchos maestros; casi de tantos pedagogos como niños, que afirman en datos aquella creación, en el grado de realidad que en el espíritu de los maestros alcanzase; encomendando su evolución posterior a imagen y se­mejanza de la de los maestros». Y el objetivo final: «Engrandecerse por sí, por el propio esfuerzo, y por el propio dolor, para dar la grandeza adquirida por sí, graciosamente, a los demás; movidos por el amor a la humana creación». Y junto a esta solidaridad humana, una idéntica solidaridad de los pueblos.

La Dictadura de Primo de Rivera.

   A partir de 1 923, con la llegada de la Dictadura, el movimiento regionalista-nacionalista español penetrard en una fase de silencio y reorganización. Las expectati­vas iniciales que despertó la personalidad del dictador se vieron rápidamente truncadas y el fenómeno regiona­lista se vio obligado al repliegue y al enmudecimiento. Pero no fue, en ningún caso, desarraigado. Bien al con­trario, en general. reavivó más su fuerza. Algo de todo esto sucedió también en Andalucía. El andalucismo tuvo que replegarse sobre sí mismo y se vio forzado a guardar silencio; por su parte, Blas Infante, alejado voluntaria­mente de Sevilla, buscó encontrar, a través de la lectura, los escritos y los viajes, las raíces, orígenes y fundamen­tos de Andalucía y de lo andaluz. Cuando en 1930 concluyó la Dictadura, irrumpió de nuevo y con más urgencias que antes, el hecho regionalista. El pacto de San Sebastián acordó que la República, que se esperaba inmediata, lo tomaría en cuenta.

   Las ilusiones regionalistas se vieron reforzadas cuando el 12 de octubre de 1923, en declaraciones a El Debate, Primo de Rivera afirmó que proyectaba «la supresión de las 49 pequeñas administraciones provincia­les», sustituyéndolas por 10, 12 o 14 regiones fuertes y robustas, «dotadas de todo aquello que dentro de la uni­dad de la tierra sea posible conceder». Estas nuevas regiones se instalarían de modo progresivo, comen­zando por las que más competencias tenían y que hablan demostrado la viabilidad del sistema

   Aún el Estatuto Municipal de 1924 de Calvo Sotelo, en el que se hablaba de municipios libres, pare­ció alimentar esas expectativas. Pero el posterior Esta­tuto Provincial de 1925, mucho más restrictivo, acabó definitivamente con las ilusiones. Fue redactado también por Calvo Sotelo, prosiguiendo los principios del reformismo conservador de Silvela y Maura. En este Estatuto se recogía el concepto de «región» y se fijaban los medios para su constitución a partir de los munici­pios, Pero se afianzaba la provincia como entidad local, con personalidad propia. y, sobre todo, se potenciaban las Diputaciones como representantes de los intereses provinciales. Así, no se planteó, como al principio parecía, deslindar el regionalismo del separa­tismo, sino, pura y simplemente, acabar con las fuerzas y movimientos regionalistas. 

  La etapa de la Dictadura fue una época de recogi­miento del andalucismo. «¿Qué fue del andalucismo militante?» se pregunta el profesor Ruiz Lagos. Y res­ponde: «Simplemente. pervivió en las catacumbas. en continuo análisis de sus posiciones». Con la Dictadura se cerraron los Centros Andaluces y el Gobierno prohi­bió la celebración de actos. Durante su permanencia, los andalucistas debieron mantenerse en la sombra,«pero en un constante intercambio de opiniones sobre los hechos que ea venían produciendo en aquella mala situación». Se recurrió a la comunica­ción epistolar entre los iniciados y a las modestas tertulias da café; a través de estos medios se intentó mantener vivo, entre la prohibición y el silencio obligado, al espíritu andalucista.

   Mientras tanto, la realidad agraria andaluza mantuvo, y aún agudizó, sus problemas estructurales. La transformación del secano en regadío exigía una fuerte inversión de capital, cosa que los grandes propie­tarios no estaban dispuestos a realizar. En consecuen­cia, para implantar el regadío en las fincas grandes, según Carrión, «es indispensable (...] parcelarlas y colo­nizarlas al completo. Al fomentar el regadío en Andalu­cía, apunta Carrión, «en vez de corregir los inconve­nientes de la concentración de la propiedad territorial en pocas manos, los aumentará, cuadruplicando el valor de las grandes fincas en las zonas regables y agravando las funestas consecuencias sociales de aquel hecho»; además, incrementará el poderío de sus dueños.

   Ante todo ello, Carrión retorna las ideas y el plan expuesto en 1919 por los ingenieros del Catastro de Sevilla: expropiación, según lo entonces señalado; parcelación, y no reparto en propiedad; renta social del suelo mejorado para el Estado, según la doctrina fisio­crática; crédito agrícola; Sindicatos de cultivadores. «La colonización duradera, la parcelación permanente, se haca cediendo el uso de la tierra, pero dejando la propie­dad de ella para el Estado, único que puede armonizar sus intereses con los de los colonos y asegurar a datos el disfrute de las mejoras». Las conclusiones finales de Carrión eran:

 La concentración de la propiedad de las tierras regables en pocas manos, dificulta que se pueda esta­blecer en ellas el regadío; así como su aprovechamiento y colonización adecuadas.

   Para hacer efectivo el regadío y facilitar la coloni­zación de las zonas regables, en las que el Estado ha costeado la mayor parte de las obras de riego, hay que expropiar las fincas mayores de 10 hectáreas, indemni­zando a los propietarios con el valor de las tierras antes de ser regadas; para ello, se recurrirá a la emisión de Deuda con la garantía de las propias fincas.

   Las tierras expropiadas quedarán para el Estado, que cederá su uso en lotes familiares, mediante pago de una renta justa, por arrendamiento indefinido y dejando al colono la propiedad de las meleras.

   Se recogen, pues, desde un fundamento doctrinal georgistas, las propuestas básicas de 1919; ello quiere decir que todo sigue, cuando menos, igual. Más ade­lante, en 1931, de nuevo, y otra vez sin éxito, se volverá sobre éstas ya viejas soluciones. Queda así patente que se trata del modelo esencial de la reforma agraria andalucista.

   En suma: la Dictadura, para el andalucismo, como para todos los regionalismos hispanos, significó, ante todo, un forzado exilio interior que, en vez de extin­guirlos come proyecto político, les llevará, y más aún ante el fracaso dictatorial, a un afianzamiento en sus convicciones; e irrumpirán de nuevo en cuanto el paréntesis primorriverista toque a su fin.

El exilio interior de Blas Infante.

   La Dictadura primorriverista ocasiona, según vimos, el retraimiento y ensimismamiento del andalucismo. Algo similar sucederá con Blas Infante. Durante este período, Infante se dedicará a la lectura y a la reflexión: enriquecerá su vida familiar y nacerán sus dos primeras hijas; viajará a Marruecos en 1924 en busca de la tumba de Motamid, a Portugal (1928), para su homenaje a ese rey-poeta y a Galicia (1927), para entrar en contacto con los galleguistas de la revista Nos; por último, se volcará en la escritura, ocupándose de las raíces y fundamentos de Andalucía y de la cultura andaluza.

   La Dictadura cerró los Centros Andaluces. A raíz de ello, y ante el temor a una posible represión, Infante buscó una discreta retirada. Una especie de exilio in­terior. Permutó entonces su notaría de Cantillana por la de Isla Cristina (Huelva). Una vez allí. abandonó toda actividad pública y se dedicó a sus tareas profesionales, a la lectura y a la escritura, a las excursiones y a la vida familiar. “Los primeros años de Isla Cristina son como una página en blanco en la vida de Blas Infante. Algo parecido ocurre, en esta época, con el andalucismo. Infante no quiso ningún contacto con la Dictadura, ni aceptó consideración alguna sobre el Estatuto de Calvo Sotelo. Son, pues, tiempos ocupados en investigar “el dramático devenir cultural de lo andaluz”.

   El mismo Infante, en un escrito, nos da cuenta de cuál fue su actividad fundamental durante esta época: retiro, estudio, reflexión, trabajo. Señala, recurriendo a la leyenda de Cómatas (que salió vivo del largo encierro en que su amo le tuvo en un ataúd, gracias a las musas que lo alimentaban con miel), que a él le sucedió algo pare­cido, pues, desarbolada la Dictadura “vengo a aparecer como Cómatas rodeado de estudios fraguados en mis soledades isleñas, los cuales sostuvieron entonces, cuando los hilaba, mi inactividad y fortalecen ahora, después de concluido, mi voluntad por Andalucía, vo­luntad proscrita por el arbitrio dictatorial”.

   Tres viajes, en 1924, 1928 y 1927, jalonan la acti­vidad de Blas Infante en este período. Su interés por la cultura de Al-Andalus le moverá a dos salidas al extran­jero. El 15 de septiembre de 1924 se dirige al desierto de Agmat (Marruecos), como peregrino a la tumba de Motamid. Le acompañan un tal señor Vidal y el Intérprete oraní Ben Ablubon Mussa. Conocerá a Omar Dukadi, que dice ser descendiente de Motamid, y recibirá como regalo un bello alfanje que le entrega un descendiente de Boabdil. Este periplo africano va a ser una experiencia decisiva, en la que siente encontrar la raíz común de los andaluces de los dos lados del Estrecho. No se siente forastero en Marruecos y piensa que los árabes an­daluces viven en el destierro desde hace cuatro siglos. Expulsión y persecución serán cuestiones sobre las que meditará entonces; reflexionará, igualmente, sobre la idea del fe//ah mengu y su sentido y significado como origen del flamenco. La segunda salida será en 1 928, a Silves (Portugal), para un homenaje al mismo Motamid, hijo del Al-Garbe. 

  A lo largo de un mes, al parecer, julio de 1927, Infante recorrerá Galicia en compañía de José Mas y entrará en contacto con los nacionalistas gallego de la revista Nos. Estos le acogerán con cordialidad. En cierta manera se pueden conocer los lugares visitados a través de los paisajes que su compañero de viaje, el escritor costum­brista José Mas, reconstruye en su novela Por la costa de la muerte (Madrid, 1928). Hubo un banquete en La Coruña, con un discurso de Infante hablando del fundamento lejano arábigo de Andalucía y de los principios andalucistas. Parece que si con sus viajes al extranjero Infante buscaba el encuentro con ciertas raíces de Andalucía, con esta excursión gallega inten­taba construir lazos de solidaridad con un movimiento que estaba empeñado en objetivos similares a los que perseguía el andalucismo. En cualquier caso, estas salidas rompen el monótono discurrir de Infante en su retiro onubense.

   Con todo ello, en los años finales de la década (1928 y 1929), Infante parece querer ir concluyendo con el exilio interior que se impuso en 1923. Y quizá el colofón de todo ello es su conferencia en la Sociedad Económica de Amigos del País, de Málaga, en enero de 1930. El régimen dictatorial se resquebraja evidente­mente y hay que retornar a la acción pública. Y Málaga -capital de su provincia natal  será el lugar elegido. La noche del 9 de enero de 1 930 y sobre el tema La continuidad de Andalucía, disertará Infante en la Sociedad Eco­nómica de Amigos del País de Málaga.

   Comenzó Infante haciendo una irónica y velada crítica a la Dictadura al decir que “tal vez se habrá embotado su facultad de hablar por el largo silencio; que hay quie­tudes y silencios en cuyas ramas no pende el fruto de oro del sosiego; que vivir no es vegetar”. Tras este preám­bulo, en el que hacia referencia a la situación vivida por el país en esos años, abordó el núcleo de sus conferencia. Tres grandes ámbitos aparecen en ésta. Por un lado, se refirió a la inquietud surgida a partir de 1912 para rehacer la personalidad de Andalucía, analizando su trayectoria y difusión, su punto de partida en Málaga y su enraizamiento en Sevilla, y su discurrir hasta el momento. Hubo luego un sentido y emocio­nado recuerdo a José M. Izquierdo. Por último, hizo un largo y denso recorrido por la historia de Andalucía, por la existencia del ser andaluz y del pueblo andaluz a través de la historia. Con todo ello, venía a dejar patente la continuidad de Andalucía, pese a todas las vicisitudes históricas que había sufrido. Esa era, en definitiva, la idea que quería transmitir; su mensaje público en una hora decisiva. Y, al tiempo, manifestaba indirectamente el nuevo resurgir y la continuidad del andalucismo. Ape­nas unos días después, el 28 de enero, concluía la Dictadura al dimitir Primo de Rivera.

   En 1931, cerrado el paréntesis dictatorial, Infante decide abandonar su retiro dorado de Isla Cristina y regresar a Sevilla. Por traslado podría ir a Gandía (Va­lencia), buena y próspera notaría. Pero no quiere salir de Andalucía. Opta entonces por Coria del Río, a pocos kilómetros de Sevilla, al pie del Alfajarafe y a orillas del Guadalquivir. Ha terminado la etapa de retraimiento, silencio y casi clandestinidad. Retorna a la vida lucha de tantos años, vital e intelectualmente más maduro, políticamente más radical y con un proyecto andaluz perfectamente delimitado.

 El andalucismo en la coyuntura republicana de 1931.

   Llegados a 1931, el propio Blas Infante reflexiona sobre lo que ha sido -y es- el andalucismo: «Se trataba de un regionalismo o nacionalismo, no exclusivista; su contenido económico, no era propiamente nacionalista [...] Al contrario, la fórmula «Librecambio» campaba en los programas del Regionalismo andaluz; y esto mismo ocurría en el aspecto político [..];y también venía a ocurrir en el moral. Es decir se trataba de un regionalismo o nacionalismo internacionalista, univer­salista; lo contrario de todos aquellos nacionalismos inspirados por el Principio Europeo de las nacionali­dades. Más claro. Se trataba de una paradoja: los na­cionalistas andaluces. venían a defender un naciona­lismo antinacionalista».

   En junio de 1931 se reconocerá, por un lado, el planteamiento «casi de carácter internacionalista» del andalucismo y, por otro, su proyecto de futuro para Andalucía: «El andalucismo no es hoy un vago sentimiento lírico que se nutra de tradición y de historia, sino que aspira a que Andalucía vuelva a ser hogar espiritual de una cultura humanista y fraterna, plena de tolerancia y ardorosa de ideales». En el orden político, reivindicará sus viejas posturas federalistas, señalando que «lo menos que puede conformarnos es una República Fe­deral auténtica, en la que cada municipio o parroquia haga lo que crea de justicia y le convenga». Por su parte, R. Castejón insistirá en ello. En vísperas de las elecciones para las Cortes constituyentes, afirmará: por un lado, la fuerte personalidad de Andalucía y la ne­cesidad de expresarla en un Estatuto y en la organización de un «Estado Regional»; por otro, la voluntad de que la Constitución Regional se ofrezca a Andalucía y a otras regiones, y no sólo a las que «por gran mayoría ple­biscitaria la obtengan en los comicios, dejando a las restantes en régimen de tutela bajo la administración del poder central o federal». Y todo ello -tiempo después volverá sobre el tema Ortega y Gasset, en un famoso discurso parlamentario, en el que hablará de las “regiones ariscas”- para que no se concedan privilegios sólo “a quienes airadamente los exigen”.

   Por último, es de señalar la preocupación andalucista por el tema de Gibraltar. Al ponerse en marcha. en 1931, el proyecto autonómico, pensaron que ése podría ser un camino válido, con un doble resultado: a) de un lado, aglutinar la solidaridad andaluza sobre este aspecto («en el punto coincidente de Gibraltar, es cierta la existencia del deseo colectivo de recuperación»), para conseguir una importante fuerza en esta dirección; b)  de otro, que esta solidaridad apuntada se extendiese a otras cues­tiones y evitase el desmembramiento de Andalucía. En suma: Andalucía reclamaba Gibraltar -«pedazo de su territorio bajo la dominación extranjera»- porque «An­dalucía autónoma quedaría frente a Inglaterra en las mejores condiciones para demandar la resolución de un pleito en el que no le alcanza responsabilidad alguna». Así. y desde los primeros momentos, los andalucistas ligaban estrechamente el tema de Gibraltar con el de la autonomía andaluza; y entendían que ésta podía ser una salida viable al atasco político existente en torno a esta cuestión.

   Unido al tema de Gibraltar, los andalucistas reto­marán su ya vieja preocupación por Marruecos. Entien­den que éste es una prolongación histórica y por ello forzosamente política. de Andalucía». En con­secuencia, hay que fomentar la «conciencia andaluza» de los súbditos jalifianos. para acercar a los dos pueblos hermanos. La política a desarrollar debería basarse, por un lado, en avivar el recuerdo histórico y, por otro, en un intercambio cultural «entre las dos Andalucías». Ese tendría que ser el camino de España con respecto a Marruecos; porque ni la amenaza ni el terror une a los pueblos»; sólo «una sana política de acercamiento espiritual. «Marruecos no es más que un pueblo her­mano de Andalucía, y unido a ésta, continuará siendo florón valioso del pueblo hispano».

   En definitiva, el andalucismo aparecía en la coyuntura republicana de 1931 como un movimiento peculiar, de amplias preocupaciones e intereses, articulado en torno a la figura de Blas Infante, ansioso de cambios reales en el mundo andaluz y esperanzado en que, en esta nueva época que se iniciaba, serían posibles. El bloqueo de todas sus expectativas hará más hiriente su sentimiento de frustración y dará una mayor acritud a su posición crítica -que arranca desde el mismo 1931, ante la República, la política y los políticos republicanos.

 Elecciones a Cortes de 1931.

   El andalucismo, como tal, no presentó candidaturas en las elecciones republicanas. No era un partido político, ni quería ser una máquina electoral. «Nuestro programa económico -ha escrito E. Lemos- es emi­nentemente científico, y las masas enardecidas, dentro del torbellino de las pasiones, no nos comprenderían». No obstante, los liberalistas, a través de la figura de Blas Infante, participaron en coaliciones. De forma expresa y decidida, en 1931. en la «Candidatura Republicana Re­volucionaria Federalista Andaluza», de Sevilla; de ma­nera más indirecta, en la «Candi­datura de Izquierda Republicana», de Córdoba, también en 1931; con posterioridad, mucho más incidentalmente, en la «Candidatura de Izquierda Republicana Andaluza», de Málaga, en 1933. En todos los casos buscaban, antes que un Acta de Diputado, el aprovechamiento de la coyuntura electo­ral como una plataforma de exposición de sus ideas, como un vehículo de concienciación del pueblo andaluz y como un posible camino de realización de sus proyec­tos con respecto a Andalucía.

   En los prolegómenos electorales los andalucistas, por un lado, no creían que «las próximas Cortes Cons­tituyentes lo lleguen a ser de un modo real»; por otro, se negaban a hacer «una organización electoral». Descon­fiaban de las vecinas elecciones, básicamente, por dos razones: a) «Elaboradas por una Ley Electoral arcaica, no pueden llegar a ser expresión de la auténtica voluntad del pueblo»; subsisten vicios y complejidades y, sobre todo, «subsisten las antiguas organizaciones electorales» y sus «coacciones caciquiles sobre la voluntad popular; b) El sistema «mantenido» no puede producir «distintos efectos durante la República que en los tiem­pos de la monarquía». En suma, venían a argumentar que si todo permanecía prácticamente igual. difícilmente podía cambiar el mecanismo electoral. Aunque fueran otros los ahora triunfadores, el sistema estaría igualmente viciado, con lo que se sustraería, otra vez más, la voluntad popular.

   Frente a esta realidad que denunciaban, «nuestra técnica, creadora de pueblos, extraña e incomprensible en un Estado que tantos pueblos llegó a destruir, no sirve para lograr la creación de organizaciones electoreras». Y apuntaban dos problemas de fondo: a) «La República, para el Gobierno Provisional, ha implicado, únicamente, el cambio de nombre de un Estado». b) En vez de ofrecer al futuro Parlamento «un sistema de hechos» el Go­bierno Provisional iba a entregar a su consideración «un complejo de aspiraciones, mas o menos difusas». No obstante todo ello, y pese a la actitud escéptica que mantenían, los liberalistas se decidieron por participar en la lucha electoral de 1931, en Sevilla y Córdoba. Fue, en ambos casos, una decepcionante experiencia.

  La Asamblea de Córdoba. 

  En enero de 1933, en buena medida, culmina una etapa de la larga lucha por la autonomía andaluza. La Asamblea de Córdoba, con todas sus contradicciones internas, representa un momento significativo en el camino hacia el Estatuto. Allí se concreta un Antepro­yecto, expresión, a la vez, de los condicionamientos constitucionales, las cortas miras de políticos y fuerzas económicas y la falta de impulso popular. Gracias a tran­sacciones, cesiones y consensos, que en el fondo no acaban de convencer a casi nadie, se aprueba y se pro­grama el tramo final para su promulgación. Pero con­cluida la Asamblea, la cuestión del Estatuto cae en un expresivo silencio y en una inacción casi total. Hay como un «aparcamiento del tema, sobre el que sobreviene una especie de olvido indiferente. Todo ello se acen­tuará muy sensiblemente a partir de las elecciones de noviembre de 1933, que llevan al poder a gobiernos cada vez más de derechas, nada inclinados a los plantea­mientos autonomistas. Así se proseguirá hasta febrero de 1936. En estas elecciones de 1933, Blas Infante lle­vará a cabo su última aventura electoral. No le moverán ambiciones de acta, sino el deseo de utilizar la plata­forma como vehículo de propaganda de sus ideas. Tras el fracaso, regresará aun nuevo exilio interior que le con­ducirá a una durísima reflexión sobre la polí­tica. los políticos y la actitud de las muchedumbres. De esta manera, entre enero y diciembre de 1933 se pasa de una confianza ilusionada, a la más completa desilusión; se vive, en este corto trecho, la cara y la cruz de una esperanza.

  La Asamblea de Córdoba aprobó un Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Andalucía, que consta de 31 Bases, 6 Disposiciones transitorias y 2 Declaraciones finales. Fue el arduo resultado de transacciones entre las diferentes posturas en presencia, y tuvo como referencias ineludibles los artículos constitucionales del Título y el modelo estatutario catalán. En él se diseña una An­dalucía autónoma, muy alejada del separatismo y del federalismo, que se aproxima a un sistema de descen­tralización políticoadministrativa. El Anteproyecto no recoge los planteamientos radicales del andalucismo y las ideas de Blas Infante de 1931 pero, pese a ello, la Junta Liberalista lo apoyará decididamente. En líneas generales su contenido sigue la línea marcada por el Estatuto Catalán y por el proyecto gallego de 1 932.

 Los aspectos abordados por el Anteproyecto son:

 Bases de implantación territorial; Bases de repre­sentación regional; Atribuciones del Cabildo regional; Autonomía municipal; Bases de Hacienda re­gional; Ciudadanía andaluza. A lo largo de todas estas Bases se formulan las atribuciones y funciones del Poder regional y su relación con el Poder central. Se fija, en primer lugar, la organización territorial, manifestando que «los Municipios de la Región autónoma andaluza serán plenamente autónomos» y se agruparán en «Co­marcas administrativas» que constituirán la división territorial de la Región. En el aspecto político, la Región autónoma andaluza se configura de la manera siguiente: 1) Se constituye «la Región autónoma an­daluza dentro del Estado español. En el territorio andaluz podrán constituirse una o varias regiones autónomas»; 2) El organismo político administrativo de Andalucía se denomina Cabildo Regional y estará com­puesto por: el presidente de la Región, elegido por sufragio universal, con capacidad para nombrar y separar a los miembros de la Junta ejecutiva; la Junta ejecutiva, que tendrá el poder ejecutivo de la Región; el Consejo regional en el que residirá la potestad legislativa, «in­tegrado por los diputados de la Región». 

  En cuanto a las atribuciones del Cabildo Regional  son prácticamente las mismas que apa­recen en el Estatuto Catalán, distinguiendo lo que podríamos denominar unas «competencias exclusivas», con capacidad legislativa, y otras «compartidas», con ejecución de lo ordenado por el Estado. Lo autonomía municipal (Base 1 6> se reconoce y «se garantiza la absoluta separación de las haciendas locales, regional y la del Estado». En cuanto a la Hacienda Regional es este el apartado con mayor singularidad. Se configura un mecanismo que, partiendo de la aceptación de que la Región tendrá «ingresos propios», permite a ésta una gran capacidad de maniobra, por su de­sahogo económico y financiero. Por último, se precisa quiénes tendrán la ciudadanía andaluza, los que lo sean por naturaleza y no hayan ganado vecindad administrativa fuera de Andalucía y los demás españoles que hayan ganado vecindad dentro de Andalucía». A señalar, finalmente, que en las Dispo­siciones transitorias se regula la creación de una Co­misión Mixta Gobierno de la República-Junta de la Región para «la adaptación de servicios que el Estado cede a la Región», así como que la legislación del Estado que continúa en vigor hasta que el Consejo regional legisle será aplicada por «las autoridades y organismos regionales, los cuales tendrán las mismas facultades que las leyes señalan a los del Estado».

  Así pues, el Anteproyecto presenta, junto a conte­nidos similares al Estatuto catalán o gallego. Otros es­pecíficos y diferenciados; y, al lado de ello, una indu­dable «modernidad» en cuanto a la concepción de cómo debe construirse un Estado autonómico y de qué manera ha de realizarse el reparto de competencias Estado-Región, así como el proceso de transferencias estatales a la región autónoma.

 La Asamblea, también, aprobó unas Conclusiones que vale la pena recoger al completo:

 A) Las Bases aprobadas interpretan el sentir unánime de la Asamblea en cuanto significan cristalización de un principio de autonomía andaluza, cuyo alcance inme­diato es la descentralización políticoadministrativa de la Región.

 B) Estas Bases habrán de ser objeto de una in­formación pública y serán comunicadas para su estudio a todos los Ayuntamientos de Andalucía, que comuni­carán las observaciones oportunas sobre los distintos apartados que el Anteproyecto contiene.

 C) La misma Comisión organizadora de la Asam­blea Regional Andaluza tendrá a su cargo publicar Y distribuir entre los Ayuntamientos el Anteproyecto de Bases y recoger las observaciones que les merezca su contenido.

 D) La Comisión organizadora concederá a los Ayun­tamientos un plazo, que no excederá de dos meses, para que se verifiquen el citado examen y formulen y comu­niquen las predichas observaciones.

 E)  Una vez recogidas éstas, la Comisión organi­zadora convocará la celebración de una Asamblea, en la que se discutirá el definitivo Anteproyecto de Estatuto.

F)  Entretanto, la repetida Comisión organizadora asumirá la dirección de la propaganda relativa a las Bases aprobadas por la Asamblea, con respecto a todo el territorio andaluz.

 G) Para conseguir la conveniente eficacia de esta labor. dicha Comisión, constituida en Gestora  general permanente, impulsará la designación en cada provincia de una Comisión integrada por un representante de la Diputación Provincial respectiva, otro por los Muni­cipios, otro por cada uno de los partidos políticos y Juntas liberalistas siempre que se adhieran a los prin­cipios básicos de este Anteproyecto, sin perjuicio de sus particulares programas, y otro por cada una de las enti­dades económicas, Cámaras y Corporaciones que es­tuvieron representadas o se adhirieron a la Asamblea de Córdoba».

   Estas Conclusiones, como se ve, diseñaban la ac­tuación necesaria para poner en marcha el Estatuto: estudio del Anteproyecto por los Ayuntamientos, con un plazo de dos meses para hacer las observaciones per­tinentes y aprobación del definitivo proyecto de Estatuto en una Asamblea reunida a tal efecto. Sin embargo, no hubo tal. El entusiasmo se esfumó, y la etapa republicana que aparece en 1 934, bloqueó todas las actividades autonomistas.

 La pérdida de impulso: criticas y reticencias tras la Asamblea.

  Tras la redacción del Anteproyecto la Asamblea (llegó a la conclusión de proseguir la obra emprendida con plena confianza en su resultado final, como único medio de lograr que Andalucía afronte con éxito positivo la res­tauración de su personalidad y la conquista del futuro que sus peculiares aptitudes le aseguran en la libertad republicana». Además, después de la Asamblea. «nadie podrá decir que Andalucía no está capacitada para llegar a elaborar por si un Estatuto autonómico, ni impreparada para desarrollar prácticamente una autarquía cultural, económica y política. El Anteproyecto de Córdoba es una rotunda afirmación de lo contrario» 14, y ese Ante­proyecto. pese a todos sus problemas. puede considerarse la «primera afirmación del ser del pueblo andaluz» 15, En general. en la prensa se recogieron los problemas que vivió la Asamblea. Se afirmó que en sus deliberacio­nes hubo casi tantas discrepancias como representantes, y ello dio ocasión a que los debates fuesen tumul­tuosos y en extremo apasionados». Se señaló que las deliberaciones fueron, en muchos momentos, borrasco­sas. Para un sector de la prensa no hubo espíritu andaluz, prueba de que el regionalismo no estaba aún adecuada­mente arraigado en Andalucía y de que era necesaria una intensa campaña. en tal dirección. para convencer al pue­blo y concienciarlo en este sentido. Además. se apunta­ron defectos en la formación y desenvolvimiento de la Asamblea. Los más significativos fueron: a) el que las Corporaciones presentadas no llevaban un mandato directo del pueblo; b) el que el proyecto de Estatuto no estaba suficientemente estudiado; c) el que no se hizo la necesaria propaganda de la aspiración regionalista. por lo que no se consiguió el clima social adecuado.  Lo del día fue el fiasco de Córdoba. La Asamblea andalu­cista, trasunto del rosario de la autora». Así escribió un articulista, quien continué señalando: la falta de espíritu andaluz, sentido de mancomunidad provincial y de confraternal regionalismo»; frente a la cohesión de otras regiones, «en Andalucía se piensa en desmembra­ciones»; la carencia de mentalidad regionalista. Y con­cluía: «Vivir con la conciencia de una autonomía, es digno del sentimiento noble y honrado de una región. Que no haya emoción, que ese sentimiento no se pro­duzca o yazga en letargo, no debe implicar de momento la ruptura de vínculos más fuertes que apreciaciones desmoronadizas».

   Al lado de las críticas, la persistencia y aun reafirma­ción en algunas provincias de las reticencias ya antes mostradas. Así, las posiciones de partida se reflejaron en las opiniones posteriores a la Asamblea, referidas ahora a su evaluación global. Mientras unos afirmaron el inte­rés y la validez de lo acordado en Córdoba, otros lo rechazaron tajantemente. Hubo. pues. argumentos de todos los tipos. Como no podía ser menos.

   Los andalucistas, a través de su órgano Andalucía Libre, mostraron su desagrado porque la Asamblea rechazó a los representantes del frente andaluz de Marruecos; patentizaron, igualmente, que el Antepro­yecto no les agradaba; pero afirmaron lo positivo de la celebración de la Asamblea como «acto de afirmación».

   En cuanto a las provincias, Sevilla, Córdoba, Cádiz y Málaga, en líneas generales, suscribieron y apoyaron impulsar el Estatuto. En Sevilla hubo, de un lado, opinio­nes en contra, basándose en la falta de arraigo del senti­miento regionalista andaluz y la consecuente carencia de «ambiente» en las provincias. lo que llevará al fracaso del intento; de otro lado. junto a éstas. se mostraron criterios favorables a la Asamblea, señalando que era preciso ordenar los intereses regionales «sin sacrificar sistemáticamente a unos en beneficios de otros», se consideraba válido el Anteproyecto y se indicaba la necesidad de crear ambiente popular en torno al Estatu­to. Unido a todo ello iba el apoyo de las autoridades a la Asamblea y a sus resultados y Conclusiones. Córdoba respirará en idéntico sentido, con opciones encontra­das, pero deseosa de culminar lo iniciado. Igual ocurrirá en Cádiz; y desde Jerez se advertirá el error de querer articular «dos o tres Andalucías distintas» y la necesidad de una autonomía que permita a Andalucía «amplia libertad de pensamientos, sentimientos y actos» y que haga posible «resolver los problemas sociales y económicos de Andalucía».

 El nuevo exilio interior.

   En la etapa que transcurre desde las elecciones de noviembre de 1933 al triunfo del Frente Popular, en febrero de 1936, el andalucismo vivirá un nuevo exilio interior. El bloqueo que los gobernantes de la coalición radical-cedista impondrán a los procesos autonómicos, no sólo detiene la dinámica -ya de por sídóbil- que la Asamblea de Córdoba había tratado de imprimir al Es­tatuto Andaluz, sino que provoca al ensimismamiento de Blas Infante y los andalucistas. Ello llevará, por un lado, a la ralentización de sus acciones y actividades y, por otro, a las reflexiones altamente críticas sobre la política y los políticos que Infante expresa en sus Cartas Andalucistas de 1935 y 1936. Todo, pues, manifiesta la desesperanza de los regionalistas andaluces. Se trata, en definitiva, de una fase de recogimiento, en el con­texto de la desilusión que ha generado la crisis del proyecto estatutario surgido en Córdoba.

   El período que discurre entre 1934 y febrero de 1936, en cuanto al tema autonómico, aparece delimitado por dos condicionantes fundamentales. De un lado, por el triunfo de las derechas en las elecciones de 1933, sec­tores éstos que han mostrado su claro rechazo a la «cuestión regional» y su oposición a las concesiones autonómicas. De otro lado, por el estallido de la revolución de octubre de 1934. que ofrecerá los «motivos» para poner en práctica una «política de reacción» contra la autonomía, anulando la existente -Cataluña- y blo­queando los esfuerzos y proyectos puestos en marcha en la etapa anterior de la República. Ahora, la cuestión regional prácticamente ya no se discute; pura y simplemente, se la margina. La mayoría parlamentaria. opuesta al autonomismo, hace valer su fuerza.

   Por todo ello, los procesos autonómicos iniciados en el primer bienio republicano quedaron frenados. Así ocurrió con el plebiscitado Estatuto Vasco, que fue «apar­cado», esperando tiempos mejores. Lo mismo hay que decir de los intentos, más o menos desarrollados. apa­recidos en Galicia, Andalucía, País Valenciano y Baleares. De esta manera. la fase de «la República de derechas» significó una etapa represiva y antiautonómica.

 El repliegue del andalucismo en 1934.

 A partir de 1933 «Andalucía queda en un segundo plano de protagonismo político-social»; coincidirá este retraimiento con el bienio de las derechas en el gobierno republicano. Así, «el acontecimiento de la revolución de Asturias, en 1934, apenas si encontraría eco en la re­gión». Este repliegue general de Andalucía, se mani­festará también en la acción andalucista.

   De todas maneras el problema agrario seguía siendo cuestión candente. Desde los gobiernos radical-cedistas se fue «reconvirtiendo» la reforma agraria, hasta desem­bocar, en 1935, en una auténtica «contrarreforma agra­ria». En la polémica sobre el tema Carrión afirmaba la riqueza y laboriosidad de Andalucía a lo largo de la histo­ria y señalaba que «el campesino andaluz, cuando sabe que ha de disfrutar del producto de su trabajo, lucha con la naturaleza como el mejor labrador y logra resultados admirables. Tratar de holgazanes y viciosos a los campesinos hambrientos de Andalucía y Extremadura, es agregar a la injusticia de que son víctimas el escar­nio». El profesor Garrido González ha indicado que desde 1932 se había puesto en marcha en Andalucía una actuación de tipo colectivista, que quedó anulada a partir de 1934. Según sus estudios, desde enero de 1933 las Sociedades Obreras, en Jaén, comenzaron a solicitar contratos de arrendamiento colectivo, consi­guiendo 43 en ese mismo año; pero cayeron a sólo 3 en 1934 y a ninguno en 1935. Era, pues. evidente la acción gubernamental. Movimientos de este tipo los hubo tam­bién en Córdoba, Sevilla y Granada.

  Toda actividad autonomista. pues. cayó en un progre­sivo letargo. Las condiciones políticas aparecidas a par­tir de 1934 propiciaron que así fuera. Los andalucistas, en consecuencia, se vieron frontalmente obstaculizados para desarrollar lo que era en esos momentos su objetivo principal: cubrir las etapas finales del proceso estatuta­rio. Ante ello, se replegaron sobre sí mismos, y se aleja­ron de acciones publicas. Esa introspección dio como resultado las acres reflexiones de Blas Infante sobre la vida política, las amargas consideraciones que recogió en sus Cartas Andalucistas de septiembre de 1935 y enero de 1936.

Escepticismo y desilusión. La Carta Andalucista de enero de 1936.

   En enero de 1 936, ante la convocatoria electoral, en una nueva Carta Andalucista, Blas Infante volverá, otra vez, a sus reflexiones críticas sobre la política.

   Vaticina el fracaso nivelador de todos los partidos que actualmente combaten, sea cual fuere el que llegase a triunfar; y ello porque «la crisis del Estado seguirá desarrollándose en una situación social o política cada vez peor». Se trata, pues, de una posición escéptica, no sólo sobre el presente, sino sobre el futuro de España. De acuerdo con ello, al plantear la orientación del voto, Infante señala a los andalucistas que voten por las candidaturas que más simpáticas les sean o que más esperanzas les lleguen a sugerir; pero, en cualquier caso, venza quien venza, el anhelo profundo de España, de ser en la forma lo que es, esencialmente, quedará inédito, porque ninguna de las fuerzas que van a la lucha es apta para sentir y para desarrollar el sentido de la Revolución que en el fondo del alma del País alienta».

   Frente a la lucha política, propugna que hay que defender la tolerancia. Infante atisba ya, enero de 1936, un clima de guerra civil. Quizá porque la entrevista sevillana con los falangistas, le ha avenido de ese peligro. Y escribe al respecto: «buena falta va a hacer un poco de espíritu entre estos beligerantes de hoy; ener­gúmenas y no hombres: que se matan y no se escuchan; que son como balas o impulsividades unilateralistas [...]. Nosotros, sigamos siendo andaluces; esto es, no bé­licos. La guerra civil seria civilizada ... si no fuera guerra, sino agonal pugilato. La guerra civil, sería civilizada, si no fuera militar en el sentido profesional que tiene esta palabra como todas las guerras. En carta a los catalanistas encerrados en el Penal del Puerto de Santa María, y que incluye en la Carta  Andalucista, les informa de esta tensión existente: Por tierras de España, ya lo sabrán ustedes, cada vez más intensa la guerra civil o su alma latente. El infierno en España. Contra todo ello, reclama Infante la tolerancia; y, junto a ésta, la defensa de la libertad política, a través de la confederación espontánea de pueblos libres.

   En esta Carta se entrecruzan, de un lado, el persis­tente sentido escéptico blasinfantiano sobre los polí­ticos y su política resultante, y, de otro, la amarga, casi desolada, comprobación de un clima tenso, propicio al estallido de una contienda civil. Frente a todo ello, contra todo ello, reclama la tolerancia, el diálogo sensato, el escuchar y no matar; y como es necesaria salida, la libertad política. Así anda el país. Hay, pues, desanimo manifiesto; mas, a su lado, voluntad conciliadora, es­fuerzo por la concordia. Yeso justamente es lo que trata de transmitir a los andalucistas.

 El amargo final.

   La República se radicalizaba a partir del triunfo del Frente Popular. Los cambios y refor­mas que en la primera etapa republicana (1931-1 933) se habían iniciado con moderación, ahora se aceleraban y agudizaban. Es el caso de la profundización en los pro­cesos autonómicos pendientes; y entre ellos, se encon­traba el andaluz. De nuevo se retomaba la lucha por la autonomía. En consecuencia, los políticos, en buena parte, abandonarán sus reticencias, aunque algunas per­sistan. y asumirán la necesidad de afrontar con decisión, aunque dentro de unos límites, la culminación del pro­yecto autonómico puesto en marcha en 1933. La guerra civil, sin embargo, truncará bruscamente este proceso. Blas Infante morirá asesinado en Sevilla una noche de agosto y el andalucismo, perseguido, exiliado o muer­tos sus hombres, así concluirá su singladura histórica.

 El Frente Popular: el nuevo resurgir autonómico.

   A partir de febrero de 1936, tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones todo cambió. Además de otros aspectos, la cuestión autonómica experimentó una viva aceleración, claramente manifestada: a) en la puesta en marcha, de nuevo de la Generalitat; b) en el referén­dum del Estatuto; c) en la promul­gación del Estatuto vasco (Ley 7-x-1930); d) en la intensificación de las actividades pro-autonómicas en Andalucía, Aragón y País Valenciano, aunque en estos tres ámbitos, pese a haber proyecto de Estatuto, no se logró llegar a la fase plebiscitaria.

   En Andalucía, el 2 de abril. la Junta Liberalista decidió publicar y difundir por todo el País andaluz» el Anteproyecto de Córdoba. Para ello, crearon Acción Pro Estatuto Andaluz; en junio estaban en plena actividad; en julio hubo actos decisivos al respecto; para septiembre estaba prevista una Asamblea que aprobase definitivamente el Estatuto. El estallido de la guerra civil dio al traste con todo. En Aragón, una Comisión aprobó, a principios de junio de 1936, el llamado Estatuto de Caspe inspirado, en buena parte, en el catalán: no tuvo, sin embargo, ulterior tramitación. Por ultimo, en el País Valenciano el relanzamiento autonómico, aunque sólo en proyectos, se efectuó tras el comienzo de la guerra civil. En este contexto, la CNT presentó el 23 de diciem­bre de 1936 el Proyecto de Bases para el Estatuto del País Valenciano. que incluía las provincias de Murcia y Albacete; por su parte, Esquerra Valenciana elaboró el Anteproyecto de 20 de febrero de 1937, inspirado en el Estatuto Vasco, que no llegó a ser discutido en las Cortes; finalmente, la Unión Republicana de Martínez Barrio redactó otro proyecto en marzo de 1937, con la idea de conciliar los dos anteriores. Tampoco prosperó. Hay que anotar, por ultimo, la presencia de unas inquietudes regionalistas en Castilla la Vieja-León y en Canarias .

   El ciclo general de anteproyectos autonómicos se cerró en el mes de mayo de 1937, cuando la caída de Largo Caballero y la formación del gabinete Negrín ace­leraron el proceso de concentración de poder en el Gobierno. 7

 La lucha por la autonomía andaluza.

   En enero de 1936, Infante reflexionaba sobre las difi­cultades con que se había encontrado el regionalismo andaluz. Frente a los otros regionalismos peninsulares había existido un serio prejuicio: el españolista; contra el andalucismo, a más de éste, tubo «otros tres enemi­gos»- Fue uno el «prejuicio europeísta» que no entendió, y rechazó, los planteamientos andalucistas sobre Al­-Andalus y las raíces orientales andaluzas. Otro lo consti­tuyó la «depresión de la psiquis andaluza», el aplasta­miento del pueblo andaluz y la creación en él de una con­ciencia de pueblo inferior, borrándole su historia. Por último, estaba el problema de la «pobreza del pueblo andaluz», a quien quitaron su tierra y su riqueza.

   Estos eran, según Infante, a más de otros, los lastres fundamentales que había que superar. Cuando el triunfo del Frente Popular, en febrero, abrió de nuevo la espita de las esperanzas, el andalucismo, lógicamente, retomé la cuestión de la autonomía. Desde que el Anteproyecto de Córdoba fue aprobado en 1933 habían cesado los requerimientos «a la Junta Liberalista de Andalucía y sus hombres, en el sentido de que se continuará la obra, al parecer abandonada, de obtener para nuestro pueblo un Estatuto tan amplio como lo permite la Constitución de la República y en armonía con la capacidad, característi­cas y necesidades de Andalucía». Esta tarea la em­prendió la Junta Liberalista a principios de abril de 1936.

   En efecto, el día 2 de abril la Junta Liberalista dirigía al pueblo andaluz peninsular un documento, redac­tado por los Consejos de «Política Andalucista» y de «Afirmación de Andalucía», al que se adjuntaba el Ante­proyecto de Córdoba, en el que se exponían las razones para culminar el interrumpido proceso autonómico. Se señalaba en él, en primer lugar, la urgencia de una elaboración definitiva del Estatuto, sobra actualmente indis­pensable para la expresión de nuestro País en armonía con las exigencias de la vida española». Se exponía a continuación que la autonomía había sido la meta de los andalucistas, significaba la cristalización de los proyec­tos del Centro Andaluz, desde su nacimiento, y era la manera de resolver «la crisis secular del Estado español centralista», enumerando los esfuerzos y vicisitudes que hubo que vencer para llegar a la Asamblea de Córdoba de 1933. Se señala luego el espíritu andalucista de muchos participantes en dicha Asamblea que, pese a estar encuadrados en partidos políticos, actuaron en ella según su conciencia andaluza, aunque sus posiciones se desviasen de los postulados de sus propios partidos. Todo lo cual viene a demostrar que ya nadie podrá decir que Andalucía no está capacitada para llegar a elaborar por sí un Estatuto autonómico, ni impreparada para desarrollar prácticamente una autarquía cultural, econó­mica y política. El Anteproyecto de Córdoba es una rotunda afirmación de lo contrario». Por último, y de acuerdo con todo lo anterior, se decidía: imprimir el Anteproyecto; repartirlo a Municipios, entidades e indi­viduos (incluyendo los reinos de Murcia y Badajoz) para que enviasen su observaciones y sugerencias; una vez recogida esta información, convocare ea Asamblea en la que, de acuerdo con las enmiendas recibidas, se elabore el proyecto definitivo de Estatuto de Andalucía. Cele­brada la Asamblea y redactado el Estatuto, su defensa ante las Cortes deberá encomendarse al grupo parla­mentario que para este caso pudiera constituirse.

   Así se ponía en marcha de nuevo el camino hacia el Estatuto; era, otra vez, la lucha por la autonomía. A prin­cipios de junio se intensificaba la campaña de la Junta Liberalista en favor del Estatuto, de cuyo Anteproyecto de 1933 se llevaban repartidos más de 7.000 folletos entre Diputaciones, centros, entidades y personalidades de Andalucía, Murcia y Badajoz: la tasa de información pública y de aportación de sugerencias concluiría el día 15 de julio. Los andalucis­tas intentaban movilizar en torno al tema autonómico a partidos, sindicatos, entidades culturales, etc. En suma, a todos los andaluces. «La obra que nos hemos propuesto -escribía un andalucista- de liberación y en­grandecimiento de nuestro país, no puede ni debe dejarse encomendada a sólo un grupo de sus hombres, ni es lícito abstenerse de laborar por ella; es misión que obliga por igual a todo andaluz que no reniegue de su tie­rra, todos y cada uno, en la medida de sus posibilidades y desde su respectivo punto de vista, debe trabajar en tan rnagna ernpresa.

   Para intensificar esta carnpaña, a principios de junio se reunió el Consejo de Política Andalucista, asistiendo, además, una nutrida representación de liberalistas de diferentes localidades. Fruto de elle fue la creación de Acción Pro Estatuto Andaluz, órgano ejecutor de los acuerdos siguientes:

 1.) Constitución en cada localidad de hermandades o grupos que estudien y promuevan el estudio y las suge­rencias sobre el Estatuto, que deberán remitirse a la Secretaría del Consejo Superior de la Junta Liberalista antes del 1  de julio próximo. Podrán pertenecer a estas  hermandades todos los que estén interesados, sean del partido o sindicato que sean.

 2.) El organismo de Acción Pro Estatuto que se crea será el gestor administrativo de los fondos y el impulsor de esta idea del Estatuto. La Junta Liberalista quiere que en el plazo de un trimestre esté la Asamblea para la redacción dei Anteproyecto definitivo de Estatuto e inmediatamente después «constituido el grupo parla­mentario que haya de defender en las Cortes esa expre­sión definitiva de la voluntad de nuestro País Andaluz». Se busca, pues, constituir una Comisión oficial gestora, integrada por Diputaciones, Ayuntamientos y diputados a Cortes y, una vez hecho, el Consejo de Política Andalu­cista y la Acción Pro Estatuto «quedarán al servicio de aquella Comisión oficial como meros auxiliares».

 3.) «El organismo de Acción Pro Estatuto, será ab­solutamente autónomo para cumplir los acuerdos que le encomienda con plena confianza el Consejo de Polí­tica Andalucista».

   Como apuntó Blas Infante, se buscaba integrar a los andaluces en la obra de la autonomía regional, sin ex­cluir, por ello, particularidades doctrinales, religiosas, políticas o societarias. En esta dirección, el 1  de junio, la Diputación de Sevilla, por la persona de su presi­dente, el doctor Puelles, asumía la tarea de hacer reali­dad la promulgación del Estatuto. El día siguiente, Blas Infante, en el Ateneo Popular hispalense glosaba la importancia de la autonomía. Por su parte, Hermene­gildo Casas, en el Heraldo de Madrid, en ese junio de 1936, llamaba a continuar las tareas de la Asamblea de Córdoba de 1933, detenidas desde entonces. La «tre­gua» que en el proceso autonómico irrumpió a partir de ese año, más que a las circunstancias políticas, obede­ció a «la incomprensión de los problemas regionales por parte de organizaciones políticas elevadas circunstan­cialmente a Pospuestos rectores de la administración del Estado».

   Pero ha cambiado el panorama, y se ha producido un movimiento en pro de las autonomías. Por ello las regiones españolas se aprestan a elaborar sus canas políticas. convencidas de que sólo en la autonomía encontrarán la felicidad». Se espera que a lo largo del año -como así fue-   hayan alcanzado la autonomía «dos nacionalidades ibéricas, Euskadi y Galicia, y a ellas debe seguir Andalucía». Hay que pensar en la grandeza de la patria andaluza regida por sus propios hijos»; nadie como el andaluz para conocer y resolver los problemas de Andalucía: «Andalucía en manos de los andaluces, regida por andalu­ces, será como lo fue siempre... la gran nación gloria y orgullo de la futura confederación de nacionalidades hispanas.»

   Porque son muchas las tareas a realizar: política de riegos: mejora de los puertos; incentivación del comer­cio; desecación de marismas; mejora de la red ferroviaria y de los transpones, etc. «Que ello sea obra de los anda­luces, amparados por la independencia política y econó­mica que les dé su Estatuto regional».

   En este contexto de acciones y proclamas hay que situar el Manifiesto de Blas Infante «A todos los andalu­ces», del 15 de junio, último escrito público del líder andalucista. Es un llamamiento a lo andaluces de todas las ideologías, pidiéndoles el aunar esfuerzos y volunta­des en pos de la autonomía. Plantea que «la empresa autonomista», a la que se convoca a todos, requiere una acción unitaria, aunque «una vez conseguida la autarquía de nuestro pueblo», cada grupo político mantenga «sus particulares puntos de vistas. Apunta luego que no es el «egoísmo regional» lo que mueve a pedir «un régimen autonómico».

   Expone luego Infante el hecho de que España es una República Federal. Hay una crisis del Estado cen­tralista, de solución inaplazable». y España debe re­solverla reconstituyéndose «no la forma lógica y tra­dicional de un Estado federativo». Se retoma así, otra vez -será la última-, la vieja idea andalucista del Estado federal. Insiste, a continuación, para que no haya equí­vocos, que todos los procesos autonómicos son fruto de un sentimiento españolista. «Españolista es, pues, este llamamiento por el cual nosotros, venimos a insistir, ahora, cerca de los andaluces». Se apela a todos; los nacidos en Andalucía y los que. venidos de otra parte, viven en Andalucía: «Andaluces: Además de por España, por vosotros mismos; aunque siempre uséis de vuestra autonomía, subordinando el propio interés al servicio de España y de lo Humano: resolveros a ser libres». Y ello porque el pueblo andaluz juégase «lo porvenir en los instantes de esta hora trascendente».

   «Despreciad cuanto os dicen de que la Autonomía servirá únicamente para aumentar las burocracias y las que nom­bran por las calles granjerías políticas. El Estatuto andaluz será lo que quieran que sea todos los andaluces: pues a todos ellos los venimos a llamar para que con la sencillez y, aún, el simplismo que deseen, lleguen a delinear la figura de un Gobierno propio.»

   Concluirá Infante recordando que «Andalucía libre será España libre de ... la influencia desvirtuadora ejer­cida por otros pueblos sobre España». Y, como colofón, Andalucía. Y la Paz.

   Así, en éste su último escrito público, Blas Infante pedirá la unión de todos los andaluces para la consecución de la autonomía, cuestiones éstas, unidad de los andaluces y autonomía, esenciales del proyecto andalucista-, en un Estado federal -principio político básico de los regionalistas andaluces-, y como ma­nifestación de un profundo españolismo -aspecto irre­nunciable del movimiento liberalista-.

 Todo ello muestra íntima coherencia andalucista a lo largo del tiempo: son las mismas ideas que aparecen en sus comienzos las que se desgranan en este documento final.

 El final del Andalucismo y la muerte de Blas Infante.

   Con el alzamiento del 18 de julio de 1936 comenzaba el principio del fin del movimiento regionalista andaluz, que llegó a su culmen con el asesinato de Blas Infante en la madrugada del 10 al 11 de agosto de 1936.

  La represión que se empezó desde la toma del poder por Queipo de Llano en Sevilla motivó que acabaran todas las esperanzas de autonomía que se habían depositado en la República y el gobierno del Frente Popular. Con la muerte de Blas Infante el movimiento se descabeza y pierde a uno de sus abanderados más importantes, y la Junta Liberalista queda desorganizada. En cierta manera, acababa el pasado. Pero quedaba aún el futuro.


[1] “A nuestros lectores”, Bética, III, nº 45 y 46, 15 y 30 noviembre 1915.

[2] Cit. Por E. Lemos, “Blas Infante. Economista, no político”, en El Correo de Andalucía, 20 marzo 1977

[3] Cit. Por E. Lemos, “Blas Infante. Economista, no político”, en El Correo de Andalucía, 20 marzo 1977

[4] El Impuesto Unico, nº 19, junio-julio 1913, especial dedicado al Congreso.

[5] Ruiz Lagos, M., El andalucismo militante.

[6] ¿Qué piensa Andalucía?, Editorial de El Liberal, 12 septiembre 1912.

[7] Una asamblea andaluza, Editorial de El Liberal, 13 septiembre 1912.

[8] Lo que piensa Andalucía, Editorial de El Liberal, 15 septiembre 1912.

[9] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[10] “Discurso de los Juegos Florales de Sevilla”, en El Liberal, 13 mayo 1913.

[11] Ed. de El Liberal, 14 mayo 1914.

[12] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[13] “A nuestros lectores”, Bética, II, nº 23/24, 31 diciembre 1914.

[14] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[15] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[16] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[17] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[18] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[19] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

[20] B. Infante, Ideal Andaluz, edición de 1982.

 

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